Isidro y Miguel Hernández son hermanos, pero comparten mucho más que la sangre porque los dos viven gracias a un trasplante de corazón, uno desde hace 32 años y el otro desde hace 22, todo un hito en la historia de la medicina española. Los dos son ejemplos de lo que supone la generosidad cuando alguien dona los órganos
No es frecuente que dos hermanos pasen por una circunstancia como ésta, a la que llegaron por una cardiopatía hipertrófica de origen congénito que les habría arrebatado la vida de muerte súbita, pero lo es menos que Isidro haya cumplido ya 32 años desde que fue operado en la clínica Puerta de Hierro, de Madrid.
Algo más de una década después su hermano Miguel se sometió también a un trasplante cardíaco en el hospital Reina Sofía, de Córdoba, cuando los protocolos y la medicación habían avanzado considerablemente.
En todo caso, es la pareja de hermanos españoles más longeva de cuantas se han sometido a un injerto cardiaco y, en el caso de Isidro, es ya una bendita excepcionalidad.
Los especialistas admiten que «las cardiopatías familiares que necesitan trasplantes son poco frecuentes», y eso hace que las circunstancias de los hermanos Isidro y Miguel sean excepcionales y que el hospital Puerta de Hierro de la capital madrileña haya seguido y estudiado este caso desde un punto de vista científico.
Aunque con años de diferencia desde que la patología se manifestó, a los dos se les acababa el tiempo.
Generosidad
Cuestión de días, de semanas tal vez, pero sus vidas estaban atadas irremediablemente a un gesto de generosidad, al regalo de una oportunidad que debía nacer de un momento de dolor, cuando la muerte de alguien rompe el alma y justo en ese instante alguien debe decidir si el corazón puede seguir latiendo en otro cuerpo.
Los dos han compartido miedos y la ilusión por la vida, los dos han sentido la cercanía de la muerte y han saboreado la esperanza de un futuro.
Y los dos han recorrido el mismo camino con la complicidad de hermanos que han tenido la oportunidad de una segunda vida y por ello aprovechan cada minuto y cada día para disfrutar de sus familias, de la gente que les rodean y de valorar los pequeños detalles como hazañas imposibles.
Poner una sonrisa
Miguel asegura que cuando se pasa por una situación como ésta «se aprende a relativizar todo, a ponerle una sonrisa a lo que no importa y a valorar lo trascendente, que siempre es tu propia vida y la de quienes te importan».
Los dos saben lo importante que es cada nuevo amanecer, las sensaciones, las emociones… pero sobre todo saben de la infinita bondad de quien es capaz de regalar vida a cambio de nada y hacerlo además cuando el dolor escuece.
Son probablemente el mejor ejemplo que demostraría la grandeza de donar órganos.
Con sus familias, sus hijos y sus trayectorias profesionales, Isidro y Miguel han recibido el regalo de la vida gracias a la generosidad que nace en el momento más doloroso de una familia cuando pierde a alguien. Del dolor de la muerte les llegó la sonrisa de una vida extra.
“Me quedaban seis meses…”
«Desde que me dijeron que me quedaban como mucho seis meses de vida mi única esperanza era un trasplante. Por mi estado de gravedad estaba hospitalizado en Madrid y en la madrugada de un fin de semana de mayo llegó mi oportunidad».
Isidro recuerda que su ilusión era vivir y tener un futuro, y cuando le avisaron para la intervención pensó que en poco tiempo todo podría acabar o comenzaría una vida nueva.
«Nunca perdí la esperanza aunque los días se hacían eternos en el hospital para ver si llegaba mi corazón. Sabía que si perdía la esperanza lo perdía todo».
A pesar de su juventud, Miguel ya estaba casado y con dos hijos pequeños cuando se manifestó la enfermedad y los problemas de salud se agravaron. «Mi estado físico era lamentable, iba como un zombi. Mi mujer hacía lo posible para sostenerme de pie. No tenía fuerzas, no podía caminar, y cuando entré en la lista de espera sabía que era mi oportunidad para salir adelante».
Pensar en la muerte
Se resistía a pensar en la muerte, pero reconoce que era inevitable. Lo mismo le sucedía a su hermano. «Cuando se viven experiencias tan traumáticas como ésta piensas en la muerte más de lo que te gustaría, pero también aprendes a convivir con una realidad que forma parte de nosotros».
Isidro recuerda que en estos treinta años, desde que fue trasplantado, ha visto quedarse a mucha gente por el camino, compañeros y amigos, «y yo siempre pensaba que lo normal es que me hubiese tocado a mí antes que a ellos pero…».
