El bonapartismo de Jorge Mario Bergoglio

23 de abril de 2025
4 minutos de lectura
El Vaticano.

¿Fue un éxito el Papa Francisco? La única forma de saberlo es quién saldrá al balcón como el próximo Papa. ¿Será alguien que continúe ese legado, que cruce la puerta que abrió el Papa Francisco, o será alguien que la cierre? David Gibson, Centro de Cultura y Religión, Fordham University

«La necesidad tiene cara de hereje» es la versión popularizada de necessitas caret leges. Quien tiene necesidades carece de ley. Góngora (Córdoba, 1561) añade con ironía en Dineros son calidad (1601) aparte de cara de hereje, la necesidad también tiene fe de hereje. Para buena parte del establishment conservador de la Iglesia y de sus correspondientes feligreses, Francisco ha sido un papa herético. Si su “herejía” o manera de ser deja huella y continuidad, más allá de sus palabras, está por ver.

La tarea de elegir a su sucesor recaerá en el Colegio Cardenalicio. Tras el consistorio de diciembre de 2024, Francisco ha nombrado a 110 cardenales de los 135 que ahora decidirán quién va a ser el nuevo Papa. Aunque sería exagerado creer que ese Colegio es una especie de comité central soviético hecho a su imagen y semejanza. En este sentido, puede ser reveladora, para quien todavía no la haya visto, la película El Cónclave .

El 10 de febrero de 2013, Josep Ratzinger, el papa Benedicto XVI a quien llamaron el rotweiler de Dios convocó un consistorio para resolver tres causas de canonización, y dejó a todos perplejos, al declarar: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.

Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.

Diecisiete días más tarde, el 27 de febrero de 2013, en la víspera de su renuncia, ante alrededor de 100.000 personas, Benedicto XVI, a buen entendedor, pocas palabras, lo dijo: “Amar a la Iglesia significa también tener la valentía de tomar decisiones difíciles, teniendo siempre presente el bien de la Iglesia y no el de uno.”

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, dimitió porque, según sus propias palabras, escritas dos meses antes de su muerte en diciembre de 2022, y conocidas en enero de 2023, después de su fallecimiento, sufría de insomnio desde agosto de 2005 unos meses después de suceder a Juan Pablo II.

¿Qué le quitaba el sueño? Pues su incapacidad para conjurar el Diablo que unas veces con la forma de la corrupción en el Banco Vaticano y otras con la de la pederastia había sumido a la cúpula gobernante de la Iglesia en una crisis siempre reprimida y cuyas costuras no daban más de sí. Benedicto XVI abrió las puertas confesando esa incapacidad para reformar la Iglesia y, por tanto, legó de hecho a su sucesor la tarea de abordar el desafío de decir, lo que en su carta de dimisión llamó “gobernar la barca de san Pedro”.

Francisco tenía muñeca, una palabra muy familiar al presidente socialista chileno Salvador Allende. Había congeniado con círculos nacionalistas argentinos, y si bien no era peronista, su afición a la llamada doctrina social de la Iglesia lo emparentaba con Juan Domingo Perón cuyo contenido incorporó a sus gobiernos.

Ante la pérdida de feligreses en América Latina y en Europa, el trasvase a otras religiones y la crisis de la Gran Recesión de 20067 y 2008, la más severa desde la Gran Depresión de 1929, el Papa Francisco trazó su hoja de ruta en una sociedad mundial afectada por las grandes desigualdades y la concentración de la riqueza.

Su muñeca mediática le permitió ir de palabra mucho más allá de lo que en términos de reorganización y gobernanza se planteó. Su olfato político
El evento más importante impulsado por Francisco, que aún se mantiene vigente en toda la Iglesia, es el Sínodo sobre la Sinodalidad, eso que Albert Sáez ha llamado en estas páginas una de las “bombas racimo” que lanzó. O el “abandono de la monarquía absoluta como forma de gobierno”. Vaya, lo que algunos consideran como el evento más importante desde el Concilio Vaticano II.

Este implicó el debate de temas que preocupaba a Francisco, como la crisis de refugiados, el cambio climático y la participación de los laicos en la Iglesia. Miembros del clero y laicos dedicaron varios años a debatir y escuchar las perspectivas sobre una compleja gama de temas. Todos ellos están sobre la mesa desde antes de la llegada de Donald J. Trump a la Casa Blanca, pero ahora con mayor virulencia.

Cinco cardenales conservadores expresaron su inquietud sobre el Sínodo en 2023: insatisfechos con las respuestas recibidas del Papa Francisco, hicieron públicas sus preocupaciones. Mientras tanto, voces progresistas en la Iglesia criticaron el documento final. Porque Francisco no se jugó a fondo como se esperaba de él -porque él mismo así lo alentó – para promover la posición de las mujeres o el lugar de los católicos LGBTQ en la Iglesia.

La personalidad de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, fue el resultado de la influencia italiana en esa década tan decisiva de la Argentina moderna de los años veinte (del siglo pasado) en el carácter de los argentinos. Labia no le iba a faltar. Pero del dicho al hecho ha quedado mucho trecho.

E intentó el equilibrio hasta el final -una especie de bonapartismo bergogliano- lo que se pudo comprobar en los minutos que dedicó, poco antes de morir. al vicepresidente norteamericano James Vance, a quien en principio no deseaba recibir.

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