Adriana Smith, una enfermera de 28 años, fue declarada con muerte cerebral en febrero. Desde entonces, su cuerpo siguió respirando, no por decisión médica ni familiar, sino por mandato legal: en el estado de Georgia, las leyes antiaborto obligaron a mantenerla conectada para proteger la vida de su feto.
La madrugada del viernes 13, Smith fue sometida a una cesárea de emergencia. Su bebé, Chance —nombre cargado de esperanza—, nació con menos de un kilo de peso. Se encuentra en cuidados intensivos, luchando por vivir. La familia espera que logre sobrevivir. Y que, tras ello, se le permita a Adriana descansar, según una información publicada en Diario de Yucatán.
Desde 2022, tras el fallo de la Corte Suprema que eliminó el derecho constitucional al aborto en Estados Unidos, Georgia implementó una de las leyes más restrictivas del país: prohíbe interrumpir un embarazo desde el momento en que se detecta actividad cardíaca en el embrión, es decir, desde la sexta semana. En este contexto, el cuerpo sin vida de Adriana fue legalmente obligado a seguir gestando.
Según el testimonio de su madre, April Newkirk, la familia quedó atada de manos. No pudieron decidir si mantenerla con soporte artificial. No pudieron iniciar el duelo. No pudieron despedirse.
El caso ha levantado una ola de indignación y reflexión en todo el país. ¿Debe la ley obligar a un cuerpo muerto a gestar? ¿Quién tiene derecho a decidir sobre esa frontera invisible entre la vida, la muerte y la maternidad?
Adriana era enfermera. Sabía de ciencia, de cuerpos, de sistemas vitales. La ironía trágica es que su conocimiento no sirvió para evitarle este final.
Chance —“Oportunidad”— es el nombre del bebé que lucha por sobrevivir en un hospital de Miami. Su nacimiento ocurrió porque la ley así lo determinó. Su vida, ahora, queda en manos de la medicina, el amor familiar y el destino.
Y mientras tanto, Adriana Smith, la madre que ya no está, sigue conectada. Su cuerpo vacío ya no tiene más razones para resistir, más que una: despedirse, por fin.