El 31 de marzo de 2005, el Papa Juan Pablo II presidió una misa desde su cama, en un último gesto de fe mientras enfrentaba una grave septicemia derivada de una infección urinaria. Su compromiso con la Iglesia no se vio afectado ni siquiera en sus momentos más críticos, cuando, con debilidad, levantó su mano derecha durante la consagración, según el informe del Vaticano recogido por Excelsior.
Durante sus últimas horas como pontífice, el líder espiritual quiso despedirse con los símbolos que millones de fieles reconocían. La Santa Sede relató cómo intentó golpearse el pecho en señal de humildad durante la oración del Cordero de Dios, mostrando su devoción hasta el final.
La noche del 2 de abril de 2005, a las 21.37 horas en Roma, Juan Pablo II falleció en la víspera de la fiesta de la Divina Misericordia, celebración que él mismo instituyó. Su legado sigue intacto, ya que, según encuestas del centro Pew Research, es el Papa con la mayor aceptación en la historia reciente, con un 93% de aprobación entre los fieles.
Para millones de católicos, su memoria sigue viva. Rosa Elena, una devota mexicana, recuerda con emoción su primera visita en 1979, cuando recibió su bendición mientras pasaba por el centro histórico. “Desde entonces es ‘mi Juan Pablito’, quien cuida de mi casa y mi familia”, expresó con cariño.
Las palabras que pronunció antes de partir reflejan su profunda fe: «Déjame ir a la casa del Padre», una despedida que sigue resonando en el corazón de quienes lo veneran.