Mis amigos no fueron los héroes que vinieron a rescatarme, sino los compañeros que se sentaron a mi lado mientras yo aprendía a encontrar mi propia esencia.
No necesitaba frases grandiosas ni soluciones mágicas; simplemente estaban allí, presentes y constantes.
Tampoco descalificaron ni aprobaron mis acciones, solo lograron que me escuchara a mí misma.
Recuerdo los días en que la risa y la alegría eran nuestra conexión, pero fue en los momentos de oscuridad y cansancio donde descubrí el verdadero valor de su amistad. No me exigieron ser fuerte ni me pidieron que sonriera cuando no podía. Solo estuvieron, sin condiciones ni expectativas.
Su presencia fue mi consuelo, mi apoyo y mi fortaleza. En sus ojos encontré comprensión y en sus palabras, calma. No cambiaron mi camino, solo lo iluminaron con su increíble personalidad. Y en ese simple “estar” encontré la paz que no sabía necesitaba.
Gracias por ser esos amigos que no buscan brillar, pero que encienden la luz para que no extravíes el paso. Gracias por quedarse, por escucharme y por ser quienes son. Porque, si bien procuraron que yo no lanzara el primer golpe, cuando fue necesario se cercioraron que fuese tan contundente que fuera el último.
Hoy sonrío de nuevo, y en gran parte sé que es gracias a ustedes, porque cuando mi mundo se desmoronaba y yo miraba en blanco pusieron los pinceles para que pudiese seguir coloreando mi espacio seguro… de nuevo.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación.
*Por su interés reproducimos este artículo publicado en Diario de Yucatán.
Hermoso reconocimiento a los que de verdad nos acompañan. Los auténticos amigos nunca están ausentes. No importan la distancias.