Hoy: 27 de diciembre de 2024
Acertado, brillante, emotivo y comprometido. El tradicional discurso de Navidad de don Felipe VI ha estado a la altura de un monarca que por derecho y obra se ha convertido en el verdadero valor de un país de políticos zarrapastrosos, en su sentido más coloquial, mangarranes, arribistas y crápulas capaces de vender y venderse sin pudor ni dignidad, sin empatía y sin el sentido de la verdad.
En el Rey suenan creíbles demandas y reivindicaciones sobre la vivienda o la inmigración, sobre la necesaria serenidad de la política española o la creciente inestabilidad internacional, y suenan a verdad su palabras de cariño con las víctimas de la dana.
Dicen los dirigentes de Podemos y Sumar que las palabras de don Felipe han sido decepcionantes porque están bañadas del ‘espíritu del 78’, como si Belarra y Yolanda Díaz quisieran ningunear una Constitución que ha sido madre de la mayor etapa de estabilidad democrática española, que no es poco en una tierra tan acostumbrada a lo largo de su historia a las contiendas internas y ajustes de cuentas para someter al pensamiento único.
Que ellas puedan hablar con ese desprecio de las instituciones y de sus gobernantes es fruto de ese ‘espíritu del 78’ que nació del consenso, la solidaridad y el compromiso que sus formaciones parecen ignorar, como lo hicieron en sus valoraciones sobre el discurso los líderes de los partidos independentistas del País Vasco y Cataluña. Parece claro dónde están los problemas a los que se refiere el jefe del Estado cuando pide preservar el bien común, cuando reivindica la convivencia y la concordia del espíritu de consenso del que nació la Constitución de 1978, cuando arenga a fortalecer las instituciones del país y mucho más cuando alerta sobre la necesidad de «un pacto de convivencia” que se protege “dialogando».
El ruido de las permanentes disputas y enfrentamientos entre partidos y dirigentes es “atronador”, dijo don Felipe, y por eso reclama que por encima de la contienda política se instale la serenidad que exigen los españoles. En las palabras del Rey sonaron con fuerza la idea del “bien común” como tarea prioritaria del Estado, de todas las instituciones del Estado, y en este caso recordó con palabras emocionadas que esa debe ser la respuesta ante situaciones como el drama que han sufrido y sufren aún miles de familias afectadas por la dana.
Qué diferencia entre el discurso de balance del año que ha hecho el presidente Pedro Sánchez, que lanza culpas contra todo lo que se mueve fuera de su control, en especial a jueces, periodistas y rivales políticos, un dirigente incapaz de la autocrítica ni de la claridad cuando la sospecha de corrupción lo cerca y se parapeta en el poder con mentiras.
La diferencia es la de quien sabe aguantar en el barro aunque lo manchen y lo insulten, de quien vuelve una y otra vez para estar con la gente y de quien se le llenan los ojos de lágrimas cuando sienten el sufrimiento, porque realmente lo sienten y lo comparten frente a los que huyen de un lugar al que no han sido capaces de volver para dar la cara. ¿Ha visto alguien en Pedro Sánchez un gesto no fingido de dolor por la muerte de 230 personas o de autocrítica por una nefasta gestión de los recursos y los medios para combatir la tragedia?
En un momento de desapego de los ciudadanos de la política y de los políticos, y de falta de confianza en las instituciones del Estado, reconforta ver la figura del Rey, respetada y querida, y comprobar el papel de la Casa Real como garantía para un país experto en autodestruirse. Cuando llegó al trono tras abdicar su padre, el rey emérito, el joven don Felipe heredaba una institución erosionada y muy desprestigiada por los escándalos amorosos y económicos de su padre, pero él ha sabido reconstruirla, asentarla y lo que parecía más difícil: proyectarla al futuro con una futura reina que se ha ganado a los españoles y especialmente a las generaciones más jóvenes, que son al final los que deben sustentar el futuro de la Corona lejos de la República por la que trabajan formaciones de la izquierda, especialmente los más radicales, y los secesionistas.
A día de hoy los Reyes, don Felipe y doña Letizia, y sus hijas, se asoman como una oportunidad para este país y se han ganado el derecho al respeto y a la confianza de una sociedad que quiere verdad y menos ruido, que curiosamente es lo que denuncian desde la desvergüenza, los dueños de la mentira instalados en Moncloa. Este ha sido un buen año para la monarquía española, y poder decir eso es decir mucho en medio de la tormentas que todavía desatan su padre el emérito o las diatribas de la política española.
De nuevo un texto necesario, un valor objetivo fuera de los clichés cansinos que al día siguiente relatan los que nada aportan, tan predecibles como el amanecer de cada día. Jose Juan analiza con rigor el papel de la actual Monarquía. No lo tenían fácil, ya que no contaban con el grupo de aduladores que tan bien les fue con el Emérito. Se esfuerzan, y mucho, y eso se nota y acabarán ganando incluso a los que estamos en otras sendas.