Aunque ha transcurrido mucho tiempo, las imágenes de aquellas horas no las ha olvidado ninguno de ellos. «Recuerdo que una enfermera me gritaba ¡Miguel despierta!, Miguel, despierta! Lo repitió varias veces hasta que abrí los ojos. Supe que estaba vivo y en ese momento solo tenía en la cabeza la felicidad de poder disfrutar de mis padres, de poder jugar con mis hijos, de pasear con mi mujer».
Cuando despertó Isidro su primera intención fue tocarse para comprobar que había sido operado y que todo estaba en orden, porque era posible que alguna intervención se suspendiese en el último momento por algún contratiempo.
Extraña sensación
Recuerda que de hecho él recibió el órgano que iba para otro paciente. «Cuando ya estaba preparado en el quirófano le faltaba una prueba y entonces me llevaron a mí. Primero yo lo despedí a él y después él a mí. La sensación fue muy extraña. Nunca sabré si lo habría conseguido si aquel paciente hubiese tenido esa prueba hecha. Supongo que debía ser así”.
Añade que al despertar de una operación que se prolongó durante más de once horas, vi a mis padres, hermanos y a mi pareja, María José, saludarme a través de una mampara de cristal. Es una sensación irrepetible y más cuando un médico me dejó que escuchase latir a mi nuevo corazón con un fonendoscopio. Todavía quedaba mucho pero estaba seguro que comenzaba una vida nueva para mí».
Isidro y Miguel no olvidan desde entonces ni un solo día que viven gracias a la generosidad de familias que permitieron la donación de los órganos de sus hijos.
El donante
«Algunas veces cuando pienso en esa familia que donó el corazón de su hijo he sentido la necesidad de conocerlos y no sé si ellos han tenido alguna vez el deseo de conocerme a mí, pero sé que fueron muy valientes y generosos”.
Isidro quiere que sepan que lleva treinta y dos años “con una parte de ese joven de 18 años latiendo en mí y que gracias a ello me casé y tengo un hijo, una familia maravillosa, que he podido trabajar y disfrutar de una vida casi plena a pesar de los problemas, y que ahora tengo la esperanza de llegar a viejo y abuelo, y seguir disfrutando de cada minuto de la vida que recibí de regalo. Cuando se dona un órgano esas familias deben pensar que un hombre o mujer podrá ver crecer a sus hijos o que un joven podrá estudiar y tener futuro. Eso debe ser gratificante. No podemos evitar la muerte pero sí podemos evitar enterrar o incinerar órganos que pueden salvar vidas».
Miguel se ha imaginado mil veces cómo sería su donante y ha tratado de sentir el inmenso dolor de sus padres por la muerte del hijo.
«Cuando dijeron sí a la donación del corazón dijeron ‘sí, que Miguel viva, que pueda ver crecer a sus hijos y disfrutar de su familia y gracias a ese gesto puedo vivir, amar, sentir, reír o llorar… incluso en el peor momento de vida, cuando mi ángel murió y pude cuidar de ella hasta el final».
Nuevo comienzo
Sabe que cada día es un nuevo comienzo y es consciente del valor de la ciencia médica y de la suerte de vivir en un país como éste. «Mi cardiólogo me decía que tenía que hacer ejercicio diario, caminar, evitar infecciones y tener una buena alimentación y todos los días camino una media de ocho kilómetros. Me mantiene en forma física y mentalmente, y me cuido todo lo que puedo y más porque sé que recibí el regalo de la vida y debo cuidar de ella».
«A mí –dice Isidro– mis médicos me dijeron: hemos invertido mucho cariño en ti, así que ahora tu sal a la calle y devuelve lo que has recibido a la sociedad porque tienes mucho que dar».
Isidro y Miguel lo hicieron durante más de veinte años, uno como empleado de banca, y el otro como agente forestal hasta que un ictus, un coma diabético y hasta un cáncer de riñón los obligaron a dar un paso atrás y tomarse la vida con más calma. Eso sí, la cocina sigue siendo la pasión de Isidro y cultiva el arte en celebraciones «a las que no puedo decir que no».
Complicidad de hermanos
Isidro y Miguel tienen una complicidad especial. Cada vez que se ven o que hablan lo primero que se preguntan es «¿cómo vas?» La respuesta es siempre la misma: «¡Estamos vivos y tenemos a nuestras familias, no podemos pedir nada más». Y nada menos.
*Este artículo ha sido galardonado con un accésit en el Premio Nacional de periodismo ‘Luis Portero a la Promoción del Donante de Órganos y Tejidos en Andalucía’, que cumplen ya su edición vigesimoquinta. El premio lo convoca la Consejería de Salud y Consumo, a través de la Coordinación Autonómica de Trasplantes del Servicio Andaluz de Salud de la Junta de Andalucía.