La comitiva judicial que acudió el pasado 30 de agosto al palacio de La Moncloa para el interrogatorio del presidente Pedro Sánchez no fue recibida con los brazos abiertos. Es más, Juan Carlos Peinado, el juez que investiga por delitos de tráfico de influencias y corrupción a Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, estuvo a punto de irse y no interrogar ese día a Sánchez.
Se sintió totalmente ninguneado. No fue tratado como la autoridad judicial que era en ese momento. Y se le hicieron muchos feos.
Por lo general los jueces citan a los testigos y les toman declaración en la sala de vistas de su juzgado. Y allí son la primera autoridad. Sánchez estaba de mala uva esa mañana. Había tirado de su cargo, presidente del Gobierno, y de la prerrogativa legal que tiene de, en lugar de tener que ir él al juzgado a declarar si es citado por un juez, es este el obligado a ir a su despacho y tomarle allí declaración. El presidente estaba mohíno. Hierático.
Días antes, el juez Peinado le había dicho no a su intención de declarar por escrito. Le informó de que la declaración sería verbal y que él, y toda la comitiva judicial (juez, fiscal, abogados, secretario y funcionarios del juzgado) se desplazarían a su despacho oficial para practicar allí la declaración, como marca la ley para los miembros del Gobierno. Y además, el juez también le había contrariado en su deseo de declarar por escrito.
En los juzgados, todos los interrogatorios se graban en vídeo. Para que si hubiera algún recurso, el tribunal superior al juez pueda visionar lo ocurrido exactamente en un acto judicial. Pero eso es lo que no quería Sánchez, que le grabaran y que su cara apareciera en todos los telediarios ante un juez.
Pero Peinado decidió que su interrogatorio se realizara exactamente igual que con cualquier otro testigo de un proceso con independencia de que el acto se celebrase en La Moncloa por imperativo legal. Es decir, que su testimonio quedaría grabado e incorporado al sumario que instruye contra su esposa por corrupción, por avalar subvenciones públicas para sus socios que luego otorgó el Gobierno de su marido.
El primer ninguneo
Las dos jugadas de Sánchez para que no se reprodujera en sus carnes lo mismo que él le espetó al expresidente Rajoy tras haber declarado este como testigo en uno de los juicios del caso Gürtel (le pidió su dimisión una y otra vez, tras tildarle de indecente) se habían topado con la negativa del juez. En este contexto llegó la comitiva judicial a La Moncloa el pasado 30 de julio. Las cámaras y micros para la grabación se instalaron el día anterior para disgusto de Sánchez.
El primer feo o ninguneo que le hicieron, hubo más, fue cuando los agentes policiales de acceso al palacio de La Moncloa le mantuvieron en la puerta de entrada un buen rato, sin dejarle pasar. Los agentes pidieron el DNI a todos los miembros de la comisión justo a la entrada de la puerta principal del palacio, uno a uno. Y luego iban a los ordenadores, anotaban sus nombres y demás filiación y devolvían el DNI.
Y así uno tras otro. Eran las 10.30 de la mañana y el interrogatorio estaba fijado para las 11.00.
Pero los trámites de identificación se alargaron tanto que el juez Peinado estuvo a punto de marcharse. Si uno de los trámites llega a prolongarse unos minutos más, se habría ido. Así lo comentó el juez a algunos asistentes.
No es normal que un juez de instrucción tenga que salir de su juzgado y acudir al despacho oficial de un alto cargo y que le hagan esperar tanto en la puerta. Y más cuando en La Moncloa le estaban esperando. Pasaron muchos minutos antes de que por fin le dejasen entrar. Y cuando por fin llegaron al despacho oficial, allí no estaba el testigo Pedro Sánchez. En lugar de esperar él, tuvieron que esperarle a él.
Todos se sentaron en los asientos dispuestos en el despacho para el interrogatorio. Sánchez, que entró con aurea desabrida y no dijo ni buenos días. Sólo saludó al término del (no) interrogatorio, cuando se levantó y abandonó el despacho oficial dejando dentro al juez y a su comitiva.
Salió sin haber contestado a una sola pregunta del medio centenar que tenían previsto formularle los abogados de las partes, el sindicato Manos libres y la asociación Hazte oír, así como el partido VOX y el fiscal, que estaba allí con un sorprendente papel travestido, ya que, en lugar de acusar, que es su cometido, días antes del interrogatorio mantuvo un papel activo para disuadir al juez de que evitase las cámaras en el acto y de que Sánchez declarase por escrito.
A algunos miembros de la comitiva les pareció una descortesía que La Moncloa hiciera esperar al juez en la puerta de entrada mientras media España estaba pendiente de si Sánchez declararía o, como sucedió, se acogería a su derecho a no hacerlo.
Ni él ni su esposa han querido explicar nada ante el juez sobre la supuesta corrupción y tráfico de influencias que pesa sobre ella. Él solo dice que no hay caso, que se trata de la máquina del fango, pero nada ha dicho aún de por qué su esposa avaló con su nombre y firma subvenciones públicas a su socio y empresario Carlos Barrabés.
Fuentes judiciales aseguran que no es normal que se tenga al juez instructor en la puerta de La Moncloa, de pie, esperando a que los agentes fiscalizasen su DNI. Y menos durante un cuarto de hora. Al juez, aún consciente del enfado de Sánchez por haber ordenado su interrogatorio en su despacho de La Moncloa, le molestó mucho la situación.
Estuvo tentado de irse.
Una fuente jurídica explica: “Y si el juez hubiese decretado un registro en las dependencias de La Moncloa de Begoña Gómez, en búsqueda de documentos, por ejemplo, se habría originado un conflicto, quien a quien habría pedido el DNI.
En un registro, que no era el caso, el juez no tiene que pedir permiso a nadie. Entra con la policía y nadie puede vetarle el acceso ni obstaculizar su entrada al lugar.
No fue solo la demora para acceder al palacio. Aparte de esa primera entrega del carné, luego la policía pidió los móviles a todos los miembros de la comisión. El juez ya estaba molesto y no entregó su teléfono. Además, no se fiaba de lo que podían hacer con el móvil los agentes. Temió que se lo clonasen mientras el móvil estuviera apartado de sus manos.
Tampoco entregó su móvil la abogada de VOX. Los demás miembros de la comisión judicial sí entregaron sus móviles, que fueron introducidos en un un maletín que impide la emisión de señales desde el móvil y el exterior.
La declaración de Sánchez duró cinco minutos, los que empleó en decir lacónicamente que Begoña era su esposa y que no deseaba responder a ninguna de las preguntas, ni siquiera a las que les formulasen el juez y el fiscal. Nadie salió contento ese día de La Moncloa.
Y nada más salir, se enteraron de que Sánchez y Begoña habían puesto una querella contra el juez Peinado.