En verano, cuando las calles se vacían y las rutinas se diluyen, la soledad no deseada se vuelve más densa y peligrosa. «No se ve, pero mata», advierte Matilde Fernández, presidenta del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES), quien alerta de que el aislamiento se intensifica justo cuando más se reducen los apoyos y la atención social.
Según el Barómetro de la Soledad no Deseada 2024, el 12,4% de quienes enfrentan esta situación afirman que se sienten aún más solos durante el verano. El estudio revela que las personas que viven sin compañía presentan el doble de prevalencia de soledad (34,5 %) y que este porcentaje se dispara al 62,2% cuando la vida en soledad no es una elección.
La soledad también afecta más en las grandes ciudades, donde el 25,1% de los mayores de 65 años se sienten solos, frente al 12,7% en pequeños municipios. Durante el verano, muchas urbes se vacían y se reducen aún más las interacciones sociales cotidianas, lo que agudiza la sensación de abandono entre los más vulnerables.
Otro factor que influye es la situación económica. Las personas que llegan con dificultad a fin de mes presentan una prevalencia de soledad del 30,1%, más del doble que quienes no enfrentan ese problema (13,3%). «El verano, con sus costes añadidos, puede reforzar la exclusión social», subraya Fernández.
Además, la falta de relaciones sociales —ya sean familiares o amistosas— incrementa la percepción de soledad. Las personas con menos amistades de las deseadas presentan un 41,9% de prevalencia, frente al 10,3 % de quienes se sienten socialmente satisfechos. La escasez de vínculos, unida al calor extremo, puede representar un riesgo para la salud y el bienestar.
Ante esta situación, SoledadES pide incluir la soledad no deseada como factor de vulnerabilidad en los planes de prevención ante emergencias climáticas. “El calor no avisa… y la soledad tampoco. Es urgente actuar con visión social y humana”, reclaman desde el observatorio.