Cada vez más educadoras infantiles españolas están emigrando a Alemania ante la falta de oportunidades laborales en su país. Estefanía, Gemma, Gloria y Paloma son solo algunos ejemplos de profesionales que han decidido abandonar España tras años de esfuerzo formativo y frustración laboral. “Es otro mundo. El sueldo no tiene nada que ver con el de España y aquí de verdad te sientes valorada”, cuenta Estefanía Quiza, una joven de La Coruña de 28 años que trabaja desde hace seis meses en un centro público en un pueblo de Frankfurt. Según relata, ha sido acogida como una más “desde el minuto uno”.
En España, aseguran, la situación es desalentadora. Las plazas en escuelas infantiles públicas son escasas y sólo se accede mediante oposición. Las privadas también ofrecen pocas vacantes, muchas veces con condiciones precarias. “Cuando acabas los estudios, lo más probable es que termines trabajando de monitora o en cualquier otro puesto que no tiene nada que ver con tu vocación”, denuncian. Estefanía relata que incluso se sacó un curso de religión —requisito habitual en escuelas concertadas— y ni siquiera así logró entrevistas. “Volvemos al punto de la frustración”, lamenta.
Las críticas también se centran en el enfoque pedagógico español, que consideran obsoleto. “En España siguen usando fichas y métodos anticuados que no benefician al niño”, apunta Estefanía. En contraste, en Alemania destaca el aprendizaje a través del juego, sin fichas ni pantallas en las edades más tempranas. “Se centran en el desarrollo integral del niño, incluyendo habilidades cognitivas, motoras y sociales”, añade. En ese sentido, también resaltan las mejores condiciones laborales: ratios más bajas y al menos tres educadoras por cada 20 niños.
Una de las claves de esta transformación personal y profesional ha sido HELMECA, una empresa de intermediación que facilita la integración de educadores españoles en centros alemanes. Desde 2012, más de 1.000 profesionales han conseguido empleo en más de 300 escuelas a través de sus programas. “Gracias a ellos, hoy puedo hacer lo que siempre quise hacer”, afirma Estefanía, que antes de emigrar trabajaba en una joyería porque no encontraba salida como educadora.
Gemma García, de Albacete, también se vio obligada a emigrar. Con 26 años, lleva tres meses en Alemania. “Me sentía estancada”, confiesa. Aunque logró trabajos relacionados con la infancia, fueron siempre en el ámbito del ocio y tiempo libre, sin estabilidad ni proyección. “Te preparas unas oposiciones, inviertes tiempo y dinero, y aun sacando buenas notas no consigues nada o te llaman tres días al mes”, critica. En su nuevo destino, trabaja en un Kindergarten (jardín de infancia) con niños de 3 a 6 años, donde ha sido bien recibida pese a la barrera del idioma.
A pesar de las dificultades del idioma, Gemma resalta que el sistema alemán le permite avanzar rápidamente. “Vas notando que hablas mejor y te comunicas con más soltura”. También valora que en Alemania “nunca se trabaja más de lo que marca la ley” y que “el trabajo no te lo llevas a casa”. Su salario actual, además, ya supera al que recibiría en España con su experiencia. Asegura que no contempla regresar salvo por motivos personales: “Laboralmente, no hay comparación”.
Gloria Bretones, de Almería, emigró hace dos años tras preparar oposiciones durante cinco sin éxito. “En España sólo puedes ser maestra a través del proceso de oposición, y aún aprobando, te piden más requisitos: idiomas, máster, tiempo de servicio…”, lamenta. Gloria finalmente aceptó que no tendría un futuro laboral en España y decidió marcharse. Actualmente trabaja en un centro público con condiciones laborales “muy buenas” y “plena libertad para desarrollar sus propios proyectos pedagógicos”.
Para Gloria, el enfoque educativo alemán es “mucho más innovador”. Allí, dice, los niños “aprenden jugando” y desarrollan autonomía desde pequeños. Aunque no descarta volver algún día, solo lo haría si “cambia todo el sistema educativo español”. La distancia con su familia es lo único que le hace dudar. “España debería replantearse su manera de valorar y tratar a los profesionales de la educación infantil”, afirma.
Paloma Moya, sevillana, trabaja en una escuela concertada de la Cruz Roja de Baviera. En su experiencia, el sistema español está plagado de precariedad. “Se trabajan más horas de las que marca el contrato, esa es la picaresca española”, denuncia. Paloma también cree que el talento no se valora lo suficiente en España, mientras que en Alemania las educadoras tienen contrato indefinido desde el principio y un sueldo digno. “La diferencia salarial es abismal”, sostiene.
Preguntada sobre un posible regreso, Paloma lo resume con claridad: “No pido ganar lo mismo que en Alemania. Con tener estabilidad y poder vivir de forma independiente, ya sería feliz”. Como ella, muchas educadoras infantiles sienten que tuvieron que dejar su país para poder ejercer su vocación. Lo que encuentran en Alemania no es solo una oportunidad laboral, sino también el respeto profesional y la calidad educativa que en España, aseguran, sigue siendo una deuda pendiente.