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Lady Di: murió una princesa y nació un mito

Diana de Gales. | Fuente: redes sociales

El 31 de agosto de 1997 el mundo entero se paralizó con la muerte de Diana de Gales en París

“Ayudar a los más necesitados es una parte esencial de mi vida”. Con esta frase Diana de Gales, mundialmente conocida como Lady Di, definió a la perfección su fugaz paso por la vida. Su destino era brindar ternura y afecto a todo aquel que se cruzaba con ella. Pero, mientras tanto, ¿quién cuidaba de ella?

Lady Di era una mujer en apariencia tímida, de ojos azules y dotada de una mirada triste y enigmática que -pese a estar encerrada en una jaula de oro-, mostró al mundo sus altibajos emocionales, sus enfermedades, sus miedos, su desamor y su gran pasión: sus hijos Guillermo y Enrique.

Diana fue la primera princesa en alejarse de los destellos de la corona y explotar al máximo el papel de madre presente -y no ausente- en su día a día, rompiendo las normas del férreo y apolillado protocolo inglés. Muestra de ello fue que Lady Di no dudó en dar el pecho a sus hijos, llevarlos de viaje oficial siendo bebés, inscribirles en un colegio en vez de estudiar tras los fríos muros de palacio, o mostrar en público gestos de cariño hacia sus pequeños William y Harry.

También fue la primera princesa que sufrió en primera persona el acoso incesante y voraz de los paparazzi, incluso antes de hacerse público su compromiso con el entonces príncipe Carlos. Su juventud, inocencia, sonrisa traviesa y pureza, cautivaron al pueblo inglés y la convirtieron en la candidata perfecta para ser la futura reina de Inglaterra y, sin quererlo, la mujer más fotografiada y famosa del siglo XX.

La joven profesora de guardería, apasionada del ballet y de la música pop, pasó del anonimato al estrellato en cuestión de horas, enfrentándose sola y sin el apoyo de ningún miembro de la realeza británica a los focos de las cámaras. Una intromisión en su vida privada que, junto a su concurrido matrimonio de tres, los comentarios hirientes de su marido y su agitada vida palaciega, terminarían por menoscabar su carácter jovial y su salud, enfermando de bulimia y depresión.

Su valentía al hablar en público sobre sus batallas personales, en la famosa entrevista concedida a la BBC en 1995, contribuyó a destigmatizar las enfermedades sobre la salud mental que por aquel entonces eran un tema tabú y al que las instituciones daban la espalda.

La princesa Diana lloró demasiado en privado y también en público. Y esto último no estaba bien visto en las monarquías que centran todo su empeño en mostrar una vida modélica y lujosa ajena a los problemas y sin mostrar un atisbo de humanidad, símbolo de vulnerabilidad e inferioridad. Su naturalidad revolucionaria chocó contra los regios muros de Buckingham Palace debido a su cercanía con el pueblo y a su tormentoso matrimonio con Carlos. Una unión fracasada que únicamente se sostenía en papel para guardar las apariencias, pero que ella no estaba dispuesta a soportar.

El triángulo amoroso formado por Diana, Carlos y Camilla le causó a la reina Isabel II muchas noches de insomnio. La monarquía perdía apoyos entre los británicos que esperaban atónitos, a la vez que ansiosos, una nueva entrega en prensa del culebrón real, hasta que el 28 de agosto de 1996 Diana y Carlos separaron oficialmente sus vidas, convirtiéndose ella en la primera princesa no real de la historia en renunciar a la escolta que le proporcionaba los Windsor porque los consideraba espías del bando enemigo, conservar el título de princesa de Gales y su residencia en el Palacio de Kensington para seguir al cuidado de sus dos hijos.

Alejada de ‘La Firma’, como ella denominaba a la familia real que la catalogaba como “mentalmente inestable”, la vida de Lady Di dio un giro radical. Recuperada de sus enfermedades, aunque seguía manteniendo controles permanentes, Diana recurrió a la moda para mostrar al mundo su transformación interna y externa. Ya no había opresiones.

Centrada en la educación de sus hijos y en los compromisos sociales con los más vulnerables, Diana Spencer seguía marcando distancias con los Windsor visitando por sorpresa a personas sin techo o distintas áreas de hospitales -como urgencias, salas de oncología y cuidados intensivos- a los que a veces llegaba acompañada de sus hijos Guillermo y Enrique. Y es que para Diana lo más importante era que los pequeños príncipes “traten de entender las inseguridades, emociones, angustias, sueños y esperanzas de los más necesitados”.

La bautizada como ‘Princesa del pueblo’ fue capaz de romper todos los códigos reales y abrir paso a una nueva forma de entablar relación con la gente que a día de hoy la siguen recordando, pese a que el 31 de agosto de 1997 -en un accidente de tráfico en el ‘Puente del Alma’, en París- Lady Di pagó con su vida el precio de su tan ansiada libertad hace ahora 26 años. Con tan sólo 36 años, toda una vida por delante y muchos sueños por cumplir, murió una princesa y nació un mito.

“Los abrazos pueden hacer mucho bien, especialmente a los niños”, confesó una Diana que maduró de golpe y pasó el resto de su corta existencia deseando volver a su infancia perdida quizá para ser cada día abrazada, comprendida y sentirse querida por los suyos.

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