El prófugo canalla que sembró el pánico en Badajoz y dejó a Laura “sin lo que más quería: mi padre”

15 de junio de 2023
7 minutos de lectura
Los hermanos Laura y Víctor Manuel
Los hermanos Laura y Víctor Manuel, a quienes un preso fugado les mató a su padre. / El País

Hace seis años que un auténtico zumbado con permiso carcelario dejó huérfanos de padre a los hermanos Laura y Víctor Manuel Tejeda. Les arrebató a su padre, Manuel, sin ni un solo motivo. Laura, su hija, que entonces solo tenía 20 abriles, lo pasó muy mal tras la pérdida de su padre, al que se sentía muy unida. Su imagen no se le iba de la cabeza. Incluso tenía sueños con él; unos “bonitos”, sintiendo que aún vivía y estaba cerca de ella, y otros “horribles” en los que oía un disparo y luego el desfile de la muerte. A su padre se lo quitó, sin ningún motivo, un peligrosísimo recluso huido de la cárcel. Un hombre que sentía “un absoluto desprecio” por la vida ajena.

El criminal se había fugado de la cárcel de Badajoz durante un permiso otorgado por el juez de vigilancia penitenciaria. Nunca debió recibir ese permiso. Por eso los hijos demandaron al Ministerio de Justicia y le pidieron 200.000 euros de indemnización.

Laura, que hoy tiene 25 años, aun combate su impotencia con gritos. Los mismos “chillidos” que balbuceó cuando, al despertarse de la siesta aquel 6 de febrero de 2014, fue al salón de casa y se encontró, haciendo un círculo, a su madre, Antonia; a su hermano, Víctor Manuel; a todos sus tíos y a algunos vecinos. Todos lloraban… No creían que les hubiera podido tocar a ellos. Cuando le contaron lo ocurrido, “enloqueció de rabia. Dio patadas. Tuvimos que sujetarla para que no se lanzara por una ventana”, contaron a este periodista, en Badajoz, su madre y su hermano.

Miedo en las calles de Badajoz

El 6 de febrero de 2014, el miedo se apoderó de Badajoz a medida que avanzaba el día. El WhatsApp entre los vecinos ardía con alertas sobre la presencia en la ciudad de un asesino muy peligroso que, decían, acababa de matar a un hombre. Entonces, ignoraban que era la segunda muerte en 12 días cometida por el prófugo y asesino Rafael Robles García.

“Yo misma”, contaba Laura a este periodista, “recibí correos sobre un asesino suelto, que decían que acababa de matar a un hombre”. Antes de irse aquel día a dormir la siesta, Laura tuvo un mal augurio. Y llamó al móvil de su padre. Pero nadie contestó. Entonces tenía 18 años. Adoraba a su progenitor. Y él a ella. Era un buen hombre, de 57 años y muy apreciado en Badajoz. Trabajaba en una empresa de limpieza y le encantaba la naturaleza. Sus jefes le habían dado tres días de descanso y se  fue al campo. Cerca del Tanatorio de la capital pacense. Disfrutaba del río cuando un hombre se le acercó por detrás y, sin más, le descerrajó un tiro en la nunca.

Nunca se había dado una especie de toque de queda en Badajoz. Controles por doquier, carreteras cortadas. Algunos comercios cerraron. Y es que, solo unos días antes, Robles había asesinado de un tiro en el costado, en Cazalegas (Toledo), a un joven de 28 años que estaba cazando en el monte. El motivo, robarle el coche. Era el 30 de enero de 2014. Y se extendió la idea de que el criminal merodeaba por la provincia de Badajoz.

Y es que Rafael Robles se comportó como un monstruo en su huida de la cárcel. Aprovechó un permiso carcelario y no regresó. El permiso, de cuatro días, se lo otorgaron la Junta de Tratamiento de la prisión de Badajoz y el juez de vigilancia penitenciaria. “Muchas veces lo he pensado…, ir a ver a esas personas… y mirarles a los ojos…”, describió Laura. “Solo para decirles que ellos seguro que tienen hijos y celebran sus cumpleaños… Y que a mí me quitó todo eso un desalmado que ellos dejaron libre”. Evocar el pasado la emociona y le dificulta expresar lo que lleva dentro. Los hermanos Tejeda Galindo, y la madre, quisieron abrir sus sentimientos para recordar nunca olvidarían.

“Sólo volveré a la cárcel con las patas por delante”

El fugitivo Rafael Robles, de 53 años, nunca debió estar suelto. Su lugar era la prisión de Badajoz, pero el juez le dio un permiso y no regresó al penal. Ni su zumbada mente ni su abultado historial delictivo aconsejaban ningún permiso. Nada más iniciar el permiso, emprendió su senda de muerte. Mató inopinadamente a dos personas en su huida a ninguna parte. “Un conocido nuestro que coincidió con él en la cárcel, nos dijo que Robles le había confesado que en cuanto tuviera un permiso, se fugaría, y que él solo volvería allí con las patas por delante…”, describió Antonia, viuda de Manuel Tejada.

No era una persona normal. “Siente un absoluto desprecio” por la vida ajena, advirtió en un auto una juez de Plasencia el 2 de febrero de 2014, cuando habían transcurrido once de sus 14 días de fuga y sus manos ya estaban manchadas de sangre. “En la cárcel también juró que cuando saliera iba a matar a una persona que había traicionado a su hijo y que por su culpa estaba en la cárcel”, contaron a este periodista los hermanos Tejeda.

