Hoy me asomo a las calles de Veraluz con la lámpara del tiempo en la mirada para valorar nuevamente los sucedidos en un pueblo donde, gracias a la buena memoria de los que quedan vivos, renacen con vitalidad nueva las historias viejas.
Mi bisabuelo Antonio Solís Bioque fue alcalde de Veraluz muchísimos años por el empeño de sus habitantes que veían en él la seriedad personificada y la justicia cumplida estrictamente. A las tres hijas que tuvo, dos casadas, mi abuela Pepa y su hermana Teresa, les inculcó una austeridad franciscana y un seguimiento cabal de las leyes. Hasta el punto de que uno de sus nietos, mi tío Antonio, tenía una afición desmedida a romper los cristales de las farolas con el consiguiente mal ejemplo por ser nieto del alcalde. Mi abuela Pepa, su hija y madre del depredador, se presentaba puntualmente en el ayuntamiento para abonar los desperfectos.
Me cuentan que el alcalde, mi bisabuelo, tenía en su casa una mesa grande con brasero en los inviernos donde todos los que en el pueblo quisieran calentarse tenían cobijo y una copita de aguardiente.