Se estaba preparando una grandísima celebración en aquel país al que los detractores habían denominado como País de Pandereta, únicamente, por quitarle su autentica identidad, sin lograrlo nunca, y eso que se empleaban a fondo.
Así que, para tapar o disimular ese mal ambiente nacional que se respiraba, se les ocurrió celebrar un grandísimo acontecimiento para triunfo y gloria, como siempre, de aquel mandatario, engreído y narcisista.
Las ciudades adornadas con profusión de colores y gran cantidad de flores que expandían sobre todas los lugares, un olor delicioso, produciendo un enorme placer.
Las calles estaban llenas de gente que acudía de lugares muy lejanos, no querían perderse las impresionantes celebraciones que culminarían con la gran “fiesta” de pleitesía a la esposa del Gran Kan.
Ese gran día, sería la entronización a perpetuidad de su esposa la Gran Kara, algo que nadie se esperaba, puesto que ella no ostentaba ningún poder en la gobernanza, era solo la mujer o compañera del gran señor y ese era, su único cometido.
La Gran Kara, mandaba en las esclavas que poseía, con total falta de humanidad, pero ejercía un enorme poder de seducción sobre su enamorado, que el Gran Kan totalmente obnubilado y absorbido por ella, le había dado carta blanca para adentrarse en los más altos negocios, dentro y fuera del país, todos para un enriquecimiento propio y familiar, y que se estaba realizando a costa de la perdida del poder, de los intereses de los ciudadanos.
Los talleres más importantes de la Nación, se afanaban en preparar el riquísimo traje que luciría la Gran Kara. Era una mujer ambiciosa, engreída, dominante y destructiva, acaparaba todas las titulaciones y poder que jamás una sola persona habría logrado, y más sin haberlos adquirido con estudio y esfuerzo, se los otorgó, su dueño, sublimado por ella.
El Gran Kan, estaba exultante y su máxima era: “Quien no esté conmigo, está contra mi y se expone a perder la cabeza”. Era la muerte cívica a lo que se refería, pero todos los ciudadanos le temían.
Era implacable, hacía y deshacía a su antojo, no tenía freno y se había endiosado de tal manera que con una falta total de justicia tenía sometida a toda la nación.
Lo cierto es que aquel país, antiguamente, era conocido por la valentía de sus habitantes, admirado y envidiado , por sus gobiernos de paz y no de enfrentamiento continuo, ahora lo habían convertido en un país sin identidad, donde los asustados y temerosos ciudadanos, eran como rebaños de corderos y ovejas, balando con angustia y miedo al ser dirigidos al matadero.
Habían perdido el honor, la gallardía, el valor y la valentía heredada de sus antepasados, al sentirse maltratados, esclavizados y expoliados por los altísimos impuestos, imposibles de hacer frente.
Y el gran día llegó. Desde primera hora, estaban vistiendo a la Gran Kara. Sus esclavas se esforzaban en su cometido de hacerla brillar al máximo, con profusión de joyas de altísimo valor y coronada con una magnifica diadema de brillantes que era capaz de ensombrecer al sol.
Por fin quedó perfecta para su exposición ante el pueblo. La capa representaba todas las provincias conquistadas por el Gran Kan, con bordados en oro plata y piedras preciosas, ella se mostraba exultante y llena de orgullo y vanidad.
Salió sola a pie, rodeada de sus esclavas que le lanzaban pétalos de rosas de diferentes colores, él en una magnifica carroza la veía desfilar con todo su poder y orgullo, quería que todos se inclinasen a su paso y la envidiasen. Erguida y ceremoniosa, pasaba por el centro de las dos filas formadas por los más aguerridos guardianes del Gran Kan.
Y lo peor llegó, desde una de las terrazas y al paso de la ostentosa representación, varias tinajas preparadas para qué al paso del gran desfile, explosionarían.
Y así ocurrió, la explosión mezclada con el ruido de los cohetes no causó sobresalto alguno, pero lo que empezó a caer como lluvia negra y abundante los embadurnó a todos, cayendo sobre todos los comparsas y la Gran Kara que resultaron ser, los más perjudicados.
La basura y detritus varios, que los cubrieron junto a una gran cantidad de fango, lodo y un limo repugnante, que se pegaba a todo hicieron que quedaran así expuestos ante el pueblo.
Se expandió por toda la ciudad un olor nauseabundo que era imposible respirarlo.
La Gran Kara, impregnada de porquería, vomitando y llorando con desesperación y mucha rabia, gritaba como una posesa. El primer ministro totalmente cubierto de ese fango asqueroso se le aproximó temblando y le dijo, que aquel suceso se veía venir.
Fue el grito desesperado de aquellas gentes que no podían aguantar más tanto despotismo, que les había llevado a la desesperación más profunda.
Así que, exponiéndose a perder la libertad y enfrentándose a un terrible castigo lo hicieron, cansados de tanta explotación y mentiras del gobernante y sus adláteres, desprovistos de todo miramiento para los ciudadanos.
Podría ser el ultimo día del sistema tiránico del mandatario ambicioso y déspota y dar paso, al comienzo de la justicia para todos, implantada con verdad y no con subterfugios para beneficio solo de los “comprados”.
No se puede gobernar por imposición y menos si son contrarias a una convivencia justa y pacífica.
La tiranía no crea adeptos, solo esclavos de conveniencia.
Eso es la negación de un país libre. Así se lo hicieron saber todas las naciones
Pero de la noche a la mañana el Gran Kan y la Gran Kara huyeron junto a algunos fieles, desapareciendo y jamás se descubrió su paradero.
Así, las naciones, al desaparecer el “Gran Tirano” consiguieron el mejor acuerdo, para hacer desaparecer la sombra tenebrosa de la guerra.
Por fin, la justicia se implantó en aquel país, con toda su grandeza, verdad y honestidad, para el bien de todos los ciudadanos, al ser considerados todos, iguales ante la ley.
Un país donde se imparte una justicia partidista, está designado a no ser respetado, y serán condenados todos los instigadores. Incluso los jueces, aquellos que, anteriormente se dejaron manejar, dirigir, comprar, olvidando el juramento y compromiso, que realizaron, ante toda la nación.
Ese juramento dice así:
Ley orgánica del poder judicial.
Juro (o prometo) guardar y hacer guardar la constitución y el resto del ordenamiento jurídico lealtad a la corona, administrar recta e imparcial justicia y cumplir mis deberes judiciales frente a todos.