En un entorno que busca constantemente el progreso y la sofisticación, surge una invitación para detenerse frente al espejo de la propia conciencia: ¿En serio no vas a hacer caridad en esta Navidad? A veces se asume que evolucionar consiste únicamente en el crecimiento material, pero la transformación más profunda del espíritu humano ocurre a través del compartir. Aquí debemos preguntarnos: ¿cuánto puede valer una persona para que, desde su propia valía, logre hacer valer a los otros?
Bajo la luz del pensamiento de Concepción Arenal, comprendemos que nadie da lo que no tiene. Para no ser una «sombra», el hombre debe primero reconocer y cultivar su inmensa valía interior; solo quien se sabe poseedor de un tesoro espiritual puede enriquecer la vida del prójimo. La caridad no es el despojo de lo que sobra, ni la entrega de los escombros de lo que ya no nos sirve; es el desbordamiento de lo que se es.
Para que los ojos y los sentidos perciban que el otro está necesitado —en ocasiones sin que medie ruego alguno— se requiere no solo una sensibilidad educada, sino una sensibilidad entrenada. Este entrenamiento consiste en fortalecer el propio valor para que sirva de espejo al valor del otro. Si no se ejercita la mirada, se corre el riesgo de mirar de soslayo, siendo incapaces de procesar una urgencia ajena que no se ha aprendido a sentir como propia. La valía personal es un don que se multiplica al entregarse: si se han recibido bienes, es para ser canal; si se posee la consciencia del propio valor, es para restaurar la dignidad de quienes la han visto opacada por la necesidad.
La Navidad es ese nuevo espíritu que exige renovar el alma y elevar una plegaria sincera: «Dame un nuevo corazón, Señor / Un corazón para adorarte / Un corazón para servirte / Dame un nuevo corazón / Limpio, como el cristal / Dulce, como la miel / Un corazón que sea / Como el tuyo, Señor». Solo cuando el corazón está entrenado en esa dulzura y limpieza, puede entonces «hacer valer» a quienes le rodean. La verdadera evolución es comprender que la felicidad solo adquiere peso y sentido cuando es el resultado de un bienestar interno que se irradia hacia afuera. Que esta Navidad sea la oportunidad para reconocer cuánto valemos, no para atesorarlo, sino para que nuestra luz rescate la valía del prójimo.
«Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor.» — San Juan de la Cruz
Doctor Crisanto Gregorio León
Psicólogo, abogado, ex sacerdote y profesor universitario