Víctor Manuel es experto en informática y la madre trabaja en Correos. Al quedar él y Laura huérfanos de padre, el Estado les dio 196 euros mensuales a cada uno, hasta los 25 años. Ya los han superado. Durante la entrevista, en Laura, entonces de 20 años, se notaba mucho dolor contenido.

-“¡Desahógate ahora!”, le pidió a Laura con ahínco su hermano. La entrevista con este periodista se hizo en el despacho de Pedro Rodríguez, el abogado de la familia.

“¿Qué hacía una persona así en la calle; yo ni siquiera le echo ya la culpa a ese loco… A veces he pensado en ir a la cárcel, yo sola, y presentarme allí para que alguien me explique lo que sucedió, por qué lo dejaron libre… Pero también pienso que quién soy yo para hacer eso; me echarían corriendo… lo cierto es que han pasado dos años y sigo sin saber quiénes son”, se lamentaba Laura.

“Pasé bruscamente de mi infancia a la madurez, sin mi padre”, sollozaba. Su madre también.

El asesino Robles no sentía aprecio ni por su propia vida. Había mostrado “ideas suicidas”; tenía diagnosticado un trastorno de personalidad asociado al consumo “de todo tipo de drogas”. Y cuando algo se le resistía o contrariaba, tiraba de gatillo. La Guardia Civil lo abatió a tiros 48 horas después de que él disparase en la nuca al padre de Laura en un monte cerca de Plasencia. Escondido entre árboles, Robles recibió a tiros a los agentes. Portaba tres pistolas. Nadie sabe dónde pudo conseguirlas durante su permiso carcelario.

Y fue con ellas con las que perpetró, en Plasencia, días antes de asesinar a Manuel Tejeda, una escena surrealista si no fuera porque uno de los protagonistas era un bebé de once meses. Encañonó al padre, con el bebé en la parte trasera del coche, en un garaje comunitario, y le obligó a llevarle a la comarca extremeña del Jerte. Corría el 22 de enero de 2014, segundo día de permiso carcelario. No tuvo ningún reparo en disparar repetidas veces sobre la luna trasera y la carrocería del coche, con el niño dentro, cuando el padre, en un descuido, pisó a fondo el acelerador y logró escapar de allí (ilesos) en medio del tiroteo.

Con el coche del muchacho al que había matado en Cazalegas, viajó hasta Badajoz. Le vieron merodear por la zona del tanatario de la capital pacense. Y tres testigos le identificaron como el individuo que sonreía mientras caminaba de espaldas al fuego de un coche que acababa de incendiar. Era el coche de Víctor González, el joven de Cazalegas, el primer muerto de su enloquecida huida. Robles no atendía a razones. Quería cambiar de coche. Y en su mente debió pensar que la Guardia Civil le seguía los pasos. No tenía nada contra ninguna de sus víctimas, solo quería sus coches. Mataba por la espalda.

La familia Tejeda quiso exponer su caso para pedir que “las autoridades” extremen el cuidado antes de dar un permiso a un “desalmado que bien muerto está: condecoraron al guardia que lo mató, y le felicito”, se desfoga Antonia, la viuda.

Robles tenía antecedentes por homicidio. En enero 2001, disparó a un hombre tras una discusión de tráfico, en Plasencia, su ciudad de origen. “Ponte de rodillas, que te voy a matar”, le espetó. El automovilista salió corriendo y uno de los tres disparos le alcanzó la pierna derecha. Por este delito, y por otra veintena, cumplía prisión. En su escapada, se llevó con él un historial delictivo impresionante: robos muy agresivos, tráfico de drogas, agresión sexual, tenencia ilícita de armas… “Hasta terrorismo”, señala el abogado. Delitos perpetrados en una decena de provincias españolas, desde Salamanca al Puerto de Santa María (Cádiz) pasando por La Rioja y Navarra. Una máquina de hacer daño.

Antecedentes

En su muestrario delictivo destacaba, también, un precedente por no haber regresado a la cárcel tras otro permiso, en 2011. “Una mínima lógica conduce a pensar que una persona así nunca debió salir a la calle”, destaca el abogado de la familia. Nada funcionó bien. Lo hizo mal, sostiene Rodríguez, la prisión, al dejarle libre; lo hizo mal el juzgado de vigilancia al avalar el permiso, y lo hicieron mal las fuerzas de seguridad por “tardar tres días” en introducir en sus sistemas informáticos la alerta de que merodeaba por Badajoz (el coche incendiado y la muerte de Cazalegas) un preso fugado “extremadamente peligroso”.

El Consejo del Poder judicial analizó este caso. Y su conclusión es que carece de facultades para castigar los errores de los jueces y que su misión no es valorar las decisiones judiciales. Si lo hiciera, argumentó, vulneraría la independencia del titular del juzgado de vigilancia de Badajoz. Es decir, se lava las manos.

Han pasado ya algunos años desde el crimen, y la pasión de Laura por su progenitor se mantiene viva. Se tatuó en el muslo derecho un retrato gigante de su padre (de muchas horas de trabajo); y en su brazo izquierdo, en inglés, la siguiente frase: “Mi cuerpo quizás, pero mi alma nunca te olvidará, papá”. Y su rúbrica. “Es un homenaje a mi padre, que aún tenía mucha vida por delante: puede sonar extraño, pero era mi mejor amigo”, se emocionaba Laura.

[Este reportaje forma parte del serial de José Antonio Hernández La Justicia Imperfecta, y fue publicado por el autor en El País en agosto de 2016].

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