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La Policía oía los ladridos de un perro. Dentro estaba la anciana muerta y su hijo mayor

La Policía oía ladridos de un perro. Dentro estaba la anciana muerta y su hijo mayor

Un anciano y su perro, su única compañía. /EP

Tres noticias que golpean los ojos hasta hacerlos llorar en una Navidad en la que nos empeñamos en ser felices

Aunque parezca lo contrario, el ritmo de la vida sigue en Navidad y en ese latido constante se mantiene el goteo de la tristeza que alimenta la soledad. Es verdad que en Navidad algunas noticias duelen más que otras, quizás porque estamos predispuestos a la sensibilidad, y que la muerte o el abandono parecen más crueles, sobre todo si nacen de la injusticia o el desapego.

A mí hay noticias que me duelen todo el año y algunas me golpean en los ojos hasta hacerlos llorar. Quizás soy un trágico o quizás son cosas de la edad, que dicen que a medida que echamos años a la vida somos más de piel fina y estamos dispuestos a la lágrima fácil. No lo sé, pero admito que en estas fechas me gustaría tener la sensación de que todo el mundo se cobija en el cariño y el calor humano.

No es así, lo sé, y la conciencia no se calma con las monedas que le pueda dar al inmigrante de un semáforo, llevando comida a un comedor social o enviando mensajes felicitando las fiestas y el año próximo a gente de la que no me acuerdo el resto del tiempo. Nunca alivian los gestos de compromiso. Tampoco los besos falsos ni lo abrazos robados. Pero los hacemos consuelo para tranquilizar el alma y conformar la mente.

Entre esas noticias que te sacuden y más como digo si suceden en días en los que necesariamente tenemos que ser felices, hay tres que han llegado a las agencias salpicadas entre otras muchas a las que parece que nos hemos acostumbrado, como las guerras salvajes que masacran a miles de personas en Gaza y Ucrania y en tantos otros rincones del mundo de los que ahora no hablamos porque no toca.

Estas son de aquí y en todos los casos son síntomas de una sociedad enferma.

¿Recuerdan a Victoria, la bebé tirada a un contenedor todavía con el cordón umbilical? Siempre nos hacemos las mismas preguntas: ¿Qué tiene alguien en la cabeza para tirar a la basura a su hija recién nacida? ¿Cómo es posible que alguien sea capaz de una atrocidad semejante?

En otro lugar, un par de días después los servicios de emergencia rescataron a dos personas, una de ellas fallecida, de 80 años, de una vivienda en un barrio de Murcia. La otra era su hijo, un hombre de 60 años, que fue trasladado al hospital. Alertó un vecino de que algo sucedía y cuando llegó la Policía se oían los ladridos de un perro en el interior de la vivienda. ¡Qué imagen más triste por Dios! No han trascendido más detalles, pero cuántos casos conocemos de padres ancianos que conviven y cuidan a hijos, también mayores, que tienen problemas mentales o graves deficiencias. Yo alguno que otro y este final no ha sido el único del que he tenido referencias. De puertas hacia dentro de las casas pasan muchas cosas que las instituciones no ven ni quieren ver.

El tercer caso se colaba en las redacciones este viernes, el mismo día que más de media España soñaba con la fortuna de la Lotería de Navidad, esa que, para que engañarnos, a nosotros no nos toca nunca. Relataban las agencias que la Policía Local de Santander había detenido a un menor de 14 años por agredir a su madre durante una discusión en el domicilio de su abuela. La mujer tuvo que ser trasladada al Hospital y atendida de las heridas.

No es lo más grave que ha sucedido esta Navidad. Son solo hechos aislados que tienen de fondo la pérdida de valores y de autoridad de los que hablaba esta semana en este periódico en una entrevista el cura Pedrouve, y las consecuencias de una sociedad en la que anida la injusticia, la soledad y la ausencia de humanidad, donde hay gente sola que necesita ayuda, y personas que han perdido el corazón en el camino por las razones que sean, si es que eso importa.

Mientras, nosotros seguimos con los matasuegras y los estúpidos gorros de papa Noel como si no ocurriese nada a nuestro alrededor o lejos de él, ajenos al dolor y las lágrimas de muchos que escuchan en la distancia músicas de fiesta como si no fuese con ellos. Es que no va con ellos. ¡Qué manera de tapar la culpa!

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