… Con quien tanto quería.
Cuando la pasión deja de quitarnos el conocimiento, acuden a nuestro corazón inteligente el agradecimiento a tantos como nos han enseñado a leer y a escribir, a sentir y a comprender, a abrazar el misterio, a sentir con ellos el amor y la vida que nos dieron… Esa cercanía se dio entre Miguel Hernández y Ramón Sijé.
En verdad se llamaba José Ramón Marín Gutiérrez y había nacido en Orihuela, como el poeta, en 1913. Murió con 22 años por una infección generalizada, pero antes terminó su carrera de abogado, fundó revistas de literatura, y significó en su pueblo y entre sus amigos la mejor presencia de un hombre culto y cristiano, comprometido seriamente con su fe.
Cuando podía, Miguel Hernández llevaba a la escuela o a las cabras poemas sueltos que había escuchado en la tahona de los Fenoll, adonde iba todas las tardes en busca de pan y pretendidos besos.
A Carlos Fenoll le había costado mucho esfuerzo aprender, en la escuela de los pobres, el hilván de las frases que luego él remataría en versos de feria y atrevimiento. En su casa estaban suscritos al ABC y, sin que el dedo se saliera del renglón, repetía una y otra vez los textos que no comprendía. Buscando también delicias y miradas, Ramón Sijé acudía a la panadería solicitando los amores de Josefina Fenoll, hermosa jovencita que repartía el pan por las casas y de la que también Miguel Hernández estaba perdidamente enamorado. Lo demuestra este poema que le escribió una vez muerto Ramón Sijé:
Panadera de espigas y de flores,
panadera lilial de piel de era,
panadera de panes y de amores.
No tienes ya en el mundo quien te quiera,
y ya tus desventuras y las mías
no tienen compañero, compañera.
Tahona de los Fenoll antes de ser derruida
Entre disimulados proyectos de unos y otros, fundaron conjuntamente la revista Silbo, que algunos creyeron interpretar el nombre basado en unos versos de San Juan de la Cruz —”el silbo de los aires amorosos”—, pero que parece ser que nació de un escrito hernandiano: “el silbo de afirmación en la aldea”.
Aunque tuviera el corazón deshilachado, Miguel Hernández respetó siempre el supuesto noviazgo que mantenían Josefina Fenoll y Ramón Sijé. Cuando la madre de Josefina se dio cuenta del embeleso entre su hija y el abogado-poeta, dejó a la jovencita en el mostrador, en lugar de repartir el pan por las casas, con la intención de que Ramón, al llegar cada tarde, la viera de amor enharinada.
El intenso cariño que Miguel Hernández y Ramón Sijé se tuvieron fluye de la generosidad del abogado al poner a su disposición cuantos libros le sirvieran a Miguel de cuna y de constantes sabidurías que luego habrían de florecer en soledad. El cristianismo acendrado de Sijé sobrecogió a Miguel en su alma limpia, por más que luego otros amigos lo empolvaran con falsas ideas mal aprendidas.
Y se juraron amor. Una y otra vez, amor de amigos y de versos.
El Duende