Enciendes la consola para jugar Call of Duty, donde gana la mejor estrategia militar. Acumulas victorias. Pero como recompensa, recibes insultos.
«La furia se sale de control», comenta Alex Gómez, un jugador apasionado. Ali Skinfield, otro gamer, explica que la competitividad deriva en entornos hostiles y tóxicos.
Los defensores de esta idea sostienen que la exposición a la violencia digital actúa como un «entrenador» de dinámicas agresivas, según recoge El Excelsior.
Algunos estudios señalan que los videojuegos violentos se relacionan con mayores niveles de agresión física en jóvenes y niños, según Behavioral Sciences. La exposición marca pautas de comportamientos agresivos, como la intimidación, conforme a un metaanálisis de Media Psychology. Y que jugar videojuegos violentos se asocia con la reducción de la conducta pacífica y la empatía.
En contraste, otras investigaciones no hallan relación directa, un metaanálisis en Psychology International concluye que los videojuegos, violentos o no, tienen efectos mínimos en el aumento de la agresión. Un estudio en Frontiers encuentra que las tendencias agresivas aumentan cuando los jugadores pierden en un entorno competitivo. Además Molecular Psychiatry no mostró cambios en la agresión tras dos meses de juego intensivo en adultos.
Existe evidencia de que los videojuegos violentos son un factor de riesgo que puede aumentar la agresión, especialmente en adolescentes.
Asimismo, la socióloga Margarita Mantilla Chávez advierte de los efectos aparecen si no existe un entorno familiar seguro. Mientras que el psicólogo Néstor Fernández Sánchez añade que los gráficos dinámicos generan una conexión emocional que te hace sentir «dentro» del escenario.
Ali considera absurdo culpar a los videojuegos:
«Otros entretenimientos audiovisuales, como el cine o los cómics, también son violentos y no son satanizados»
Mantilla coincide. Explica que culpar a los videojuegos de generar violencia es una afirmación prejuiciosa:
«Los juegos violentos no trastornan la mente de las personas, mucho menos si existen redes de apoyo. Pero en contextos de violencia y abandono pueden ser detonadores de conductas agresivas»
La psicóloga Alejandra Buggs es categórica:
«No existe una relación de las causas directas entre jugar videojuegos violentos y cometer actos violentos»
Explica que la violencia está ligada a factores estructurales como la desigualdad o la exclusión.
Para Fernández Sánchez, el verdadero efecto depende del hogar, la educación y la capacidad del jugador para diferenciar entre ficción y realidad:
«El peligro es mayor en la infancia y adolescencia, etapas donde la identidad y la regulación emocional aún están en desarrollo»
Buggs señala que los comportamientos agresivos surgen cuando confluyen factores como la dificultad para regular emociones, como la ira; experiencias de trauma o violencia familiar; y pertenencia a entornos sociales donde la agresión se normaliza.
En agosto de 2018, un torneo del videojuego Madden NFL en Florida se tiñó de sangre. David Katz disparó contra sus oponentes y luego se suicidó. Más tarde se supo que tenía problemas de ira. Alex reflexiona:
«La gente con problemas en casa, en su mente, o en su ambiente, cae en comportamientos violentos. Controlarlos depende del nivel de madurez»
Mantilla advierte que en algunas comunidades gamer puede aparecer la desensibilización frente a la violencia.
El abuso de los videojuegos también causa problemas de salud. Entre ellos: falta de sueño, irritabilidad y aislamiento. Buggs y Fernández Sánchez destacan otras consecuencias del exceso de horas frente a la pantalla como la agresividad temporal, irritabilidad y tensión; y la dificultad de concentración y poca empatía, si el jugador no distingue entre realidad y ficción.
Ali, sin embargo, recuerda que la cultura gamer también tiene su lado positivo: “Crea relaciones amorosas, hermandad y unión entre los jugadores”. Pero Fernández Sánchez reconoce que los videojuegos pueden mejorar la concentración y estimular la creatividad.
Ali rechaza la propuesta de un impuesto a los videojuegos: la considera «absurda y carente de fundamentos». Tanto él como Alex Gómez coinciden en que deben estar regulados.
La clave está en fomentar un consumo crítico y supervisado, especialmente en menores de 16 años. Los videojuegos violentos no son la causa única de la violencia. Son un factor de riesgo que, combinado con otros, como la falta de control de impulsos o un entorno social desfavorable; puede influir en la conducta agresiva.
Mantilla recomienda la supervisión parental y la verificación de que los juegos sean adecuados a la edad del menor. Los psicólogos también sugieren establecer pausas regulares y hablar de las experiencias negativas mientras se juega. También elegir juegos cooperativos, narrativos o educativos, y limitar los tiempos de juego y complementarlos con otras actividades.
La evidencia no es concluyente para establecer un vínculo directo entre videojuegos y violencia. El origen se encuentra en factores sociales y psicológicos. Así, como la prioridad, coinciden los expertos, debe ser la supervisión y la educación.