Los avances tecnológicos provocan inquietud y expectativas respecto a su uso para satisfacer necesidades básicas o secundarias. Desde las civilizaciones hasta hoy la inclusión a los beneficios de la técnica ha sido, en términos generales, para sectores favorecidos de las sociedades, más en el capitalismo en que la ciencia y su aplicación son están al servicio de la humanidad, sino para la ganancia de capital.
El acceso de las mayorías a medios de vida con innovación tecnológica se provocó por dos aspectos.
El primero, porque al inicio los inventos tienen más utilidad para satisfacer necesidades (más valor de uso) y, por tanto, su precio es elevado (más valor de cambio); al tiempo, la fabricación de medios similares con innovación tecnológica y más utilidad operativa tienen más precio y desplazan a los anteriores, estos últimos reducen su precio por que comparativamente tienen menos utilidad o menos valor de uso y de cambio, de ahí que se oferten a la población con menor ingreso económico.
El segundo aspecto es la intervención del Estado en la redistribución de riqueza a través de inversión pública en salud, electricidad, energéticos, vivienda, prestaciones laborales, medios educativos, transporte público o corporativo, digitalización, entre otros; es decir, que sin la intervención estatal en economía y en solución de problemáticas sociales, amplios sectores de la población no tendrían acceso a beneficios científicos y tecnológicos.
Aumento de esperanza de vida y reducción general de pobreza no son resultado del libre mercado, más bien de políticas públicas con impacto positivo para generar bienestar en la sociedad, o justicia social.
Históricamente el capitalismo transita por etapas de aplicación tecnológica que se rebasan o superan por innovación tecnológica progresiva, tanto en bienes y servicios para facilitar satisfacción de necesidades, como en procesos productivos y de comercialización.
La revolución industrial con la máquina de vapor facilitó la producción en serie, siglos XVIII y XVIX; la mecanización de finales del siglo XIX y principios del XX desplazó fuerza de trabajo y redujo costos salariales.
En la segunda mitad del siglo pasado inició la automatización de procesos que exigió más capacitación y calificación, con más eliminación de mano de obra; a inicios de la presente centuria se desarrolló la robotización productiva aún con menos intervención humana; actualmente ya se aplica Inteligencia Artificial (IA) en fases productivas y en sus áreas coadyuvantes:
Planificación, administración, finanzas, inventarios, supervisión, publicidad, logística, ventas, entre otras.
La IA es área de la informática digital, cuya programación algorítmica (matemática) -con enormes volúmenes de datos interactivos- ofrece soluciones óptimas para mayor beneficio a menor costo en procesos productivo-distributivos, capacidad programada que supera en tiempo y efectividad a las decisiones humanas especializadas, más aún, con el antecedente de automatización y digitalización, a través de complejas interacciones de sensores, las resoluciones las operan robots también programados.
Es en las relaciones laborales en que se tienen dudas de beneficios de IA y lo que se prevé es eliminación de puestos de trabajo tradicionales para reducir costos y gastos en la inversión de capital, es decir, para precios competitivos y aumentar ganancias. Inició la transición a una nueva etapa del capitalismo y a un nuevo régimen de acumulación de capital.
Lo que indefectiblemente provocará distorsiones económicas y sociales -como otros regímenes anteriores-, por la reducción tendencial de contratación e ingreso agregado, asimismo menos consumo y, al tiempo, menos niveles de producción, así, amento de informalidad económica y laboral y delimitación de menos población con capacidad de acceso al mercado, o acentuación de clases sociales según nivel de ingreso; habría inversión y crecimiento, el asunto es también impulsar desarrollo económico.
Inclusive, dado que se reduciría recaudación por trabajo, se inicia el análisis sobre impuestos a la IA, por la necesidad de ingresos impositivos para solución de problemáticas sociales provocadas por ésta, sobre todo desempleo e informalidad y sus perversas alternativas.
Respecto a capacitación para nuevas especialidades, países como México están atrasados ante esta nueva tecnología.
Como en otras etapas históricas del modo de producción, los problemas que generará la IA son previsibles y se deberán encontrar soluciones de políticas públicas en coordinación con el sector privado, para capacitación técnica, acceso a sus beneficios y redistribución del ingreso. Esto recién inicia.
Por su interés reproducimos este artículo de José María González Lara publicado en la Vanguardia (MX) – La inteligencia artificial y sus posible efectos