Con frecuencia tiene razón Jorge Manrique cuando afirma que cualquiera tiempo pasado fue mejor. Aquella dictadura que hoy llaman feroz en su secretismo vandálico fue, en nuestra adolescencia y juventud, golosina de progresos continuos, candelabro feliz al que se asomaban las niñas y en el que nuestros padres veían con facilidad cómo pagar sus pisos en un parpadeo de voluntades.
La relativa libertad de hoy es carísima y ha de ser respaldada en su ayuda por aquellos que “sufrieron” la dictadura. Los padres, si quieren que sus hijos se independicen han de pagarles, al menos, la mitad de los alquileres. Pueden los jóvenes de hoy optar a un cambio de sexo, pero luego no saben qué hacer con el sexo nuevo, porque no les dejan competir en olimpiadas, ya que no son lo que dicen que son, mientras no se demuestre con hechos lo contrario.
Sabíamos que en las dictaduras casi todo era mentira pero ahora, en la democracia, quitamos el casi y todo es un engaño. Somos libres, muy libres, pero burlados. No es que aquello fuera un paraíso; lo de hoy, sin embargo, es mucho más que un purgatorio.
Pedro Villarejo