La reina hizo lo que pudo, y más, para que Fernando el Católico tuviese descendencia con ella. Constaté que de Veraluz le llevaron brebajes con cuernos de elefante y toda clase de cuernos para que el rey dejase la semillita en su vientre. Pero no pudo ser. En el lecho de muerte pidió a su sucesor y nieto, el Emperador Carlos I y V de Alemania que cuidara a su esposa Germana de Foix, viuda y desvalida.
Ciertamente la reina viuda no estaba para ser descuidada y menos ante un muchachón emperador con todo el fuego de una pasión que nadie se atrevía a sujetar. Tanto la cuidó. Tanto aprendieron al anochecer, que tuvieron una hija a oscuras y escondidamente: el nieto con la abuelastra. Pobre niña que en su adolescencia ingresaron en el convento más oportuno para que no revelara “los audios” que, vistas hoy las cosas, podía haber guardado para defenderse.
Los audios de entonces se grababan en el pecho con un alfiler de diamantes aunque de poco habrían servido, como los de ahora, ya que hubiesen visto la luz si el contenido de lo guardado justificaba o no un proceder indecente… Aquella muchacha no dijo ni pío de tanto como sabía y el emperador Carlos siguió teniendo hijos de la propia y con ajenas. Menos mal que era católico.
Pedro Villarejo