«Esta es nuestra fe»

7 de diciembre de 2025
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«Porque yo recibí del Señor lo que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan… Y todas las veces que coman este pan y beban de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que él venga.» (1 Corintios 11:23, 26)

I. La declaración que trasciende el tiempo y la razón

En el corazón de la liturgia eucarística, cuando el sacerdote, habiendo pronunciado las palabras de la institución sobre el pan y el vino, eleva el cuerpo y la sangre de Cristo, se detiene y proclama: «Este es el misterio de la fe» o, como se traduce comúnmente en la aclamación del pueblo, «esta es nuestra fe». Esta brevísima sentencia no es un simple intermedio; es la declaración dogmática que condensa la columna vertebral del cristianismo.

La fuerza de esta frase reside en su naturaleza de confesión pública y activa. Es un acto que exige una respuesta inmediata del creyente, quien replica: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!». Se trata de un quid pro quo divino: Dios se hace presente bajo las especies sacramentales, y la comunidad responde con una adhesión total al plan de salvación.

II. El fundamento bíblico: la noche de la institución y el mandato

Para comprender la raíz de esta expresión, debemos dirigirnos a la Sagrada Escritura, fuente primaria de la tradición. La Eucaristía tiene su origen en el Evangelio, específicamente en los relatos de la Última Cena.

El mandato apostólico (1 Corintios 11:23-26): El apóstol Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, es la fuente más explícita y temprana de la enseñanza eucarística:

«Porque yo recibí del Señor lo que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan… y de igual manera, tomó el cáliz después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban, háganlo en conmemoración mía».»

La frase paulina «Todas las veces que coman este pan y beban de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que él venga» (1 Co 11:26), es el fundamento escriturístico directo de la aclamación litúrgica. La fe que se proclama es la del Misterio Pascual: la muerte y la resurrección de Cristo. La Iglesia, al declarar «Esta es nuestra fe», está obedeciendo el mandato bíblico de proclamar (anunciar) el sacrificio de Cristo.

El sello de la alianza (Lucas 22:20): La mención de la «Nueva Alianza» en la Sangre de Cristo es crucial. Esta nueva alianza, profetizada por Jeremías (Jr 31:31-34), es el pacto definitivo sellado no con tinta, sino con el sacrificio mismo de Dios. La fe confesada es, por tanto, la aceptación de un pacto eterno de amor y salvación.

III. La tradición cristiana: la transubstanciación y el dogma

La frase «Esta es nuestra fe» es la puerta de entrada al concepto teológico de la transubstanciación, desarrollado y consolidado a lo largo de la Tradición de la Iglesia.

  1. Presencia real: Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia atestiguaron la creencia en la presencia real de Cristo en el Sacramento. San Ignacio de Antioquía (siglo I), por ejemplo, combatió a los docetas (que negaban la realidad de la carne de Cristo) afirmando que la Eucaristía es «la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la cual padeció por nuestros pecados.»
  2. El concilio de Trento (Siglo XVI): Este concilio formalizó la doctrina de la transubstanciación (cambio de sustancia), declarando que, por las palabras de la Consagración, la sustancia del pan y del vino se convierte en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, permaneciendo inalteradas solo las apariencias (accidentes). La frase litúrgica obliga al fiel a confesar, no solo una presencia simbólica, sino una presencia real y sustancial.

IV. La potencia transformadora de la frase: una fe activa y esencial

La potencia de la expresión radica en dos aspectos fundamentales: la esencialidad y el poder constitutivo.

Esencialidad: En la Eucaristía, la fe se separa de lo accesorio y se centra en lo esencial: Cristo vivo, muerto y resucitado. La fe cristiana no es un código moral, un conjunto de ritos o una filosofía; es la aceptación de un acontecimiento histórico-salvífico que se renueva de manera incruenta sobre el altar. «Esta es nuestra fe» significa: Esto que ven mis ojos es lo que la Iglesia cree y enseña, a pesar de lo que perciben mis sentidos.

Poder constitutivo (La fe que condena o salva): La frase resuena con la gravedad de la advertencia bíblica: «Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor… Porque el que come y bebe, sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación.» (1 Co 11:27-29). La fe que se confiesa no es pasiva, sino discriminatoria: obliga al creyente a discernir la presencia real y a participar con la debida disposición moral. La sentencia es, en sí misma, un juicio sobre la conciencia del comulgante.

V. Conclusión: el fundamento de la esperanza

La próxima vez que escuchemos la voz del sacerdote elevándose, invitándonos a confesar: «Esta es nuestra fe», entendamos que estamos ante una de las frases más poderosas, bíblicamente fundamentadas y teológicamente densas de todo el rito cristiano. Es la síntesis de la historia de la salvación, un eco del mandato paulino, la confirmación del dogma de Trento y, sobre todo, la fuente inagotable de la esperanza en la venida gloriosa de Jesucristo.

Es la fe que nos une, nos sostiene y nos define. Es la verdad definitiva que, a través de una simple elevación de un fragmento de pan y un poco de vino, nos ofrece la eternidad.

«Porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.» (Romanos 8:2)

Profesor Universitario – Abogado – Psicólogo – Ex sacerdote

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