La taberna de Francisco

25 de septiembre de 2025
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Barbería I Freepik

Las tabernas y las barberías son encuadres propicios para la confidencia. A esos sitios se va aguardando el instante en que no haya demasiados testigos para que el atrevimiento fluya como un agua de fuente que recrea.

Todos los días, a eso de las dos, llegaban a la taberna de Francisco sus clientes de toda la vida. Cleo, su esposa ausente, tenía fama en Veraluz de elaborar las mejores croquetas que Francisco ofrecía con pincho y copa de vino por 1,50 pesetas. El tabernero ya conocía los gustos de cada uno y ni siquiera preguntaba. A sorbos de besalabios se bebían el montilla como si por él corriera lentamente un amor desangrado.

El mostrador era largo y con taburetes de madera que escuchaban las tristezas contadas de la intimidad familiar o el discutir continuo sobre el barrizal de la política.

Sólo dos clientes tenían el privilegio de acceder por dentro del mostrador como si estuviesen en un palco que los distinguiera. Eran los más amigos de Francisco que casi nunca hablaban pero que a la par de su copita sorbían el griterío de los demás como si fuera para ellos el mejor silencio. Luego, al salir ellos, las calles de Veraluz se dolían también de los sueños incumplidos.

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