Se habla mucho estos días de la nueva ley de educación, se habló mucho en aquellos días de la anterior ley de educación, y de la anterior y de la anterior.
Se habla mucho estos días de feminismo, se habló mucho de feminismo en épocas anteriores, se ensalzó a las grandes mujeres que promovieron los derechos para ellas mismas y para las demás. Vemos movilizaciones, manifestaciones, declaraciones, entrevistas, coloquios… pero, en ningún momento, vemos ni oímos hablar de ELLOS, los grandes promotores de la educación, especialmente de las mujeres.
Pongamos que hablo de mi padre y de los padres de mis amigas. Aquellos feministas no reconocidos y muy poco valorados. Los verdaderos feministas de la educación.
La generación del baby boom está en boca de todos, sólo desde que preocupa la carga económica que supone nuestra jubilación y la generación de los padres “boomers” estuvo en boca de todos, solo cuando morían a cientos, abandonados o atendidos, en residencias y hospitales en la pandemia.
En ningún momento he oído hablar de ellos cuando tratamos sobre educación, ni mucho menos cuando el tema es el feminismo.
Volvamos la vista atrás, viajemos a los años sesenta y encontrémonos de frente con aquellos ciudadanos de clase media o baja, que luchaban por salir adelante y por dar a sus hijos lo que ellos no habían tenido. No olvidemos que su infancia estuvo marcada principalmente por la postguerra y sus posibilidades de acceder a la educación superior fueron muy limitadas.
“Ingeniero maldito” se autodenominaba mi padre. Ingeniero era y ese trabajo desarrollaba. Llegó a ello renunciando a los zapatos o ropa nueva cuando le llegaba el turno de cinco hermanos con las mismas necesidades. Un arreglillo en las zapatillas anteriores y el dinero se destinaba a cursos de formación y libros en los que sumergirse. Prácticas, muchas prácticas muy mal o nada pagadas y mucho esfuerzo. Así llegó mi padre a ser un grandioso “ingeniero maldito” sin título universitario, pero muy capaz de desarrollar un trabajo que nos dio automóviles con piezas muy bien diseñadas y fabricadas con un control de calidad exquisito.
A la vez que mi padre, cada uno con su historia, los padres de mis amigas progresaban en la vida haciendo sacrificios y esfuerzos similares.
Llegó el momento en que aquellos hombres buscaron esposas. Todas ellas muy preparadas en tareas del hogar. Las mejores cocineras, las mejores costureras. Sus esposas fueron aquellas mujeres que mantenían las casas en un estado de limpieza tal, que la generación de “baby boomers” no supimos lo que era poner un dedo sobre un cristal sin que un paño borrara el rastro de forma inmediata, casi como por arte de magia.
“Muchas de aquellas niñas, empezando por mí misma, no queríamos coser y odiábamos limpiar”
Y sus hijos nacieron, y sus hijas también. Y aquellas madres entregadas se volcaron en alimentar a sus retoños con todo lo que a ellas les negó la guerra y los años de miseria que siguieron a la misma. Estas amorosas y entregadas madres se prepararon para hacer de sus hijas unas perfectas esposas y amas de casa que continuaran su legado.
Muchas de aquellas niñas, empezando por mí misma, no queríamos coser, odiábamos limpiar y nos daba igual ponernos la ropa sin planchar. Es posible imaginar las regañinas y zapatillazos que recibimos como “premio” por aquella rebeldía generacional. Pero… Allí estaban ELLOS, los feministas de la educación. Pongamos que hablo de mi padre y de los padres de mis amigas.
La actual ley de educación no incluye los números romanos en Primaria, como ya hizo la anterior. Sin embargo, aquella ley de educación, allá por los últimos años de los sesenta, incluyó la Teoría de conjuntos ¡Y tanto que la incluyó! Allí estaban ELLOS, aprendiendo estos nuevos conceptos para explicárselos a sus hijos, y a sus hijas también.
Allí estaban ELLOS, sufriendo en los viajes de trabajo por el desconocimiento de una segunda lengua y asegurándose de que a sus hijos y a sus hijas no les ocurriera algo similar en un futuro.
Allí estábamos nosotras, las baby boomers, discutiendo con nuestras madres por no querer limpiar mientras dedicábamos nuestro tiempo y esfuerzo a estudiar, a hablar inglés y a hacer deporte. Nuestras madres cosiendo las muestras que teníamos que presentar en la obligada asignatura “Costura”, mientras nosotras batíamos nuestras propias marcas de velocidad y limpiábamos los clavos de nuestras zapatillas de atletismo. Nuestros padres, haciendo los trabajos manuales de la asignatura de “Manualidades” mientras nosotras aprendíamos, sin un solo error, la temida lista de los verbos irregulares de inglés.
Aquí estamos ahora todas nosotras. Algunas incluso, enfrentándonos a la nueva ley de educación; sabiendo, como sabemos, que los números romanos en Primaria no están incluidos en el currículo oficial, aunque los explicaremos, y mucho, cuando queramos dar clase de Ciencias Sociales y los estudiantes no entiendan la numeración de los siglos.
Allí estuvieron ELLOS y muchas de ELLAS, aprendiendo la teoría de conjuntos y explicándola con toda su paciencia, aunque la siguiente ley de educación tirase a la basura tanto esfuerzo.
Y aquí estamos todas, pongamos que hablo de mí misma y de mis amigas, aproximándonos a la edad de jubilación, haciendo temblar a quienes tendrán que otorgarnos el merecido descanso después de largas carreras profesionales. Mirando a los ojos o, quizás ya al cielo, damos las gracias a todos aquellos padres y madres que nos dieron la oportunidad de tener esas carreras profesionales que ahora están a punto de concluir.
Gracias a todos aquellos padres que no quisieron hacer de sus hijas unas maravillosas amas de casa, gracias a todos los que consideraron que la educación de las hijas debía ser igual a la de los hijos varones. Es ahora, cuando las jubilaciones de los baby boomers preocupan y mucho, porque nosotras también merecemos una pensión profesional, no solo de viudedad como muchas de nuestras predecesoras.
ELLOS fueron, en su mayoría, padres que no quisieron dejar la educación de sus hijas en manos de sus esposas, al estilo de sus abuelas; también muchas fueron madres con visión de futuro. ELLOS fueron los grandes feministas que abrieron el mundo para sus hijas. Nos hicieron profesoras, para compensar con nuestro buen criterio, los errores políticos de las leyes de educación; nos hicieron abogadas para defender y promover leyes que nos beneficiaran; nos hicieron doctoras, ingenieras, biólogas… Lo mejor de todo fue, que aquellos grandiosos feministas, nos hicieron fuertes e independientes para poder llegar a ser lo que quisiéramos ser.