El padre Ángelo

28 de febrero de 2025
1 minuto de lectura

Muchos años después de la guerra civil, el padre Ángelo se pasaba las tardes en la mesa camilla de la sacristía esperando penitentes mientras cambiaba de lugar las cintas de su breviario. La iglesia que regentaba el padre Ángelo era la única en toda España con un San Juan de la Cruz de piedra en la fachada, sosteniendo una pluma de ave en su mano derecha. Al terminar la misa, el padre Ángelo cogía la inmensa llave que cerraba la puerta mientras miraba al santo en su altura implorándole, para la tarde siguiente, la voz precisa y el sermón necesario.

Como el padre Ángelo provenía de una orden religiosa, el señor obispo dudaba de su ortodoxia al serpentear la obediencia, sobre todo, en el destino de las colectas: él administraba los ingresos según los pobres con muchos hijos que cada día le imploraban. Don Rufino, el médico, avisaba al padre Ángelo cuando el enfermo no daba más de sí y el padre Ángelo, entonces, echaba mano de una cesta con tortas de aceite que escondía bajo la peana de San José. Después de los Santos Óleos el enfermo resucitaba algo con el perfume de la canela sobre la confitura que el cura le llevaba.

Así un día y otro. Un año y otro. Todos en el pueblo se iban al otro mundo satisfechos.

pedrouve

1 Comment Responder

  1. A veces son necesarios pequeños gestos que no tendrán cabida en los libros que narran grandes hazañas, pero que son los únicos que nos hacen enteramente humanos.

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