Teddy Rosenbluth recoge en The New York Times la historia de Kara, quien de niña nunca pensó que sus padres pudieran tener un hijo favorito. Sus hermanos pequeños recibían más atención y más privilegios, como viajes a Disneylandia. Ella lo justificaba pensando que los hijos mayores deben ser más independientes y que quizá sus padres tenían más dinero para vacaciones cuando ella ya no vivía en casa.
Con los años, el trato preferencial continuó. Hace dos años, sus padres anunciaron que pasarían las vacaciones con sus hermanas una vez más y que no viajarían para visitar a Kara y a sus hijos en Navidad. Fue entonces cuando tuvo claridad. “De repente me di cuenta de que quizá no había justificación”, dijo Kara, que pidió no usar su apellido para proteger la intimidad familiar. “Quizá esos niños siempre iban a ser los favoritos”. Empezó a resentir que sus propios hijos fueran ignorados igual que ella. Lo llamó “dos generaciones de rechazo”. La desigualdad terminó afectando su salud mental. “No puedo superar el dolor”, dijo.
Según recoge el Diario de Yucatán, varias investigaciones de las últimas décadas muestran que experiencias como la de Kara son comunes en los hermanos menos favorecidos. En la infancia, es más probable que tengan peor salud mental, relaciones familiares más tensas y menos éxito académico. Otros estudios indican que esos efectos pueden prolongarse en la adultez.
Un estudio halló que la percepción de ser favorecido o desfavorecido era un predictor más fuerte de salud mental en hijos adultos que factores como estado civil, empleo o edad. Solo la salud física tenía mayor correlación. “Puedes hablar con los mayores y te contarán lo que les pasó cuando tenían cinco años. Están estancados en eso”, señaló Laurie Kramer, investigadora de relaciones entre hermanos en la Universidad Northeastern.
Medir el favoritismo parental no es sencillo en una sociedad que desaprueba el trato desigual entre hijos. J. Jill Suitor, profesora de sociología en la Universidad de Purdue, inició hace más de dos décadas el mayor estudio longitudinal sobre favoritismo parental. Su familia dudaba del proyecto. “Nadie responderá tus preguntas. Los buenos padres no hacen eso”, le dijeron.
Para sortear esa barrera, los investigadores formularon preguntas indirectas: ¿a qué hijo se dedican más recursos? ¿Con quién hay mayor cercanía emocional? ¿De quién se sienten más decepcionados?
En 2001, Suitor reclutó a más de 500 progenitores con dos o más hijos adultos y comenzó a seguir sus respuestas. Con el tiempo, incorporó incluso datos sobre favoritismo de abuelos. El primer resultado fue sorprendente, ya que alrededor de dos tercios de los padres tenían un hijo preferido, y ese favorito solía mantenerse igual durante décadas.
No existe un rasgo único que garantice ser el niño predilecto. Sin embargo, solían serlo las hijas y los hermanos menores. Un metaanálisis reciente halló que las niñas tenían más probabilidades de recibir trato preferente en la infancia. Aunque el orden de nacimiento y el sexo influyen, también lo hacen los rasgos de personalidad.
Los padres tendían a favorecer a hijos agradables y concienzudos, quizá por ser más fáciles de criar, según Alex Jensen, investigador de la Universidad Brigham Young. En la edad adulta, el factor “sin lugar a dudas” más determinante era la similitud de valores entre padres e hijos, también en política y religión.
Asimismo, los logros o fracasos profesionales no modificaban demasiado el favoritismo. Dijo Suitor:
«Teníamos madres que visitaban a sus hijos en la cárcel todas las semanas. Decían: ‘Estoy muy unida a Johnny. Esto no fue culpa suya. Es un buen chico’»
Pero lo que más pesaba para la salud mental no era la opinión de los padres, sino la percepción de los hijos.
Un estudio mostró que padres e hijos discrepaban más de la mitad de las veces sobre quién era favorecido, en qué grado y si la diferencia era justa. El problema es que estas conversaciones rara vez ocurren. “Todos pensamos en eso. Pero nadie habla de estas cosas”, dijo Kramer.
“En general, no es bueno”, resumió Jensen. Quien se siente menospreciado tiene más riesgo de ansiedad, depresión, conflictos familiares y conductas de riesgo en la adolescencia. No obstante, como los estudios son observacionales, no se puede determinar causalidad directa. Para Kramer, al menos debería hablarse del tema abiertamente.
Si un padre trata de forma diferente a sus hijos, recomienda explicar el motivo. Quizá uno necesita ayuda extra con la escuela o una prenda nueva porque la anterior está rota. Cuando el niño comprende la razón, los efectos negativos disminuyen.
Ser el favorito también tiene consecuencias, porque quienes reciben más atención pueden sentirse culpables o indignos si la diferencia es evidente. “A los niños les gusta la igualdad y la justicia en las relaciones”, dijo Susan Branje, jefa de educación y pedagogía en la Universidad de Utrecht. El malestar no se disipa con los años.
Según Suitor, el favoritismo afectaba tanto a adultos de 40 como a quienes entraban en los 60. Una mujer confesó que aún la atormentaba una frase que escuchó en el lecho de muerte de su madre: Siempre he querido más a tu hermana. Y habla de que ese impacto es muy profundo:
«Son vínculos muy profundos y los tenemos toda la vida. Es la persona que crees que debería quererte más»