Cabalgaba su pensamiento por las antesalas del aire. Decidió no apellidarse Cepeda por si acaso alguien la señalaba como nieta del judío toledano, comerciante rico, que fue limpiando su sangre casando a sus hijos con una estirpe de cristianos viejos y así quedar ellos limpios también, de paso. Cuando Teresa de Jesús, eligió Ahumada, el apellido de su madre, que recordaba cómo sus antepasados supieron defenderse de los ataques musulmanes bajo el humo de los campos quemados, para ser carmelita en la Encarnación y Reformadora luego en su monasterio avileño de San José, advirtió a sus monjas:
“Recordad la casta de dónde venimos”… Seguramente la santa se estaba refiriendo a la casta espiritual de hijas del Resucitado, aunque nunca perdió de vista la casta judía de su familia de la que, aunque en silencio, se sentía orgullosa. Proclamarlo suponía aventar el avispero y suscitar un peligro inquisitorial del que nunca se sintió libre hasta el final: “Por fin muero hija de la Iglesia”.
Desde muchos siglos antes de Jesucristo, los judíos desconfían de todo y de todos porque su historia es la de una interminable persecución… ellos, tampoco han sido inocentes.