García Lorca en Buenos Aires. Las dos razones que faltaban (Capítulo II)

26 de octubre de 2023
5 minutos de lectura
Una lectura atenta de sus obras confirma el prisma inabarca­ble de su personalidad. Lorca está vivo en cada uno de sus personajes.
Retrato de Federico García Lorca en la Galería de los Ilustres del museo Ateneo. | MA

Su obra

La razón fundamental de esta presencia viva de Lorca entre nosotros es su obra:

En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos,

El almidón de su enagua

me sonaba en el oído,

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido,

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río.9

Desde esta Casada infiel, tarjeta de su identidad popular, has­ta el día en que leyó en el piso de los Morla La Casa de Ber­narda Alba, Lorca había sembrado el mundo con la voz más clara de España. No puedo olvidar que en mi primera visita a Holanda, nada más descender del avión, el inspector que re­visaba los pasaportes comentó con júbilo: “¡Ah, España, Fe­derico García Lorca!”.

Una lectura atenta de sus obras confirma el prisma inabarca­ble de su personalidad. Lorca está vivo en cada uno de sus personajes. No tiene más que sacar de sus arcones de campo las espuelas para que el caballo de Leonardo trote en busca de la novia de sus Bodas: él será caballo dirigido algunas ve­ces y otras pasión sin freno (del caballo grande / que no quiso el agua10). Pero también será Leonardo cabalgando sobre la aventura del amor sin descanso, amor disimulado de pechos que saltan entre hogueras de muerte.

Si escuchamos a la Madre del Novio, allí está Federico con la pesada intuición de lo irremediable, con el pálpito de lo que va a pasar amordazado por el escalofrío de un posible milagro.

Federico estará en la Novia, que salta del amor apalabrado, con medias de seda y corona de azahares, al otro, sin más ajuar que el eterno veneno de una avispa sobre su corazón.

Lorca llevaba en la cabeza el drama de Mariana Pineda. De la Acera del Casino, adonde entonces vivía, hasta la esta­tua que Granada levantó a su heroína, hay un tiro de piedra. La constancia de mirarla obligatoriamente fue dejando una obra en la intención del poeta. El tema no podía ser más se­ductor:

Oh, qué día tan triste en Granada,

que a las piedras hacía llorar

al ver que Marianita se muere

en cadalso por no declarar.

Marianita sentada en su cuarto

no paraba de considerar:

“Si Pedrosa me viera bordando

la bandera de la Libertad”.

Oh, qué día tan triste en Granada,

las campanas doblar y doblar.11

Amor y libertad detenidos para siempre en aquella escultura de mujer que ignoraban muchos granadinos.

Desde el momento que Lorca enhebra la desventura de Maria­na, Mariana Pineda comienza a ser él mismo. Más enamorado del amor que de la libertad, la bandera que borda Federico tiene también que ser escondida:

Mariana, la bandera

que bordas en secreto . . .

                    . . . han hallado

en el armario viejo

y se han tendido en ella

fingiéndose los muertos.12

El amor no llega a tiempo para salvar a la heroína. Pedro de Sotomayor está en lo suyo. A la novia olvidada le toca aceptar la muerte con sublime dignidad, al menos en las apariencias. Tampoco llegó a tiempo el amor de nadie para salvar a Fe­derico: alguien echó a volar las campanas para que ningún amigo escuchara —¡estuvimos sordos tanto tiempo!—. Por alguna parte, escondida en los pliegues de algún alma, estará su bandera . . .

YERMA quizá sea la obra de García Lorca más cruel y más lí­rica. Las cuñadas, pájaros de desdicha, son las harpías que co­noció Federico en Fuente-Vaqueros escondidas tras los visi­llos, mujeres ensangrentadas por la frustración, urdidoras de engaños, mordidas por la pena. Cuñada no será nunca el poe­ta, pero sí Yerma obsesionada por lo que significa el hijo que no tuvo.

Entendemos que Lorca amaba con delirio a los niños: hay muchas fotografías suyas con los sobrinos, delicadezas cons­tantes a los hijos de Bebé y Carlos Morla, un dulce poema a la hija de Neruda . . no encontré testimonios, sin embargo, de que el poeta se doliera alguna vez por no tener un hijo. Lo que de amor representa el hijo es más bien lo que pudiera ha­ber obsesionado a Federico. Y, sobre todo, cómo se llena de sombras el vacío de no tenerlo:

“Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando

no los tiene se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí”. 13

En la conversación que tiene con María, Yerma comenta que su hijo ha de ser como un pájaro vivo apretado en la mano, pero por dentro de la sangre14. Esa vibración de pájaros vivos trasunta en el poeta una esperanza. La mujer de su dra­ma lo ahogará cuando mate al marido; Lorca, sin embargo, sentirá su temblor, como una hoja de olivo, en la rama pre­sente de su niñez. Esta es la diferencia.

Si el poeta de Fuente-Vaqueros se vuelve poeta del mundo es porque sus dramas son los de las gentes de España, son los de él mismo. Cada hombre o mujer que presenta en sus obras están silenciosamente multiplicados en los cortijos de Andalucía, en los muchos Alvargonzález que hay por Casti­lla repartidos, en ese desierto que avanza sin motivo por la llanura del corazón.

Es inolvidable Federico porque de lo contrario tendríamos también que olvidarnos de nosotros mismos. Él le ha dado su palabra a nuestro silencio, simplemente.

La muerte

Del mismo modo es poderosa la última razón para no olvidar­lo: su muerte.

Aquel tren que en julio del 36 le llevó a Granada para cele­brar con su familia la fiesta de san Federico, estará por ahí dando vueltas, buscando entre los túneles al pasajero olvida­do. Aquel tren que recogió su miedo y sus sueños está conde­nado a no tener destino.

Ian Ibson, Vila San-Juan y Marcelle Auclair, son los autores de los tres libros más serios y brillantes que señalan la muerte del poeta. Los hechos, que ellos destacan, ya los conoce todo el mundo:

Regresa a Granada, a la Huerta de san Vicente, donde están sus padres. Hay una niebla —como diría Unamuno— tan espe­sa por la Vega que apenas si se distinguen los manchones de nieve en la altura de Sierra Nevada.

La casa de los Rosales, el Gobierno Civil, Víznar, La Colonia, la Fuente de las Lágrimas . . . 15, son las escaleras de aquella muerte segada con tiros por la espalda:

Si muero,

dejad el balcón abierto.

El fatalismo de Federico lo llevó también a adivinar que sería imposible cerrar los balcones de su tumba. No tiene puertas el campo ni el destino, ni la barbarie. Lo único que puede ce­rrarse a cal y canto son los labios.

NOTAS

  1. O. C. I pág. 398. (Obras Completas, Federico García Lorca, Ed. Aguilar.)
  2. O. C. II pág. 518.
  3. Santa Teresa. Vida 1.
  4. A. Gallegos Morell. García Lorca. Cartas, postales, poemas y dibujos. Ed. Moneda y Crédito. Madrid. Pág. 40.
  5. Vicente Aleixandre. Encuentros. Ed. Guadarrama. Pág. 112.
  6. Pablo Neruda. Obras Completas. Losada 1973. III Pág. 112.
  7. Rafael Alberti. La arboleda perdida. Club Bruguera. Pág. 221.
  8. Dalí. La vie secréte de Salvador Dalí. Table Redonde.
  9. O. C. I pág. 406.
  10. O.C. II pág. 529.
  11. O.C. II pág. 529.
  12. O.C. II pág. 155.
  13. O.C. II pág. 629.
  14. O. C. II pág. 626.
  15. Ya trataremos con amplitud este tema en otro capítulo

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