JOSCHKA FISCHER
Ya es evidente que el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos inaugura un proceso de reordenamiento histórico. Una de las primeras y mayores víctimas de las políticas de Trump es la relación transatlántica, que ha sido el ancla del orden global desde que surgió de la victoria de los Aliados sobre la Alemania nazi en 1945 (y que había sido reforzada después de 1989 con la victoria de Occidente en la Guerra Fría).
De modo que el reordenamiento actual (lanzado con poca o ninguna preparación) será en gran medida a expensas del Viejo Continente. Mientras los europeos enfrentan el regreso de la guerra a sus fronteras, con los combates que se desarrollan en Ucrania, el nuevo gobierno estadounidense al parecer anhela el regreso a las Américas de las tropas estadounidenses desplegadas en Europa. ¿Qué será de nosotros? Los europeos tendremos que responder esa pregunta solos.
Que nadie se equivoque: Estados Unidos se está yendo de Europa. Tal vez todavía no se haya decidido una retirada total, pero todos los indicios apuntan a ese desenlace; de modo que los europeos tenemos que actuar como si fuera a ocurrir.
Además, al alejamiento de Estados Unidos se suma su renuncia al papel de potencia garante y principal mercado de un sistema mundial de libre comercio. La agresión económica que ha lanzado en forma unilateral contra amigos y socios comerciales ya ha desequilibrado el orden económico mundial. El proteccionismo ha sustituido al libre comercio, y las pérdidas van en aumento. El mundo se encamina a un sistema de bloques comerciales basados en aranceles, que será espejo de los nuevos bloques geopolíticos del siglo XXI.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa Occidental se ha refugiado bajo el paraguas de seguridad de los Estados Unidos. Los países que la conforman compartían valores favorables a la democracia y a la economía de mercado, adoptados por casi toda Europa tras la Guerra Fría. Pero la inminente retirada de Estados Unidos pone a los europeos ante una situación radicalmente distinta.
Debemos prepararnos para un futuro en el que estaremos atrapados entre una Rusia imperial y agresiva y un Estados Unidos en el que ya no se puede confiar. Esto implica responder a la pregunta fundamental planteada por este punto de inflexión histórico: ¿estamos dispuestos a hacer lo necesario para transformarnos en una potencia viable por derecho propio?
Si la respuesta del pueblo europeo es afirmativa, la mecánica de la soberanía europea (sus fundamentos militares, políticos, fiscales, económicos, tecnológicos y científicos) tendrá que pasar a primer plano. Soberanía implica confiar en la propia fuerza y en la propia voluntad política.
Estamos experimentando no sólo una convulsión geopolítica, sino también un terremoto tecnológico y económico. La revolución digital y el ascenso de la inteligencia artificial tendrán amplias consecuencias para todas las economías y sociedades y afectarán también las multifacéticas relaciones que las vinculan.
En este contexto disruptivo, el único modo en que los Estados-nación europeos tradicionales podrán seguir el ritmo y prosperar será uniéndose para expresar una voluntad política compartida. Por separado, todos son demasiado pequeños para la tarea (incluso el más grande, Alemania).
Las presiones externas que enfrentamos son innegables. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, sigue librando una guerra contra Ucrania y amenazando al resto de Europa del Este. La administración Trump no ha mostrado más que desdén por Europa, y al parecer está decidida a infligir más daño económico a Estados Unidos y sus socios comerciales. En tanto, China está lanzada en una campaña propia de desarrollo de IA y equipamiento militar de avanzada.
Todas estas presiones seguirán creciendo en los próximos meses y años. Pero los europeos todavía tenemos capacidad de acción. Podemos convertir esta difícil situación en una oportunidad para reconstruirnos. El desafío implica superar las viejas fuentes de resistencia interna y externa, preservando al mismo tiempo la diversidad de nuestras identidades.
No podemos desperdiciar esta oportunidad. Trump y Putin no son los padres fundadores que habríamos elegido para este momento, pero es lo que tenemos. Europa debe reafirmarse como potencia soberana y seguir adelante valiéndose por sí sola. Es la única alternativa para los europeos, a menos que prefieran un futuro de cobarde servilismo.
Tenemos que establecer la disuasión militar, crear las condiciones dinámicas necesarias para la digitalización y la innovación locales, instituir un mercado único de capitales y movilizar alguna forma de voluntad política compartida y las instituciones necesarias para ponerla en práctica, sobre la base de valores democráticos comunes. En resumen, tenemos que unir a Europa como una potencia libre y soberana. Si no lo hacemos, estaremos a merced de actores externos que estarían encantados de ver a Europa desintegrarse y hundirse en un estado de debilidad y sometimiento perpetuos.
*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Joschka Fischer, publicado En El Nacional.