Todo lo que se mueva en nuestro mundo pensante o ejecutado ha de pasar por el crisol de las izquierdas extremas, la mayoría exentas de dar un palo al agua y muy festivaleras en eso de ajetrear voluntades. Justifican lo injustificable y van todos juntos, desde sus grandes seguridades económicas, a la cacería verbal de aquellos que, siendo trasgresores, no son los únicos. Y nunca dejan libre su cuello del pañuelo palestino.
Los artistas son los únicos que nunca han hecho mal al mundo, declamaba André Gide, refiriéndose a los verdaderos artistas que enjuician la vida más allá de las posturas de su conveniencia, mostrando y demostrando el sentido de la verdad por encima de las ideologías. Albert Camus huía de ellas como de la peste y declinaba cualquier valoración manipulada por ideologías de tan absurdos resultados.
Ellos saben siempre más que nadie, y no precisamente por intelectuales, sino por desvergonzados. Si la mayoría de países buscan la paz y presentan alternativas, nuestra izquierda extrema señala que es una imposición de parte… Han conseguido que el Presidente de Gobierno del que ellos forman parte también discrepe. Son como niños.