Quo vadis Europa? Tal es la pregunta que las personas sensatas de nuestro Continente se plantean hoy, alertadas e inquietas. Y lo hacen al escuchar a la ex ministra de Defensa de Alemania, Ursula von der Layen, 66 años, presidenta de la Comisión Europea, anunciar sin rubor alguno que los europeos van a ver cómo por decisión de ella se distraen 800.000 millones de euros de las políticas sociales, comerciales y ecológicas continentales. Y todo para engrosar, mayormente, los arsenales y los bolsillos de los marchantes locales de armas.
¿Es esta la contribución europea a la paz, paz comprometida en Ucrania, país fuera de la Unión Europea y de la OTAN, enfrentado a la Federación Rusa con armas hasta ayer mismo estadounidenses? ¿Dinero es todo lo que el Viejo Continente, florón del mejor Occidente, matraz de Civilización y de Cultura, de Arte y de Pensamiento, ofrece para hacer frente a la incontenida sangría de una guerra alentada por la zona más oscura arrogante y belicista de la zona incivilizada, inculta, insensiblemente zafia y de pensar romo de la otra cara del también denominado Occidente?
La ex ministra alemana ¿se ha percatado, siquiera un momento, de la evidencia de que esta guerra -para la que no pide paz alguna sino rearme milmillonario- resulta letal para la Europa que ella dice representar y que, de momento, ya ha llevado a la peor recesión imaginable a su querida Alemania, preludio de una cadena de recesiones de otros numerosos Estados europeos?
¿Ha dicho algo, ha investigado algo la Unión Europea que Úrsula von der Layen preside, sobre la voladura del gaseoducto Nord Stream que acarreaba gas siberiano bueno y barato hacia el país germano, garantía de su pujanza industrial, atentado aquel que truncó de cuajo la florecida prosperidad alemana, locomotora de la prosperidad continental?
Haciendo dejación del protagonismo europeo sobre el destino veterocontinental, ¿cómo ha permitido Bruselas que un país hoy voluntariamente fuera de la Unión Europea como el Reino Unido, protagonice ahora, como siempre anheló aunque ahora ya abiertamente, su pregonada hostilidad militar antirrusa en Ucrania, con los riesgos que ello puede arrostrar?
Algunos opinadores mucho temen que esta señora desconozca la historia europea contemporánea e ignore que la política exterior británica ha sido cocausante, con la de sus primos transoceánicos norteamericanos, de casi todas las tribulaciones geopolíticas en África, Asia y América del Sur, que han estremecido nuestro mundo desde los estertores de la Segunda Guerra Mundial.
¿Olvida quizá que esta contienda fue iniciada en el Este de Europa, como también lo fue la Primera Gran Guerra, señaladamente en la franja continental donde los pensadores geopolíticos de su anglosfera situaron el eje o bisagra del poder mundial, entre el Báltico y el Mar Negro? Dejar que los británicos vuelvan a intentar hegemonizar ese estratégico corredor es de una irresponsabilidad geopolítica manifiesta, ya que presenta las mismas garantías para la paz como la de dejar en manos de un voraz zorro a cargo de la pacificación de un gallinero poblado por suculentas gallinas.
Hablando de gallinas, es hora de pedir cuentas a algunos de los políticos europeos, expertos en gallear, y a sus fideicomisarios de Bruselas sobre las irresponsabilidades belicistas en las que incurren desde hace demasiado tiempo. Europa ya derramó suficiente sangre propia, 100 millones de víctimas desde la guerra franco-prusiana de 1870 hasta la Segunda Guerra Mundial de 1939 y no admite más efusión de sangre en el continente.
Es necesario que los eurócratas más torvos, succionadores insaciables de las soberanías estatales europeas y emisores de toneladas de legislación gris, reparen en que defender a países extracomunitarios de los enemigos de estos no puede hacerse arruinando a los países comunitarios mediante gastos megalómanos como los 800.000 millones de euros anunciados por frau/doña Von der Layen.
Están obligados a buscar la paz de otra manera que la de echar mano de la chequera nutrida por las contribuciones de cada europeo de países de la UE. Si no han sido capaces de crear una autonomía estratégica, militar y securitaria para Europa, en términos racionales, civilizados y realistas, por cebar su propia hostilidad y abandonarse en los brazos del hoy abiertamente cuestionado aliado estadounidense, que espabilen y pergeñen cómo contribuir a acabar con la guerra que desangra a los pueblos ucraniano y ruso y que arruina a todos los europeos cuyos dirigentes parece que solo entienden de guerra, negocios y de rearme.
