Los ciudadanos claman al cielo, mientras los señores de la guerra, desde sus cuarteles, sin ningún dolor ni conciencia, preparan nuevos ataques, sabiendo las ganancias que les reportarán, mientras la población huye despavorida.
En las guerras todo vale. Lo vemos en la televisión, que nos muestra sin pudor el dolor de esas gentes aterrorizadas y la destrucción total de pueblos y ciudades, desde los puntos más cercanos a esa barbarie desatada.
Los habitantes que permanecen en esas ciudades y pueblos, rodeados de muerte y hambre, ya no sienten la pobreza: el dolor es tan profundo que la insensibilidad los consume. La mayoría de los que quedan son personas mayores; muchos cuentan que ya no tienen nada que perder y se quedan incluso en sus casas, protegiendo… ¿Dios mío, qué? ¡Ni siquiera sus vidas!
Madres y padres corren tras un ataque para llegar a su casa y esconderse, pero descubren que ya no existe. Ha sido destruida. Y entre los escombros encuentran los cuerpos sin vida de sus hijos, junto a los cadáveres de sus ancianos padres.
No hay piedad para la población civil. Ellos no querían esta guerra terrible, este despiadado enfrentamiento. Los cuerpos inertes de sus hijos y padres, el dolor incrustado en el alma, la muerte y la desolación están por todas partes. Gente herida deambula por caminos hechos de ruinas.
El olor insoportable a putrefacción invade todo el territorio, mientras esos mandatarios, bien protegidos, planean nuevos ataques para causar el mayor daño posible a una población que se desangra, que llora, y que solo tiene un deseo desgarrador: que termine este horror.
Ya no queda nada por destruir. Las familias están rotas, muchos niños desaparecidos, perdidos, muertos… o quién sabe. Cuando el mal se instala entre los pueblos, sembrando rivalidad, el alma se rompe en mil pedazos y la piedad desaparece.
No hay tiempo para retirar los cadáveres, donde las moscas se ensañan. La gente, destrozada por el dolor, busca a los suyos con una chispa de esperanza. Muchos heridos caminan con los pies destrozados por los escombros, buscando a sus familiares entre ruinas humeantes.
Y pasa un día, y otro, y todo sigue igual. Buscan un lugar donde guarecerse. Niños descalzos, solos, buscan a sus madres. Y lo más terrible es que, a veces, las encuentran… muertas.
Deteneos a pensar. Empatizad un poco con los habitantes de esos lugares en guerra, conflictos provocados en su mayoría por egos absurdos de poder, entre dos que desean lo que tiene el otro, y viceversa. El peso de las medallas que se cuelgan al cuello les impide que la sangre de la piedad llegue a sus cerebros.
La pugna es: «el yo más», mientras matan a gente inocente. Y, en otros países, nos hablan de quién es el más rico del mundo, de las influencers más deseadas o de los cuerpos más perfectos.
¿Qué clase de sociedad estamos creando, carente de piedad y empatía hacia quienes sufren? ¿Familias obsesionadas con deslumbrar a otros? ¿No veis lo ridículo y patético que resulta?
Pensad, al menos, en el privilegio que tenéis solo por tener un vaso de agua limpia para calmar vuestra sed, en el lugar que habéis elegido para vacacionar, o en vuestras casas donde podéis descansar…
Sed coherentes. Mucha gente sufre, vive guerras, pasa hambre, entierra a sus muertos: niños, jóvenes y ancianos a quienes la vida no les ha dado ni la mínima oportunidad de vivir con dignidad. Otros no resisten tanto dolor y se dejan morir para acabar con tanto sufrimiento.
Por favor, mirad hacia dentro y reflexionad: ¿Merece la pena vivir sin pensar en los que sufren? ¿Qué puedo hacer yo? Intentad ayudar, según vuestras posibilidades, y dejad de mirar tanto vuestras idealizadas y ridículas carencias.
Y pienso en esos jóvenes incansables, perdidos en sus caprichos…
Esta sociedad, para sobrevivir, tendría que plantearse que no todo vale. No es lícito menospreciar el dolor ajeno para satisfacer tus apetencias y caprichos.
Estad atentos: los egos de los mandatarios van demasiado sobrados.
Preguntaos: ¿Cómo podríamos enfrentarnos a esas situaciones límite que, por desgracia, están ocurriendo en otros países? ¿Quién será capaz de frenar al «tarado» desenfrenado que quiere ser el vencedor en un campo de minas?
¡Pues eso!
Los privilegiados, en sus búnkers, esperando beneficios… mientras la población soporta los bombardeos, la desolación, el dolor y la muerte.
Lo que más coraje me da de esto es como los líderes nos les pasa nada y muere solo la población, que solo son víctimas del odio que se tienen los líderes de países entre sí, aunque muchos de ellos estén empapados de esa ideología también, muchos estás influenciados por propaganda para que al menos sientan que se están sacrificando por algo, es muy triste.
Cuanta verdad… y que impotencia de los que queremos que estás guerras paren y no poder hacer nada…
El hombre es la única especie de toda la naturaleza que rompe su equilibrio perfecto, contraviniendo todas sus reglas. Porque quiere algo que ninguna otra especie desea: quiere poder, y en su búsqueda arrasa con todo, no hay valores que valgan , no hay respeto ni ley, no hay piedad ni cordura, solo hay destrucción de lo que identifica como un obstáculo en su camino para conseguirlo. Están malditos todos ellos por ser insensibles al despiadado dolor que causan a sus semejantes. Son muertos en vida, porque un ser que no siente, pese a que su naturaleza le ha dotado de sentimientos, vive ya su propia condena. Que Dios los perdone, porque no creo que el ser humano tenga capacidad para perdonar algo así. La humanidad llevará a la humanidad a su propia destrucción y solo tendrá que apretar un botón para hacerlo.