En plena selva amazónica del Perú, en una de las regiones más castigadas por la pobreza extrema, la violencia estructural y la minería ilegal, el sacerdote español Ignacio María Doñoro ha consagrado su vida a una causa que trasciende fronteras: la restitución de los derechos más esenciales de la infancia. Su proyecto, el Hogar Nazaret, se ha convertido en un faro internacional de esperanza y dignidad humana. Su labor, profundamente alineada con los valores que reconoce el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional, es una muestra palpable de que la cooperación solidaria, el desarrollo humano y la fraternidad global no son solo aspiraciones, sino realidades alcanzables.
Ordenado sacerdote en 1989, Doñoro de los Ríos cuenta con una trayectoria marcada por el servicio en zonas de conflicto como Bosnia o Kosovo. Sin embargo, fue en 2002, tras rescatar en El Salvador a un niño víctima del tráfico de órganos, cuando decidió dejarlo todo para vivir con “los más pobres entre los pobres”. Ese momento cambió su vida y forjó el camino que hoy lidera en el Hogar Nazaret.
Fundado en 2011 en Madre de Dios, Perú, este hogar es mucho más que un refugio: es un ecosistema terapéutico que acoge a niños y adolescentes en situación de abandono, explotación o extrema vulnerabilidad. Allí se restituyen derechos fundamentales como el acceso a la identidad, la protección, la salud física y mental, la educación y, sobre todo, la dignidad personal. El modelo de atención es integral y holístico: incluye asistencia pediátrica, intervención psicológica y neuropsicológica, educación formal, desarrollo deportivo, formación espiritual y acompañamiento hasta la inserción universitaria. Muchos egresados ya cursan estudios superiores, algunos incluso en universidades europeas gracias a becas completas.
Actualmente, el Hogar Nazaret cuenta con seis centros en la región de San Martín: dos para niños en Carhuapoma, dos para niñas en Bellavista, una escuela de fútbol y un nuevo centro en construcción en José Pardo. Todo ello está gestionado directamente por Doñoro de los Ríos, quien decidió abandonar su carrera militar como capellán para vivir con los niños y niñas, compartiendo su día a día, sus heridas y su sanación. Lo ha hecho incluso bajo amenazas de muerte, poniendo su vida en riesgo por la de ellos.
La vida y obra de Ignacio María Doñoro reflejan de forma ejemplar los valores que el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional promueve cada año:
En un mundo fragmentado, marcado por conflictos, desigualdades y discursos vacíos, la figura de Ignacio María Doñoro emerge como símbolo de acción transformadora. Su vida y su obra nos recuerdan que la cooperación internacional no es solo tarea de grandes organismos, sino también de personas valientes que, desde la periferia, están escribiendo silenciosamente la historia de un mundo más justo.