Es más necesario que nunca que el rearme europeo sea argumental y que por la vía diplomática se ofrezcan fórmulas de paz llevaderas y sensatas. Europa no puede ser la vanguardia militar, la persona interpuesta, contra rusos y chinos, de los intereses estadounidenses, cuyos ejércitos llevan demasiados años siendo derrotados y sus gobernantes atrincherados en su aislacionismo a salvo por los dos océanos que flanquean el extenso país norteamericano.
Que Washington nos deje a los europeos calibrar si estamos o no condenados a enemistarnos secularmente con nuestros vecinos euroasiáticos o más bien, averiguar si sería mucho más satisfactorio que nos llevásemos bien con nuestros socios de la zona oriental del continente.
Eso si sería lograr la autonomía estratégica de Europa y no la de rebosar los arsenales de armas carísimas y, a la postre, inútiles. Rusia es el país más grande el mundo, 34 veces la extensión de España.
China, 19 veces. Convertirlas en sendos estados fallidos, como tantos paranoides británicos y estadounidenses acarician aún hoy, no solo es una estupidez sino que además es imposible. Será mejor entenderse con ellos que ir a hurgarles la entrepierna o mejor aún, transformar Europa en el poder arbitral mundial, que mitigue las fricciones entre Estados Unidos y los grandes Estados euroasiáticos.
El olvido paulatino de la vocación social de la Unión Europea no podía llegar a otro término que al del belicismo, el mismo ismo que practican los grandes modelos capitalistas ultraliberales, en clave industrial y en clave financiera. Hasta que no se despedacen entre ellos mismos, que es lo suyo, a costa de precarizar a los sectores asalariados, en general, y obreros en particular, no pararán de hostigarse para dejar a uno solo de ellos como hegemón de turno sobre la escena.
¿Cual es hoy el principal enemigo de la Unión Europea? ¿La Federación Rusa, que desde 1990 hasta 2022, 32 años, no avanzó un milímetro fuera de sus fronteras hasta que, a partir de 2014, Moscú percibió que la decisión de hacer ingresar a Ucrania en la OTAN, acariciada y aleccionada por Washington y Londres, implicaría la instalación de misiles occidentales de largo alcance en la frontera con Ucrania, lo cual constituiría una amenaza existencial contra la Federación Rusa? ¿O bien desde la inepta Bruselas se sitúa hoy la principal enemistad en el presidente norteamericano, al que afean el leerle la cartilla en la Casa Blanca al presidente ucraniano, que no parece saber más cosas que la de pedir dinero y armas a vecinos y forasteros, seis años sin oposición viable ni elecciones, sin el menor gesto democrático hacia los propios nacionales?
¿Esperaban acaso que un presidente zafio, emocionalmente exaltado, de descontrolados impulsos y pesetero profesional, iba a regalar zalamerías al ucraniano y aceptar nuevos envíos de dinero y armas a fondo perdido? ¿Hay alguien que en Europa informe a sus dirigentes de quién y como acostumbra mandar Donald J. Trump? ¿Alguien de la élite europea fue capaz de salirle al paso, en la reciente cumbre de Múnich, al arrogante vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, que osó dar lecciones de libertad de expresión y de democracia a los allí reunidos, sin tener en cuenta la retirada de credenciales para cubrir informativamente la Casa Blanca a periodistas y agencias de noticias norteamericanas “que no comparten la visión” del presidente Trump, mentor antidemócrata de un intento de golpe de Estado con el asalto al Congreso estadounidense el 6 de enero de 2021?
¿Qué trato cabe dar desde Europa a Vladimir Putin: el de un “asesino sanguinario”, como lo definió el senecto expresidente Joe Biden, saludador de cortinajes, o el de un dirigente político que percibe el dogal que la OTAN tendió alrededor de su cuello, el antiguo glacis de seguridad fronterizo a Rusia, instalándose la alianza militar occidental, contra lo pactado con Moscú, en Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, República Checa, Hungría, Rumania y Bulgaria, amén de la otanista veterana, Turquía, Estados casi todos ellos fronterizos con la Federación Rusa?
