Esclavitud (o algo muy parecido) en la España de los mileuristas

21 de junio de 2023
4 minutos de lectura
En empresas en las que sus empleados se pasan el día entre gritos e insultos sería oportuno vigilar la salud mental
Auriculares en la mesa de un teleoperador./EP

Si alguien sigue creyendo que la esclavitud era primero cosa de los romanos y después de ingleses y de los norteños americanos en los campos de algodón pues es verdad, pero que no olvide nadie que si no la inventamos los españoles sí que la desarrollamos y mejoramos como nadie para practicarla con destreza. Fuimos nosotros los que hicimos del ser humano, por su raza o condición humana, una piltrafa sin derechos a los que maltratábamos como desechos hasta su muerte en los campos de trabajo.

La literatura que existe al respecto es abundante y en ella ilustres historiadores y ensayistas como José Andrés Gallego, José Luis Cortés o Eduardo Galván, por citar solo algunos de los que han analizado la esclavitud en la América española en diferentes etapas y contextos sociales, describen, básicamente, que éramos unos indeseables incapaces de tener la menor empatía por el ser humano sobre todo si éste era un buen negocio.

Y de eso se ha tratado toda la vida, de dinero, de hacerse rico aunque fuese a cambio de pisotear a negros, pobres o prisioneros de guerra, que en ocasiones venía a ser lo mismo. Pero no siempre, porque a los españoles no daba igual que fuesen negros, indios, mulatos o árabes. Se trataba de hacer esclavos y ganar pasta a cambio de un puñado de denarios y sestercios, que es lo que pagaba por cada súbdito.

Esa esclavitud que fue una practica habitual en los diferentes reinos de la península ibérica durante la Edad Media y en las posesiones en América en la Edad Moderna, se abolió por ley en 1880 por Alfonso XII, y se ratificó por decreto en octubre de 1886.

La tragedia que ha rodeado la muerte de una mujer en un centro de asistencia telefónica, sobre todo al conocerse que los trabajadores siguieron trabajando junto al cadáver durante casi tres horas, ha traído a la actualidad sesgos de algunas empresas en las que las condiciones de trabajo rozan la esclavitud o algo parecido.

Puede que muchos piensen que es una exageración en estos tiempos hablar de esclavitud, pero me da a mí que el tufillo histórico no ha desaparecido del todo y que en la actualidad, de otra forma, en otro tiempo, hay prácticas y procesos productivos que, incluso teniendo regulados determinados derechos por ley, el ejercicio laboral no se presta en las mejores condiciones.

El apellido de ‘negreros’ lo llevan puesto en muchas empresas en las que se exige al trabajador un nivel de producción máximo que en ocasiones no se corresponde ni con el salario que perciben ni en las condiciones en las que se presta el servicio.

Me ha llamado mucho la atención una información en El País en la que se habla de las condiciones extremas en las que trabajan las teleoperadoras en un servicio que se dedica a recibir denuncias o quejas por problemas eléctricos.

Podía ser igual por problemas con el abastecimiento de agua, con el tratamiento de su mensajería, el uso fraudulento de datos personales o los abusos bancarios y telefónicos. Qué más da. El caso es que como Inma son miles los que se pasan el día escuchando gritos y amenazas y llama la atención que estas empresas no sepan si sus trabajadores tienen problemas de salud mental, que sería lo más normal.

Pues parece que no, como escribe el periodista Fernando Peinado, no se sabía si Inma sufría estrés o ansiedad o las dos cosas porque en las revisiones médicas a la compañía lo que le interesa por encima de todo son los riesgos físicos para la columna, el oído o la garganta, que está muy bien, pero que quizás la preocupación se queda ‘cortilla’ al tratarse de empleados que a diario se ven en medio de broncas y problemas por usuarios que pagan con ellos sus frustraciones por el servicio que pagan y reciben.

Por desgracia, el mundo de las subcontratas, el de los repartidores a domicilio, la restauración o este mismo de las compañías de teleoperadoras, por citar solo algunos, ocultan una realidad de precarización del empleo inadmisible porque se usa y abusa del trabajador con la amenaza de que si no quieres hacerlo en estas condiciones “tengo una lista de espera que están deseando”. Y lo peor es que es verdad, especialmente con jóvenes a la desesperada que cogen lo que sea para cubrir sus necesidades básicas, como comer.

Si no podemos hablar de esclavitud, porque ciertamente cada persona es ‘libre’ de aceptar según cosas, la necesidad obliga a pasar por el aro de horarios leoninos, sueldos injustos y condiciones muy mejorables, además de las exigencias de un jefe que pide más y más como en las galeras. Que además te obliguen a permanecer trabajando junto al cadáver de una compañera muerta esa es otra historia tan miserable que produce escalofríos pensar que en esta sociedad pueden pasar estas cosas.

Por cierto, ¿qué pasa con los sindicatos’, ¿qué dicen sobre estas situaciones?, ¿qué hacen para evitarlas?, ¿se han preocupado más allá de los carteles sobre la salud mental de los trabajadores, sobre todo en empresas en las que lo ‘mejor’ que puede pasar es sufrir estrés?, ¿se acepta sin más que hasta las pausas de los empleados estén medidas al minuto y que los supervisores estén encima de los teleoperadores para que aligeren el ritmo de trabajo? ¿Los sindicatos admiten sin más en el convenio que cuando se cuelga una llamada los operadores tienen 23 segundos exactos, reglados por convenio, para rellenar la ficha del cliente atendido, porque ese es el tiempo que tarda un robot en marcar el siguiente número de modo automático?

Pues que quiere que le diga, amigo lector, sobre sitios de trabajo en los que ir al baño es un ‘derecho’ reconocido por la Audiencia Nacional desde hace solo dos años…

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