Hoy: 23 de noviembre de 2024
El viernes trece de octubre de 1933, día en que Federico García Lorca llega a la Argentina, el prestigioso diario LA NACIÓN de Buenos Aires trae en su página dieciocho estas palabras de bienvenida:
“Llegará hoy a Buenos Aires Federico García Lorca, joven que ha alcanzado ya la fama vasta y la consagración respetuosa. Es, en España, uno de los exponentes más representativos, quizá el más, de su nueva literatura, moderna e inquieta. Se le admira por la originalidad de su estilo, por la elegancia de su forma, por el jugo, con entraña de tierra y de raza que destila su pensamiento. Poeta de renombre desde hace ya algunos años, se hizo luego hombre de teatro; y la rápida y amplia difusión que da el triunfo escénico hace que, quizá ahora, y sobre todo entre nosotros donde acaba de estrenarse su última pieza, se le considere y se le conozca más en este aspecto que en aquél”.
“El romancero gitano lo lanzó firme a la publicidad y le atrajo la consideración de todos los jóvenes, que vieron en él un portaestandarte de su modernismo. Publicó después Poemas del cante jondo. Acusó desde su aparición un nuevo sentido de los temas gitanos y andaluces. Logró la estilización sin perder el sabor popular. Algunos de sus versos, como el Romance de la casada infiel, tiene la belleza de una pequeña obra maestra y el aliento de un poema accesible. Por eso gusta tanto a los inquietos como a los moderados, a los sapientes como al público”.
Aquella fecha el diario destacó también entre sus páginas:
Lo más relevante que acontece en España el 13 de octubre es el cambio de los gobernadores civiles de provincia. En Granada — ¡en su Granada!— ha sido nombrado don Manuel Asensi. Y en la página cuatro de LA NACIÓN, una noticia que hará temblar a los republicanos españoles:
“Los ex-diputados agrarios de las Cortes se reunieron esta noche bajo la presidencia del señor Martínez de Velasco, y nombraron una comisión que se encargara de redactar las bases de una unión de las derechas”. . .
Federico García Lorca vive en Granada, donde él mismo ha dicho que todo es tan pequeño, donde se mira al mundo a través de los visores de una celosía, donde se construyen torres “más para palomas que para campanas”. Encontrarse ahora con la magnificencia de Buenos Aires supondría un aturdimiento provinciano para el poeta que ya había sufrido en Nueva York la imponente soledad de las agujas:
Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
Quiero llorar diciendo mi nombre,
rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,
para decir mi verdad de hombre de sangre
matando a mí la burla y la sugestión del vocablo.1
Nueva York es una ciudad hacia arriba, no hacia el cielo, sino puesta de pie, para que la gente se vaya acostumbrando a pasar la eternidad sin poder acostarse, para que la gente se vaya acostumbrando a la frustración de ver tan cerca las estrellas y no poder tocarlas. Buenos Aires, en cambio, es una ciudad construida hacia la llanura para que todos, alguna vez, al salir de sus casas puedan encontrar el río. En Buenos Aires hay río para todos, y todos se asoman a él para quitarse el orgullo. Buenos Aires, cuando llega Federico García Lorca, es una ciudad tumbada al sol con la indispensable altura de sus pechos, una ciudad cerca del campo, donde cuesta poco trabajo ir en busca de la guitarra.
En el puerto están esperando a García Lorca sus amigos. Entre ellos Gregorio Martínez Sierra, aquel empresario del fracaso en el Eslava, Lola Membrives y su marido y. . . sus tíos de América: el tío Francisco y la tía María, que no se dejaron en Granada las gesticulaciones exageradas de los andaluces ni el pañuelo grande que empapa las emociones. A todos atiende, saluda, como sonámbulo, Federico García Lorca. Y con los periodistas, allí mismo se excusa:
Perdónenme ustedes. Es que yo, cuando viajo, no sé quién soy. Es lo que yo llamo inquietud de llegada y partida en la que la gente lo va llevando, arrastrando de un lado para otro, y uno, aturdido, responde maquinalmente y se deja llevar, ausente de todo lo que le rodea”.
Estas declaraciones fueron publicadas por LA NACIÓN al día siguiente de su llegada, con el encabezamiento que da nombre a este capítulo: LLEGÓ ANOCHE FEDERICO GARCÍA LORCA. En el mismo diario, enredado aún por la sorpresa de la bienvenida, el poeta sigue diciendo:
A mí lo único que me interesa es divertirme, salir, conversar largas horas con mis amigos, andar con muchachas. Todo lo que sea disfrutar de la vida, amplia, plena, juvenil, bien entendida. Lo último, para mí, es la literatura”…
Francisco García Lorca, con benevolencia de hermano, decía que Federico tuvo cierta inclinación a creerse muchas cosas de las que contaba. Para él era mejor soñar que vivir. En una ocasión le manifestó a otro periodista que el deporte que mejor practicaba era el tenis y, según su hermano, jamás había empuñado una raqueta.
NOTAS
1.- O. C. I, pág. 490