El infierno desatado por mandos militares en Líbano contra una dama legionaria y su novio sargento

4 de marzo de 2023
9 minutos de lectura
Margarita Robles
Margarita Robles, en una visita a las tropas españolas desplazadas en El Líbano.

La misión de la Brigada Paracaidista (Bripac) de 2016 en Líbano pareció en algunos momentos un patio de recreo escolar y, en otros, un infierno. Los protagonistas, el capitán (hoy comandante) Luis R. P., el sargento primero Alejandro M. Ll., el también sargento José Manuel C. A. y su amiga íntima, en el argot militar Dama Legionaria Paracaidista, Maritza J.C., que fue la víctima de ese recreo infernal. El Tribunal Supremo, Sala de lo Militar, ha condenado a 10 meses de cárcel al capitán Luis R. P. por abuso de autoridad. Es decir, por dar órdenes que contravenían los derechos básicos de dos de sus subordinados. Estaban desplazados en la base de Marjayoun (Líbano).

Y si alguien de la tropa le estorbaba, le abría un parte, se inventaba el contenido, y se lo quitaba de en medio: a Maritza, con mentiras sobre su estado anímico, logró repatriarla a España porque no estaba bien de la cabeza; también intentó repatriar al novio, el sargento José Manuel C. A.. Pero los jefes militares se lo prohibieron, porque el cupo de repatriaciones ya era muy elevado y estaba cubierto. Sin embargo, lo trasladó con nocturnidad y alevosía a otro acuartelamiento español en Líbano.

Es decir, se enteró varias horas antes de que debía tomar un autobús esa mima noche para trasladarse a otro destino. Y todo porque declaró a favor de su novia en uno de los partes que le abrió el capitán Luis R. No lo quería en Marjayoun. En su gobernanza del cuartel, casi siempre contó con la complicidad del sargento primero Alejandro M., quien, si bien ha sido absuelto por el Supremo del delito de trato humillante a Maritza que le pedía el fiscal, su conducta en el cuartel ha sido puesta por el tribunal en conocimiento del general jefe del Estado Mayor del Ejército para que analice su habitual modo de proceder y tome las medidas oportunas.

Antes incluso de viajar a Líbano, el sargento primero Alejandro M. ya era hombre de “modales bruscos, desabridos y despectivos” hacia la tropa. Los “gritos” salían de su lengua con frecuencia; también las “palabras malsonantes”. Detalla el Tribunal Supremo en su sentencia: “Cuando [sus subordinados] pretendían hablar con él, les tenía de pie durante un largo espacio de tiempo, sin mirarles”,  tras recibir las novedades, solía replicar: “Vete de aquí, fuera, me tocáis los cojones todo el día”, o “déjame en paz y haz lo que te salga de los huevos”. Su conducta en Líbano no varió. La gran perjudicada: Maritza, que trabajaba a sus órdenes directas en Líbano, en la misma oficina. Maritza también era la conductora, llevaba a los profesores militares a los cursos de español en el marco del programa Cervantes, de la Unidad de Transmisiones (Utrans) de la Bripac.

Lo del sargento primero con ella fue muy duro. Acabó en tratamiento psiquiátrico. Sus constantes llantos y tristeza hicieron mella en ella. Y lo peor es que el jefe de la base, el capitán R., no paraba los pies al sargento. Lo secundaba.

Los hechos se produjeron en el seno de la Brigada Almogávares VI de Paracaidistas, con sede en la base Príncipe, en Paracuellos del Jarama (Madrid), donde hay unos 3.000 paracaidistas. Es una unidad de estricta disciplina, como La Legión. Al Líbano se desplazó una unidad de la Bripac para tareas humanitarias.

El capitán Luis R. era el jefe de la Unidad de Transmisiones, Utrans; el sargento primero Alejandro M., el que tenía a sus subordinados en pie, era jefe de la plana mayor de la citada unidad; el sargento Manuel C. A., el novio de Maritza, el encargado de dos secciones de la plana mayor. Y Maritza, escribiente y conductora de la Plana Mayor, se encargaba de la munición y de que el armamento estuviera en óptimas condiciones. Tenía la llave de la armería. Y como conductora transportaba a su novio fuera de la base una vez por semana para impartir clases del programa Cervantes.

Relaciones muy tensas en el cuartel

Los hechos que han llevado al Tribunal Supremo a imponer las condenas son, entre otros, los siguientes: en mayo de 2016 las relaciones entre la tropa destacada en Líbano y los mandos de la Utrans eran muy tensas. Y se pusieron peor a cuenta de “unos gatos que había en la zona de la base”. El Supremo no especifica el hecho en sí. Solo indica que “lo ocurrido con los felinos ha sido objeto de un procedimiento diferente”. Y que “no esta acreditado que ella hiciera un parte en relación con los felinos”.

La actitud déspota del sargento primero también alcanzó a Maritza. Lo tenía encima todo el día. Trabajaban en la misma oficina. A su órdenes directas. La dama legionaria sufrió “un malestar progresivo, unido a la dureza de la operación”, resume el Supremo en su sentencia. Y cuenta: “Una tarde del mes de mayo de 2016, ella se tuvo que quedar toda la tarde trabajando con el sargento primero. Mientras sus compañeros pudieron ir al gimnasio, a ella no se le permitió. Y comenzó a angustiarse. Su congoja fue en aumento y empezó a llorar. Fue tranquilizada por el propio sargento primero”.  

Otro hecho: “El 21 de junio de 2016, sobre las 20.40, mientras dialogaba con el sargento C. [con quien mantenía una relación íntima, aclara la sentencia], Maritza mostró respiración acelerada, tez pálida,  nerviosismo, confusión y dificultad respiratoria. El sargento le dijo que fuera al botiquín. Finalmente se tranquilizó y no fue”.

