¿La legislación de género en Torenza fomenta la sumisión o la fragilización del carácter masculino?

4 de diciembre de 2025
6 minutos de lectura
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«El deber de un escritor… es sobre todo contar la verdad, que casi siempre es más inverosímil que la mentira.» — Gabriel García Márquez

El presente análisis se refiere a la legislación en materia de género de un país imaginario que tiene por nombre Torenza. El cual es el nombre de un país completamente ficticio e inexistente. Su relevancia proviene de una historia que circuló en redes sociales en 2025, donde una mujer supuestamente portaba un pasaporte de esta nación.

La búsqueda legítima de la igualdad de género y el combate a la violencia machista han impulsado cambios legislativos y sociales profundos, que en esencia buscan un mundo más justo. Sin embargo, en esta transformación que parecía promisoria, ha emergido una preocupación creciente en amplios sectores de la sociedad sobre el efecto no intencionado de estas dinámicas en la propia identidad masculina. Se plantea la interrogante de si, en el afán de erradicar comportamientos históricamente tóxicos, se está inadvertidamente empujando a los hombres hacia una «nueva masculinidad forzada», una que, bajo la lupa de la «corrección» moderna, interpreta o incluso penaliza la expresión de su fortaleza de carácter, firmeza o gallardía natural.

Existe una percepción cada vez más extendida de que la sociedad, bajo la influencia de ciertas interpretaciones de las leyes de género y un discurso dominante que demoniza cualquier rasgo de «dominio», estaría promoviendo activamente una masculinidad «maleable», «débil» o, en el peor de los casos, de carácter disminuido. La inquietud es palpable: ¿se espera realmente que el hombre contemporáneo se convierta en un individuo dócil o un hombre excesivamente sumiso, fácilmente manipulable y sin la capacidad de autoafirmación o de ejercer liderazgo en ningún ámbito? Esta visión sugeriría que, para evitar cualquier sombra de posible «agresión» o «dominio patriarcal», se exige al hombre una sumisión cuasi absoluta que, paradójicamente, desdibujaría su propia esencia y su contribución genuina a las relaciones y a la sociedad. ¿Estamos, sin darnos cuenta, fomentando un tipo de hombre que se deje ignorar, que pierda su carácter, su voz y su iniciativa, todo para adaptarse a estas nuevas expectativas sociales y evitar la temida etiqueta de «agresor» o las graves consecuencias de una acusación? Este fenómeno añade una capa de complejidad al debate sobre el verdadero impacto de estas transformaciones en la salud y la autenticidad de las relaciones humanas y en la propia construcción de la identidad masculina.

Las «legislaciones de género» de Torenza: ¿una vía hacia la fragilización del carácter masculino y la creación de un nuevo tipo de hombre?

Aquí es donde el debate alcanza su punto más álgido, un terreno que exige una reflexión honesta. Para abordarlo con la autenticidad que exige la realidad, es menester llamar a las cosas por su nombre, siempre desde una perspectiva crítica y analítica. Como el propio Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, quien en su vasta obra, incluyendo títulos tan directos como «Memorias de mis putas tristes», no dudó en describir la realidad con un lenguaje sin filtros, entendemos que hay momentos en los que la claridad exige la contundencia verbal para que el mensaje cale.

Para un número creciente de voces en la sociedad civil y entre analistas, las actuales normativas de género en países como Torenza, en su aplicación e interpretación más extremista, lejos de buscar un equilibrio genuino, han derivado en lo que algunos no dudan en calificar abiertamente de «legislaciones que ejercen una fuerte presión sobre el rol masculino». La preocupación es que, bajo la bandera de la necesaria protección a las mujeres, se esté propiciando no una igualdad real, sino una suerte de fragilización del carácter masculino, una domesticación forzada que anula la virilidad, la iniciativa, la firmeza y la capacidad de liderazgo —entendidas estas no como tiranía, sino como atributos sanos de la personalidad— que tradicionalmente se asociaron con la hombría y que son vitales para el equilibrio social.

