En Madrid ocurre de casi todo. Y también lo inaudito. No han trascendido muchos datos de este espantoso suceso, sobre el que ha abierto diligencias el Juzgado de Instrucción 24 de los de la plaza de Castilla de Madrid, pero tras él subyace una agresividad extrema, fuera o no inicialmente consentida.
El pasado martes, una chica, de unos 35 años, fue hallada por transeúntes en una calle de la capital, prácticamente desnuda, que gritaba ayuda. Los viandantes la arroparon y avisaron a la policía.
La chica, solo con una braguitas cubriendo su cuerpo, lloraba y decía que habían querido matarla a latigazos.
Distintas partes de su cuerpo, nalgas, trasero y espalda, también el vientre, presentaban explícitas marcas de latigazos.
La joven contó a los transeúntes, mientras llegaba la policía, que el propietario de un piso cercano, del que había podido huir a la carrera, en un despiste de su fustigador, la había sometiendo a tales latigazos de supuesto tinte sexual que, en un descuido, huyó de la casa porque empezó a temer por su vida.
Le decía que por favor parara y el seguía y seguía…
El juzgado 24 de Madrid, el que se ha hecho cargo de la investigación, está investigando en este momento los pormenores de lo acaecido.
Según contó a la policía la chica, conoció a su agresor en un bar al que ella iba de vez en cuando.
Comenzó un ligoteo entre ambos y él la invitó a que le acompañase a su casa cuando terminara su jornada laboral.
Indicó la chicha que, una vez en la casa, empezaron un escarceo amoroso y que ambos se desnudaron.
En un momento determinado, cuenta, el chico se metió en una habitación y salió de allí, desnudo, con un látigo en la mano, escenificando un acto de sadomasoquismo no consentido.
Y comenzó, ella estaba también desnuda, a darle latigazos despiadados. Ella le pedía que parase, que le estaba haciendo mucho daño y dejando señales en su cuerpo, pero el, enloquecido de placer, continuó y continuó.
La joven corrió por la casa y él detrás de ella, látigo en mano.
En un descuido de él, la chica abrió la puerta, desnuda, y echó a correr escaleras abajo, hasta que logró alcanzar la calle. Pidiendo ayuda.
Los transeúntes la miraban atónitos. Varios le preguntaron qué le sucedía. Fue cuando la joven explicó que fue a casa de un camarero al que había conocido en un bar y que esté, sin permiso, empezó a fustigarla sin tregua con un látigo de tamaño medio.
Los agentes, llamados por los transeúntes, escucharon a la chica y subieron al piso del agresor, y se lo llevaron detenido, y a ella, a un hospital para que la explorasen y atendieran las señales de los latigazos.
Al camarero se le ha abierto un procedimiento judicial, de momento por lesiones. Y habrá que estudiar si cabe incluir una agresión sexual con violencia.
Ella decía una y otra vez que llegó a temer por su vida, pero no aclaró si ambos acordaron mezclar el sexo con una sesión de sadomasoquismo o lo del látigo fue un impulso unilateral del agresor.
Según un aficionado a este tipo de prácticas sexuales, es habitual que las víctimas encuentren placer cuando son golpeadas. Y que el ritual, aún habiendo pedido que cesen los latigazos, pasa también porque el agresor continúe, «porque esa situación de desobediencia e insumisión también genera placer».
De momento, el posiblemente acabe en un juicio por lesiones contra él. se analizará si también concurrió agresión sexual y retención ilegal, según fuentes jurídicas.
Sea como fuere el rito, lo cierto es que agredir con un látigo, o con el utensilio que sea, a persona que pide que se la deje en paz, es un delito muy grave.
Y el camarero, que fue detenido y se enfrenta a una causa judicial grave, tendrá que responder de su alocada y esperpéntica acción ante el Juzgado de Instrucción 24 de Madrid, según fuentes de las partes en este proceso.
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