El Museo del Louvre, símbolo del arte y uno de los espacios culturales más visitados del planeta, vivió el lunes una escena insólita: sus puertas cerradas, sus salas vacías y su personal en huelga. La protesta fue una respuesta directa a lo que describieron como “multitudes inmanejables” y condiciones de trabajo cada vez más precarias. La imagen del museo vacío, custodiado por trabajadores en paro, contrastaba con su papel icónico como custodio de obras de Leonardo da Vinci y de milenios de historia.
Cientos de visitantes quedaron varados frente a la pirámide de cristal diseñada por IM Pei, muchos sin entender qué ocurría. Algunos turistas expresaron su frustración en tono irónico. “Es como el gemido de la Mona Lisa aquí afuera”, comentó Kevin Ward, de 62 años, originario de Milwaukee. “Miles de personas esperando, sin comunicación, sin explicaciones. Supongo que hasta ella necesita un día libre”, recoge El Impulso.
La huelga fue impulsada espontáneamente durante una reunión interna, cuando asistentes de galería, vendedores de entradas y personal de seguridad decidieron no ocupar sus puestos. Los sindicatos denunciaron “condiciones de trabajo insostenibles”, una falta crítica de personal y la sobrecarga que representa recibir más de 8,7 millones de visitantes al año en un edificio que no está diseñado para soportar ese flujo constante.
Pese a que el museo impone un límite diario de 30.000 visitantes, los trabajadores aseguran que las condiciones son agobiantes: escasean las zonas de descanso, los baños son insuficientes y el calor en verano se intensifica bajo la pirámide de cristal. Todo esto convierte la experiencia laboral —y también la del visitante— en un desafío físico diario.
El cierre del Louvre es un hecho inusual, reservado hasta ahora para crisis como guerras, la pandemia o huelgas excepcionales. Lo preocupante es que esta nueva protesta ocurre poco después de que el presidente Emmanuel Macron anunciara un ambicioso plan para renovar el museo. Dicho plan pretende resolver problemas estructurales como fugas de agua, oscilaciones térmicas que amenazan obras maestras, y una infraestructura incapaz de manejar el volumen de visitantes.
En un memorando interno filtrado, la presidenta del museo, Laurence des Cars, fue tajante al advertir que algunas zonas del Louvre ya no son impermeables, y que los servicios básicos para los visitantes no cumplen con estándares internacionales. Además, señaló que las fluctuaciones de temperatura comprometen el estado de las obras de arte. En palabras de Des Cars, la visita al Louvre se ha convertido, más que en una experiencia cultural, en una prueba física.