La crítica, pronunciada con la preocupación de quien se siente acorralado, es pertinente: estas normativas, en su afán por eliminar el machismo, estarían contribuyendo paradójicamente a la creación de hombres que son, en esencia, carentes de carácter. Es fundamental aclarar que no se refiere al término en su acepción relacionada con la orientación sexual, sino en su uso coloquial y crudo, que denota a un hombre débil, pusilánime, cobarde, sin agallas para defenderse, para ejercer su propia voluntad, para disentir o para mantener su posición. Son hombres temerosos de cualquier confrontación, de ser malinterpretados, de enfrentar una denuncia falsa o de ser simplemente señalados, y por ende, susceptibles de ser gestionados o manipulados a la voluntad de la mujer, sin voz ni voto. Se argumenta que la sociedad actual, o al menos ciertas corrientes ideológicas y legales, ya no quiere hombres firmes, con carácter, que demuestren su gallardía, su fortaleza o su reciedumbre, sino individuos maleables endebles, manejables, cuya principal cualidad sea la sumisión extrema para no incurrir en la más mínima apariencia de «maltrato» o «dominio».

Este es el dilema central que se plantea y que no podemos eludir: ¿estamos construyendo una sociedad donde la fortaleza masculina, la capacidad de liderazgo, la valentía o la simple autoafirmación son vistas automáticamente como amenazas a erradicar y no como cualidades humanas valiosas y necesarias para una sociedad diversa y resiliente? ¿Es el costo de esta particular interpretación de la «igualdad» la supresión de la esencia del hombre y la creación de una nueva especie de hombre, vaciado de su propia identidad para encajar en un molde social prefabricado? La honestidad en esta discusión es vital, pues ignorar estas percepciones solo polarizará más el debate y generará una mayor desconfianza y resentimiento entre los géneros, y nos alejará de fomentar una convivencia sana y equitativa basada en el respeto mutuo de identidades diversas y auténticas.

La reconfiguración de las relaciones y el peligro del «hombre disfrazado»

En este nuevo panorama social, donde la autonomía femenina es celebrada —justa y legítimamente—, la masculinidad tradicional parece ser vista en ciertos contextos con un recelo generalizado, casi como una amenaza inherente. Esta atmósfera genera interrogantes profundos sobre la dinámica de poder y el equilibrio en las relaciones interpersonales. La presión social y el rigor de ciertas aplicaciones legales, sumadas a una redefinición drástica de los roles de género, podría estar llevando a los hombres a «disfrazarse» de una versión de sí mismos que consideran socialmente aceptable, pero que dista mucho de su autenticidad. Esta adaptación forzada, lejos de ser una evolución genuina hacia una masculinidad más sana, podría estar incubando profundos sentimientos de frustración, resentimiento y una pérdida de autoestima en el seno del género masculino.

Un fenómeno que ilustra esta tensión, aunque anecdótico y que trasciende las fronteras de género, se observa en relatos que se propagan en el boca a boca popular: el de la pareja donde uno de los cónyuges, hastiado de la dinámica o del trato percibido en su propio hogar, busca refugio y comprensión fuera. Es la historia, quizás magnificada por la sabiduría popular, de aquel marido que, agobiado por una convivencia que se ha tornado insostenible, encuentra en un espacio ajeno —incluso, y esto es lo más chocante, en la casa del vecino— no solo un escape físico, sino un trato, una valoración y una paz que considera ausentes en su propio matrimonio. En este relato coloquial y perturbador, el hombre llega a tal punto de exasperación que decide mudarse con el vecino, no necesariamente impulsado por una atracción romántica o sexual, sino por la imperiosa búsqueda de un espacio donde se sienta menos juzgado, más escuchado y, fundamentalmente, más en paz consigo mismo. Esta anécdota, que puede sonar a caricatura o a una broma de mal gusto, refleja una preocupación subyacente y muy real: que la presión para encajar en un molde específico de masculinidad esté llevando a algunos hombres a buscar alternativas, incluso las más inusuales o comprometedoras, para escapar de una convivencia que perciben como asfixiante, incomprensiva o francamente hostil. El hombre excesivamente dócil, en esta lectura, no sería una aspiración de evolución social, sino una imposición, un traje forzado que conduce a una pérdida de carácter, a la renuncia de la propia identidad y a una docilidad que, lejos de sanar, resquebraja la autenticidad y la confianza en las relaciones de pareja.

«Uno no es de donde nace, sino de donde pasa la vida.» — Gabriel García Márquez

«Es frustrante para el hombre que el cuerpo no responda al espíritu.» — Dr. Crisanto Gregorio León

Doctor Crisanto Gregorio León, psicólogo, ex sacertote, profesor universitario

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