‘La ciudad que se sabe’: el manifiesto vital de un alcalde argentino para una comunidad con identidad

7 de noviembre de 2025
3 minutos de lectura

Frente a la lógica del mercado que convierte a los pueblos en marcas, el intendente elige hablar de comunidad, paisaje y confianza

En el marco de la 2ª Feria Internacional del Libro de Villa Carlos Paz, el intendente Esteban Avilés de esa ciudad presentó su libro La ciudad que se sabe, (Editorial Corprens) una obra que trasciende los límites del género político para instalarse en el territorio de la reflexión ética y cultural.
Más que un texto de gestión, el libro propone una filosofía del habitar: un modo de entender la ciudad como espacio sensible, donde la identidad, el paisaje y la convivencia se funden en una poética de la comunidad.

Su eje es un decálogo —o mejor dicho, un manifiesto en diez líneas— que condensa la experiencia de una ciudad que aprendió a pensarse más allá de la temporada turística.

  1. No somos un producto: somos una comunidad con identidad.
  2. El paisaje es ley: límite que habilita.
  3. La plaza es la casa sin techo: se decide y se cuida.
  4. La juventud no espera turno: delibera y ejecuta.
  5. La economía derrama cuando compra cerca.
  6. La salud no empieza en la guardia: empieza en el barrio.
  7. La cultura no se estacionaliza: se respira.
  8. La norma sin hábito es papel; el hábito sin norma es azar.
  9. La transparencia no es propaganda: es confianza.
  10. El turista es bienvenido cuando la ciudad se reconoce en su propia vida.

Cada línea podría ser leída como una consigna cívica, pero también como un verso político. No dictan órdenes: abren sentidos. Avilés reescribe el lenguaje del gobierno en clave de pertenencia. Frente a la lógica del mercado que convierte a los pueblos en marcas, el intendente elige hablar de comunidad, paisaje y confianza.

La ciudad como conciencia colectiva

Desde su primer principio —“No somos un producto”— el libro establece su distancia con el pragmatismo neoliberal y plantea una visión del territorio como bien común.

“El paisaje es ley”, afirma en la segunda línea, y con ello enuncia una ética ambiental que se convierte en norma moral y política: el respeto al entorno natural como fundamento de la identidad colectiva.

Hay en el texto un tono humanista y existencial que remite a las tradiciones más profundas del pensamiento argentino: de Sábato a Scalabrini Ortiz.
Como ellos, Avilés entiende que el desarrollo no se mide sólo en cifras, sino en vínculos, en la calidad de la mirada que una comunidad tiene sobre sí misma.

Una poética de la convivencia

“La plaza es la casa sin techo” y “La cultura no se estacionaliza: se respira” resumen un ideal de ciudad abierta, participativa, donde el espacio público recupera su sentido de encuentro y deliberación.

El libro también interpela a la juventud —“no espera turno: delibera y ejecuta”— y reivindica la acción colectiva como motor de renovación social. Esa mirada atraviesa todo el texto con un tono sobrio, sin demagogia, pero con sensibilidad política. No hay consignas partidarias ni tecnicismos: hay lenguaje ciudadano, que dialoga con la gente más allá de los despachos.
Política, ética y destino común

En su noveno principio, Avilés escribe: “La transparencia no es propaganda: es confianza.” La frase, tan breve como contundente, funciona como clave del libro. No hay confianza sin comunidad, ni comunidad sin identidad.

El texto, entonces, se convierte en un manifiesto coral que reivindica la política como acto de cuidado y reconocimiento mutuo.

Una ciudad que se sabe y se piensa

La presentación de La ciudad que se sabe selló un momento de madurez cultural para Villa Carlos Paz.

En la última década, la ciudad ha logrado consolidar políticas de Estado orientadas al rescate de su patrimonio artístico, a la proyección internacional de su feria del libro, y al fortalecimiento del Bosque de la Poesía, que hoy vincula a más de 25 países.

En ese contexto, el libro de Avilés no es sólo una reflexión: es la síntesis de una práctica. Un llamado a pensar la ciudad no como un espacio de paso, sino como una comunidad que respira, se cuida y se reconoce en su propia vida.

En tiempos donde las urbes tienden a fragmentarse y la política se diluye en la superficie, La ciudad que se sabe propone volver al principio: saber quiénes somos para imaginar juntos hacia dónde ir.

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