La ciudad menos pensada

30 de diciembre de 2024
4 minutos de lectura
La ciudad menos pensada
Un joven camina por la calle de una gran ciudad 'aislado' por sus auriculares. /FI

Cuando caminé por las distintas ciudades buscando lo perdido vi hombres y mujeres insensibles, autómatas, con sus oídos tapados con auriculares por donde recibían sonidos de otros mundos…

La pregunta es clave: ¿Una ciudad puede caber en una manzana? 

Me presento: soy la reencarnación matemática de una trinidad humana. Me conocen como Elon, pero no tengo interés que me conozcan a mí. Solo quiero demostrar la presencia de Alan Mathison Turing en el paso de esas estrellas, las que no dejan rastros en las pantallas. Las que pasan por las cabezas de cada persona llevándose todo lo almacenado, las que dejan huecos, las que desorientan.

Me atribuirán en este texto una trayectoria imposible de demostrar, repetirán frases como si fueran mías, y contarán miles de historias insensatas y contradictorias con mi naturaleza. Nada de eso tendrá valor a la hora de encender un dispositivo para satisfacer necesidades que nunca hubo cuando esos huecos cerebrales no existían.

Cuando caminé por las distintas ciudades buscando lo perdido vi hombres y mujeres insensibles, autómatas, con sus oídos tapados con auriculares por donde recibían sonidos de otros mundos, iban vestidos para no tener contacto alguno con el aire ni la luz, y con gafas que distorsionaban los colores. Me di cuenta, lo doloroso que iba a ser mi tarea. Sin embargo, seguí, elegí por donde caminar, erré mil veces erré, y me llené de errores, así rescaté un puñado de documentos públicos fidedignos, y otros, que no tenían buena reputación. Los útiles y los otros, en conjunto, sirvieron para avalar la descripción del alma de estos hombres que se han exiliado de la naturaleza por el solo hecho de dejarse llevar por el viento de la inmediatez.

La fugacidad no los dejó narrar sus vidas, por ende, tampoco comprender qué mundo fue asignado para ellos.

En principio, debo decir, que, en Londres, quedaron vestigios del Turing suicidado, no del luminoso que encandilaba, que seducía, que lo hacía todo más simple.

Atravesar la bruma

Caminar por las calles londinenses es atravesar la bruma de la soledad, y el espejo no te devolverá lo que fuiste.

Lo sucedido en plena hecatombe global pasó dentro de cada ser y en esa catástrofe fue difícil darse cuenta qué sucedía realmente en cada manifestación individual, cada vez que aparecía un cuadro febril, una reacción alérgica, una intoxicación, un cuadro de astenia, una reacción psicótica.

Caminé por calles oscuras que tenían luminarias. Tuve varias veces sensación de riesgo, qué podía pasarme algo, pero al cruzarme con siluetas vacías me percaté que el peligro era otro. Cómo vivir sin hablar. Me detuve frente a una de las siluetas y me paré enfrente para que se detenga, por intenté preguntándole a otras antes y ninguna se detuvo. Esta sí, le pregunté si estábamos en el barrio Newham. Sin hablar, se fijó en su teléfono, en el google maps y movió la cabeza negativamente, me esquivó y siguió su marcha. Quedé observándola, y me dije, qué pasó, qué encuentro tan raro, qué será; y podría afirmar, que le había molestado que le interrumpiera su marcha. Creo no haber escuchado su voz, ni que me haya mirado.  Era un yo mismo, como todas las siluetas que crucé en el trayecto. Para saber si era correcto la dirección que tomé para llegar a destino acudí a una máquina instalada en un centro de información distrital, y la máquina me habló, me dio todos los datos necesarios y me contuvo animosamente dentro de mi incertidumbre. Me dije, —gracias Alan Turing—.

Salí del centro tan satisfecho que pensé: —qué bueno, no escucharemos más los chillidos de los árboles atrapados por el fuego, ni el viento cuando sopla a destiempo, ni el canto desesperado de los pájaros, no veremos más el rostro que dibuja la tierra cuando soporta largas sequías, no veremos más su color diluyéndose en la baba de la agonía, no nos daremos cuenta que el sol ya no calienta sino quema, y que el frío mata; pero tendremos máquinas agradables y exactas que nos proveerán lo que necesitamos en el momento exacto que lo necesitamos—.

Proceso deshumanizante

Alan Turing, su máquina y Christopher Morcom son protagonistas de este proceso deshumanizante, pero tan o más alucinante que cualquier hierba alucinógena natural.

Las ciudades tienen calles anchas o angostas según la percepción que tengan esas siluetas que cruce a lo largo de la caminata que me demandó casi una hora. En el trayecto, aunque iba preocupado por encontrar mi destino, me di cuenta que se produce un fenómeno increíble con las siluetas que pueblan las calles de las ciudades en estos tiempos. Vi que a medida que se alejan se unen, se comprimen, pero no se toleran, y como es inevitable la situación, la mayoría se deprime, y se abrazan a las paredes, se echan al suelo o hacen lo que pueden.

A pesar de todo, y gracias a la máquina del centro de información distrital llegué a destino.

Esencial aporte de Turing

II

Los algoritmos de Turing intentaron detener la barbarie como se experimentó en la Segunda Guerra Mundial. Fue un programa de rescate anómalo que no tuvo como finalidad la deshumanización, ni acortar la vida, aunque los vencedores terminaron aferrados al olvido.

Desde aquel conflicto militar global que se desarrolló entre 1939 y 1945, el aporte que hizo Turing sigue siendo esencial. Demostró de qué manera el cuerpo de cada una de las 7.730.000.000 (sí, siete mil setecientas treinta millones) de personas fallecidas, afectadas o sobrevivientes, se acomodaron a los desafíos. No obstante, los administradores globales trabajaron deliberadamente para que su manzana —que aseguran era gris— se pudriera en la mediocridad, pese a dejar a medio término sus desafíos de vivir sin Dios, de modificar el azar cósmico y de saber si una ciudad cabe en una manzana.

*Pedro Jorge Solans es escritor y periodista argentino

3 Comments

  1. Un relato sobre lo que se pensaba que sería un improbable futuro, y que sin embargo ha llegado más allá de lo que podía imaginarse. Lo que vino lo hizo para quedarse. El hombre por fin es bien recibido por las máquinas.

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