Enrique

18 de febrero de 2023
2 minutos de lectura
A la izquierda, el sacerdote Enrique de Castro. | Fuente: Europa Press

Esta mañana me han despertado con la peor de las noticias. Muy temprano me ha llamado un buen amigo para decirme que ha muerto nuestro querido Enrique.  Enrique de Castro, cura.

No por esperada la noticia ha sido menos dolorosa. Hoy, seguro, que mucha gente, todos los medios (bueno, casi todos) hablarán y contarán multitud de anécdotas, experiencias con él y en su parroquia. Y todas son buenas para conocer, un poco más, a ese hombre bueno, valiente, generoso.

Tuve la suerte y el privilegio de conocerle una mañana, que por motivos profesionales míos fui a verle a su parroquia (hoy Centro Pastoral) de San Carlos Borromeo. Yo entonces trabajaba en el arzobispado de Madrid y fui a verle por un tema de obras. Él educado, como siempre, me dijo que allí no necesitaban nada del arzobispado, que las obras de mantenimiento del edificio las realizaban ellos mismos y con ayuda de los amigos (no los llamaba feligreses). Y alli comenzó nuestra amistad.

No contaré las experiencias que tuve o las largas y todas enriquecedoras conversaciones que mantuvimos. Sólo diré que me tocó vivir la larga y profunda crisis que mantuvieron tanto Enrique como Javi Baeza con el cardenal Rouco.

Todavía recuerdo la celebración de una misa que hicieron, un domingo por la mañana, en la calle, concretamente en la Avenida de Entrevias a la que asistieron bastantes personas famosas, entre otras el Gran Wyoming, José Bono y tantos otros, para protestar porque Rouco quería eliminar la parroquia. Al final no los echaron de allí pero se quitó el título de parroquia (con lo que eso conlleva) y lo convirtió en Centro Pastoral.

Sólo contaré una anécdota. Me presenté una tarde en su casa donde compartía la vivienda con otros curas y, casi siempre, con alguna persona que necesitara un techo. Pregunté por él y me dijeron que se estaba levantando porque tenía un gripazo tremendo. En la calle hacía un frío horroroso y, cuando salió, terminándose de vestir, al comedor, le saludé y le pregunté que porqué se levantaba, que se quedara en la cama hasta que se le pasara la fiebre.

«Me tengo que ir a Aranjuez» (se refería a la cárcel de Aranjuez) a ver a Rachid, me dijo muy serio. «Pero hombre, puedes ir cuando te mejores». «No», me contestó, «ayer me llamó y le noté muy mal, así que me voy a verle». Hay que decir que desde su casa a la cárcel de Aranjuez hay más de 50 kilómetros, y él se pagaba la gasolina de su bolsillo.

Rachid era musulmán, pero eso para él no tenía ninguna importancia. Él ayudaba a la persona. Y allá se fue. Al día siguiente le llamé para saber qué tal estaba y Javi Baeza me dijo que había pasado la noche con mucha fiebre y había tenido que ir el médico. Así era Enrique. Generoso.

Siempre se dice lo mismo: Los primeros en morirse son los buenos. Te vamos a llorar muchos, Enrique, pero los que más, todos aquellos, que son tantos, a los que ayudaste. Gracias por todo, amigo. Amén.

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