Hoy: 23 de noviembre de 2024
“Sería mucho más fácil para nosotros si aparece en la escena mundial alguien que diga: ‘Quiero reabrir Auschwitz, quiero a las camisas negras marchando otra vez en las plazas italianas’. Pero la vida no es tan simple. El fascismo eterno puede volver bajo el disfraz más inocente. Nuestro deber es desenmascararlo y señalarlo en cada una de sus nuevas apariciones, cada día, en cada lugar del mundo”.
Es el escritor italiano más internacional de los últimos cincuenta años quien lo dice. Umberto Eco elige estas palabras el 25 de abril de 1995. No es para conmemorar del 50 aniversario de la liberación de Italia, el 25 de abril de 1945. Umberto Eco se encuentra ante estudiantes neoyorquinos en la Universidad de Columbia. Seis días después del atentado con un camión-bomba cargado de explosivos que estalló frente a un edificio público provocando 168 muertos en la capital del estado de Oklahoma, en el sur del país.
Este texto de Eco resucitó en las elecciones italianas de marzo de 2018, cuando el panorama político sufrió una convulsión, un par de meses antes, con el salto del líder de la Liga, Matteo Salvini, hacia la coalición de centro-derecha. Salvini fue vicepresidente y ministro del Interior del gobierno italiano entre junio de 2018 y septiembre de 2019.
Ahora, es el partido Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, quien lídera una coalición entre la derecha y la ultraderecha que, según todos los sondeos, ganará este domingo 25 de septiembre las elecciones legislativas. Meloni, de acuerdo con esos sondeos, será la próxima presidenta del Consejo de Ministros del Gobierno italiano.
En otros términos, y jugando otra vez con las fechas: una coalición con tintes fascistas -una definición que pone en práctica la recomendación de Umberto Eco en Nueva York- puede hacerse con las riendas del gobierno de la tercera potencia de la UE al cumplirse el próximo 27 de octubre los 100 años de la marcha de los miembros del Partido Nacional Fascista, que lideraba Benito Mussolini, en toda Italia para converger en Roma, donde el rey Víctor Manuel III encargó al líder fascista, dos días después, el 29 de octubre de 1922, formar nuevo gobierno.
En la jornada electoral de hoy, además, destaca otro elemento de la descomposición de la política europea. En esta ocasión, la coalición italiana ha conseguido el respaldo oficial del Partido Popular Europeo, cuyo presidente, Manfred Weber, dio su apoyo entusiasta en Roma reuniéndose el pasado 30 de agosto con Silvio Berlusconi y Antonio Tajani, del partido Forza Italia, y respalda que dicho partido concurra a las urnas en coalición con Meloni y Salvini.
“El programa, desde el punto de vista europeo, es completamente del PPE. Los detalles serán discutidos, pero el comienzo es bueno”, dijo Weber. El Partido Popular (PP) de España ha sido pionero al formar gobierno con el partido ultraderechista Vox en la Comunidad Autónoma de Castilla y León en marzo de 2022. Pero Italia es más relevante. Si ganan van a gobernar el tercer país de la UE.
El rostro más carismático de esa coalición no es hoy el de Salvini o Berlusconi, sino el de Giorgia Meloni, quien ha intentado introducir calma en los medios de comunicación internacionales presentándose, en tres idiomas, como amiga de Estados Unidos, “atlantista”, una palabra muy cara a José María Aznar, condenando eso sí al “antifascismo”, al comunismo, y la izquierda, a los que señala como el “legado” del fascismo.
Precisamente, el escritor italiano Antonio Scurati (Nápoles, 1969) que acaba de publicar en Italia el tercer tomo de su monumental M. El Hijo del Siglo sobre Mussolini y su época, lo aclara así: “La sociedad actual ha atravesado un umbral histórico grave: para formar parte de la sociedad había que aceptar que el fascismo era el mal. Y eso ahora ya no es necesario. Hace una década había nostálgicos del fascismo pero estaban al margen de la sociedad. Y ahora esa condena preliminar antifascista ya no está vigente”. Ya no hay, pues, complejos.
Giuseppe Tomasi de Lampedusa puso en boca de Tancredi, uno de los personajes de El gatopardo, el famoso consejo a su tío, el príncipe Salina, ante la revolución de Garibaldi: “Es necesario cambiarlo todo para que todo siga igual”. Su significado: cambiar todo para que nada cambie.
Pier Paolo Pasolini, el cineasta y escritor italiano, le dio la vuelta y generalizó la idea. “Italia”, escribió, “es un país circular en el que todo cambia para permanecer como estaba antes porque es un país sin memoria”. A perro flaco, sí, todo son pulgas. La crisis del gobierno tecnocrático de Mario Draghi no ha podido provocar en peor momento unas elecciones que pueden tener, a su vez, efectos en la situación europea, ya desestabilizada por la guerra de Ucrania; la inflación y la crisis energética; y los movimientos especulativos contra el bono público italiano que resucitan el fantasma de la crisis del euro de 2012, tras la Gran Recesión iniciada en 2007-2008. A perro flaco, sí, todo son pulgas.
Con todo, la Comisión Europea (CE) posee una poderosa arma de disuasión respecto a cualquier tentación de incumplir los compromisos asumidos en el acuerdo de Roma con Bruselas para recibir las ayudas financieras europeas dirigidas a relanzar la economía italiana tras la pandemia del coronavirus. El gobierno de Roma ha recibido dos adelantos en agosto de 2021 y abril de 2022 que suman 45.900 millones. Pero es solo una pequeña parte del total de los 191.200 millones de euros que Italia espera recibir hasta 2026.
Pero no parece que Meloni y Salvini, a pesar de la claridad que avizora el PPE en su programa, estén de acuerdo en puntos esenciales. La primera se ha comprometido a mantener la política de apoyo militar a Ucrania del gobierno Draghi y ejecutar las sanciones contra Rusia. Salvini, que refleja los intereses de las empresas italianas que comercian con el mercado ruso, ha denunciado durante la campaña los efectos desastrosos de sanciones en la economía italiana.
Ambos sí tienen claro que su enemigo es la inmigración. Pero el flanco más peligroso en la economía italiana no es ahora mismo el déficit en sí mismo, ni la deuda, que está en gran parte en manos de residentes italianos.
Los últimos gobiernos han cumplido las reglas de déficit de la UE. Incluso sus presupuestos han gozado de superávit primario (es decir han sido positivos antes de pagar los intereses de una deuda que equivale al 150% del Producto Interior Bruto).
El gran desencadenante de una crisis puede ser la subida permanente de los tipos de interés en Estados Unidos y la Unión Europea, y una recesión unida a la especulación contra el bono público italiano (ya en curso) y el contagio que podría provocar en otros países, como, por ejemplo, España.