Parece que muchos presuntos políticos y analistas euroamericanos olvidan que Rusia ya no es un país comunista, hecho que permitía explicar la rusofobia de los líderes de países capitalistas durante la Guerra Fría. Pero hoy, Rusia figura entre los países caracterizado por exhibir, en términos económicos y financieros, todos los distintivos de los sistemas capitalistas, corrupción incluida, a excepción, como en China, de un bastidor estatal y planificador aún potente. Lo cual demuestra que la rusofobia es anterior y posterior al período comunista soviético, mucho antes de que los bolcheviques desalojaran del poder a aquel zar, Nicolás II, gemelo de su ingrato primo el rey de Inglaterra, Jorge V, que no movió un dedo por su familia rusa.
Esa rusofobia tiene su origen remoto, siempre actualizado desde Londres, por haber sido Rusia históricamente la potencia continental más poderosa, contra la cual la insular potencia marítima británica destilaba todos sus celosos rencores geopolíticos. Sin embargo, conviene saber esto y permítaseme el inciso, ya que, en la Guerra Fría, todavía poco estudiada, hay serios indicios de que Londres y Moscú mantuvieron un acuerdo secreto para impedir la plena hegemonía mundial de los Estados Unidos de América.
Y ello porque, por razones diversas, ni Inglaterra ni la Unión Soviética deseaban acrecentar la fortaleza estadounidense puesto que, cuanto antes se encumbrara el país norteamericano, más pronto se desvanecería el imperio británico y más ardua confrontación encararía la URSS con su rival capitalista. Ninguno de los grandes novelistas de tramas de espionaje, los Le Carré, Green, Ambler, Mailer… se atrevió a admitir o siquiera a imaginar esta teoría, tan explicativa de tantas contradicciones geopolíticas.
Por cierto, han tenido que pasar varios años, desde que desde estas páginas este opinador formulara, como hipótesis, ahora comprobada, que las supuestas simpatías de Donald Trump hacia Vladimir Putin tienen por finalidad desalinearlo de China, aliada de Moscú desde la Conferencia de Shangai, de 2001, en la que Moscú y Pekín trenzaron una estrecha alianza y restañaron sus heridas, abiertas por Mao Zedong y por Richar Nixon al comienzo de los años 70 del siglo pasado.
Al parecer, China quiere la paz en Ucrania, como Rusia también la desea, siempre y cuando ello no implique dar oxígeno a Estados Unidos para prepararse e ir a una confrontación abierta, incluida la militar, contra el régimen y el pueblo chino. ¿Es Taiwán el principal objetivo que el Pentágono se plantea ya para iniciar su ofensiva contra China, habida cuenta de los pactos suscritos por Washington con países ribereños del mar de China?
Con todo, los principales problemas de Europa están en Europa. La conversión de la Unión Europea en un espacio de paz, cierta prosperidad y libertades, principal meta conseguida durante décadas por los europeos, se ve hoy conculcada y transformada en un escenario de sumisión al palo de la OTAN y a las desbocadas tendencias guerreristas de sus prebostes, los Rute, Stoltenberg y tantos otros. El rearme propuesto por Von der layen satisface los deseos de Trump de incrementar las contribuciones europeas a la defensa continental, antes sufragadas casi al completo por Washington. Nada hay de autonomía geoestratégica en tal escalada armamentista en clave europea.
Además y sobre todo, nos va a llevar de pechos a los europeos a una confrontación incontrolada con China -¿a qué obedecen, si no, los 800.000 millones de euros en armas?- , no bien nos puede llevar antes a una guerra con Rusia por cuenta del Reino Unido, ya con la zarpa puesta sobre Ucrania, con el aplauso de los dirigentes franceses, alemanes y de la Unión Europea.
A todas estas derivas, la única alternativa que cabe ofrecer desde Europa es, primero, escuchar la voz de los europeos y luego, dar satisfacción al impepinable deseo generalizado y profundo de la Europa sensata y civilizada, que consiste ni más ni menos que en la paz. Elijamos nosotros a nuestros amigos y a nuestros enemigos, pero no dejemos que, desde fuera, se nos impongan. Y mucho menos aún imitemos las escaladas armamentísticas de quienes llevan guiando al mundo, a Europa también, hacia donde nunca quisimos ni debimos ir.