La Cyberspace, 450 toneladas de hierros, era una de las mejores montañas rusas de Europa. El año que fue sustraída, se convirtió en la atracción estrella de la semana grande de Bilbao. Once tráilers se necesitaban para trasladarla. Llevaba dos años de viajes de feria en feria. Sus dueños son los hermanos Fraguas, feriantes acostumbrados desde niños al sacrificio, a no tener un techo fijo, y a la dura rutina de montar y desmontar cada pocos días raíles y tornillos que dan vértigo. Pese a los sacrificios, los Fraguas ganaban dinero con ella. Un día bueno feriado, la taquilla de la montaña rusa se acercaba a los 24.000 euros.
Un juzgado de Bilbao la precintó tras la feria porque pesaba un deuda sobre ella. Y después se olvidó de la montaña rusa. Cuando sus dueños fueron a por ella, nada había en el sitio donde debía estar, a disposición del juez. Aunque parezca mentira, se la habían llevado.
La historia es la siguiente:
Justo el primer día de las fiestas de Bilbao cuatro coches policiales de la Ertzaintza se presentaron en el recinto ferial. Metralletas en mano, recuerdan los Fraguas, y con orden judicial, ordenaron que desde ese momento no tocasen la atracción, quedaba precintada. Junto a los agentes, un grupo de operarios enviados por la firma cobro deudas MSH Mobilien comenzó a desmontarla a toda prisa.
El Juzgado de Primera Instancia número 7 de Bilbao había acordado, como medida cautelar, desmantelar Cyberspace y llevarla a un descampado vallado de Barakaldo (y allí debía estar hasta que hubiese una sentencia que resolviera las diferencias económicas entre el fabricante alemán de la atracción y los Fraguas). El juzgado la precintó sin ni siquiera escuchar antes la versión de la familia. “Jamás me he sentido más impotente”, contó Pedro Jesús, el mayor de los hermanos Fraguas, a quien suscribe esta información, que estuvo en Valencia con él hace varios años, entonces como periodista de EL PAÍS.
La Cyberspace costaba entonces más de dos millones de euros, y hoy su precio ronda los 15. “Cuando llegó la Ertzaintza, teníamos abonado más de la mitad de lo acordado con el fabricante con un contrato de leasing mensual, pero el juzgado nos la quitó y la puso en manos, en calidad de depositario, de un holandés propuesto por MSH que ni vivía en España”, detallaba Pedro Jesús. Esa era la empresa fabricante. Había pleitos entre ellos.
Al instarlarse en las fiestas de Bilbao procedentes de las de Santander los Fraguas nunca pensaron que MSH iba a repetir la jugada de Palma de Mallorca y Pamplona. Es decir, en Palma, una madrugada les robaron el corazón de la atracción, un cuadro eléctrico desde el que se controla todo.
Hubo dos detenidos, y finalmente la policía halló el cuadro. “Eran enviados de MSH, que actuaba en connivencia con el fabricante”, detalla Pedro Jesús. La empresa aprovechó entonces para pedir a un juzgado mallorquín la medida cautelar de desmontar y llevarse la atracción. El juez convocó a las partes y rechazó de plano la petición.
De nada sirvieron los lamentos ante el juzgado de Bilbao. Los Fraguas se hartaron de enviar escritos a la juez, Eugenia Viguri, advirtiéndole del error e instándole a levantar la medida cautelar. Y hacían visitas al descampado de Barakaldo para comprobar que seguía allí. Temían que desapareciera. También otearon al holandés en Mallorca tras ellos.
Tal como se temían los Fraguas (lo habían advertido a la juez en escritos, insistiéndole en que debía apartar al holandés porque no era de fiar), un día acudieron al descampado y allí no había nada. Luego supieron que una tarde noche, el holandés y otras personas metieron los contenedores con las piezas de la atracción en dos barcos, en el Puerto de Santurce, y, sin permiso de la juez ni de nadie, se la llevaron. “Y con ellas, ocho tráilers, que eran nuestros de siempre y no estaban sometidos a litigio”, describió Pedro Jesús.
Tres meses después de acordar el precinto, el juzgado de Bilbao revocó por fin su propia medida cautelar. Pero cuando lo hizo, no quedaba rastro de la atracción ni de los tráilers. Buscó al holandés y tampoco estaba. Cuando meses después le localizó en su país, el holandés se hizo el sueco: dijo que no “recordaba bien lo ocurrido con la montaña rusa, ya que en esas fechas no tenía la cabeza muy bien…”.
Bilbao, Holanda y el Seabreeze Park de Nueva York
Con ayuda de otros feriantes europeos, los hermanos Fraguas supieron que los barcos que se llevaron la montaña rusa habían recalado en Róterdam y en el embarcadero de un pequeño pueblo holandés. Y que, desde allí, la montaña rusa había partido hacia Estados Unidos.
La Sección Cuarta de la Audiencia de Bilbao recriminó la actuación del juzgado, por no evitar la salida de la montaña rusa, ignorar su paradero y haber obviado los avisos de los Fraguas de que la atracción, como así sucedió, podía desaparecer. Recuerda Pedro Jesús con rabia los desprecios que recibía en el juzgado cuando, con sus abogados, iba a comunicar que el holandés era un testaferro del fabricante y que la atracción corría serio riesgo de evaporarse. Y también para reiterarle que el holandés solo había depositado 10.000 de los 30.000 euros de fianza que le impuso el propio juzgado como garante de la atracción. Estaba en el descampado y el holandés era el testaferro del fabricante alemán.
El juzgado abrió diligencias por un delito de robo, pero ya era demasiado tarde. Escondidos entre contenedores en el puerto holandés de Sneeck, los Fraguas hallaron los tráilers meses después. Y en Holanda siguen. Pero de lo realmente valioso, apenas había pistas.
Pedro Jesús conocía la Cyberspace como la palma de su mano. Él ayudó a los ingenieros alemanes en su diseño. La familia tuvo otra montaña rusa, más antigua y pequeña, que vendieron tras adquirir la gran Cyberspace, tipo Spinning Coaster Steel. Desesperado, entraba noche tras noche en Internet buscándola por las ferias del mundo. Por fin la localizó en Estados Unidos. Un grupo empresarial estadounidense, ajeno a los pleitos, la había comprado de segunda mano.
Ya no cree ya en la justicia: “Nunca quiso recibirme la juez”, señala Pedro Jesús. Los ojos del mayor de los Fraguas se empañaron de lágrimas varias veces cuando describía a este periodista cómo era la atracción. Entonces, estaba muy enfadado con la justicia. Le habían robado su gigantesca montaña rusa, nada más y nada menos, sabía donde estaba y poco podía hacer por recuperarla.
“Tuve que vender mi casa y estamos en la ruina”, contó. Sabe que su montaña rusa está en Nueva York, en el Seabreeze Park, con otro nombre y otra pintura, a pleno rendimiento. No quiso ir a verla. Había perdido toda esperanza de recuperarla. Pidió al Ministerio de Justicia 37 millones de indemnización. Llevaba razón, el juzgado tenía la obligación de vigilarla. Pero Justicia no tiene presupuesto para pagar esa cantidad de dinero.
[Esta historia fue publicada en El País por José Antonio Hernández, autor de esta información y ahora director de Fuentes Informadas, en julio de 2016. Forma parte del serial (todavía inacabado y compuesto hasta el momento de unas 40 historias estremecedoras) al que dedicó más de un lustro de su vida profesional. El serial se denomina La Justicia Imperfecta y es un compendio de los más graves errores judiciales y policiales cometidos en España en los últimos 20 años].