“El 24 de julio de 2016 el sargento primero, “le ordenó a ella que fuera a recoger el material que debía surtir los botiquines que iban a entregarse en las posiciones destacadas de la Utrans. Aunque faltaba parte del material previsto, ella informó al sargento primero de que lo tenía todo preparado. Y el sargento informó al capitán R.”.

El 26 de julio sus jefes se dieron cuenta de que faltaban algunos elementos. “O consigues lo que falta o daré cuenta de tu conducta”, le dijo el sargento primero. Maritza, junto con el sargento C. A., su novio, acudió al servicio de psicología. Pero no comunicó este hecho al sargento primero. Eso le trajo más problemas. Cuando aquél se enteró, dio parte al capitán R.. “Eres una inútil, te la vas a cargar”, le dijo.

La teniente psicóloga Andrea Otero la atendió el 26 de julio. Maritza se le quejó de que el sargento primero le dispensaba “un trato diferenciado, despectivo y de menoscabo a su integridad física, y que la reprendía reiteradamente delante de otras personas; por lo que tenía un sentimiento de tristeza; además, no podía hablar con su familia porque se ponía a llorar, también se quejó de la presión que recibía con su horario de trabajo. Pese a estas patologías, la psicólogo entendió que no se trataba de crisis de ansiedad y que no era una persona inestable.

Al capitán R. le molestó que ella no le hubiese informado de su visita al psicólogo. Se enteró de ello porque la psicólogo informó a un general jefe de la situación y este telefoneó al capitán para reprenderle. En el cuartel estaba mal visto ir al psicólogo. Esto, unido a que no le había informado de la cita médica, enfadó especialmente al capitán R..

Una dama a un colega: “No me hables así, me cago en tu puta madre”

Señala al respecto el Supremo: “No está acreditado que el capitán [R.] empleara malos modos al amonestar a Maritza en ningún otro momento. Ni que la insultara o vejara, ni que diera instrucciones para que los compañeros la aislaran en el trato social, ni que diera instrucciones para hacer más dura la estancia de ella en el la Utrans”.  Ella dijo que sí.

“El 24 de agosto de 2016, sobre las 16.00, se entabló una discusión a gritos entre Maritza y un colega mientras ambos estudiaban para el curso preparatorio de ascenso a cabo. No pasó a mayores, pero ella empezó a llorar y a temblar inmersa en un estado de ansiedad. El sargento primero la acompañó al hospital de la base para que fuese atendida allí.

Durante la discusión, ella espetó a su colega: “A mí no me hables así, me cago en tu puta madre”. Por esto fue sancionada con una falta leve.

Maritza pasó en el hospital de la base la noche del 24 al 25 de agosto de 2016. Y fue remitida para valoración al servicio de psicología. La teniente la exploró nuevamente y entendió que estaba “en condiciones óptimas para desempeñar el puesto de trabajo que realizaba en Líbano” y que su “reacción fue puntual ante un suceso determinado en tiempo y espacio”. Los médicos avalaron el informe. La teniente se lo comunicó al capitan R., pero le informó de que no se trataba de una persona “inestable”.

Pero el capitán no la perdonó. Y es aquí cuando comete uno de los delitos: “Concibió y puso en práctica un plan para provocar la repatriación de Maritza”, señala el Tribunal Supremo.

El plan, tendente a imposibilitar que desarrollara su trabajo, fue el siguiente: “prohibió a Maritza que portase armas y participase en ejercicios de tiro, y le retiró las llaves de la armería. Y la quitó como conductora de los profesores de español en el marco del programa Cervantes; también la apartó del grupo que habitualmente corría y hacía gimnasia por el exterior de la base; en cambio, la adscribió al grupo de los que presentaban limitaciones físicas, que sólo podían correr en el recinto interior; también restringió sus salidas de paseo, hasta el punto de que, mientras otros compañeros llegaron a disfrutar de hasta cuatro permisos de salida, ella solo pudo hacerlo en una ocasión”.

Además, “elevó al general jefe un informe en el que, a través de juicios de valor fundados en datos irreales sobre su estado anímico, argumentó que Maritza no era idónea para el desempeño de sus cometidos en la Utrans. Y propuso su repatriación por falta de confianza a España. Y lo logró.

El 6 de septiembre de 2016, los mandos aprobaron la repatriación de Maritza a España a la vista del informe del capitán R. La repatriación fue inmediata.

Maritza, asesorada por su novio, presentó en septiembre de 2016 los partes que dieron lugar a la incoación de esta causa penal. Y denunció por acoso laboral al sargento primero e, indirectamente, al capitán R..

Y ahora, sin Internet

“Todo esto finalmente produjo en Maritza un trastorno adaptativo depresivo ansioso secundario a desajuste laboral, que requirió tratamiento médico psiquiátrico con medicación, y causó baja el 6 de octubre. El 26 de ese mes recibió el alta, sin secuelas”, aclara el Supremo.

La sentencia del Supremo también analiza lo ocurrido con el novio. La relación entre el capitán R. y el sargento José Manuel C,, el novio, siempre fue normal, “con algunas llamada de atención del oficial al sargento por desaciertos profesionales”.

Sin embargo, cuando el novio apoyó las declaraciones de Maritza contra sus superiores, el capitán R. maquinó otro plan para conseguir que lo repatriaran. Y le quitó el acceso a Internet. El novio, también sargento, intentó navegar pero no lograba entrar.

Se enteró de la restricción porque se lo comentó la informática. El creía que era un fallo en el equipo. El capitán no le comentó nada. Después de eso, el capitán también lo puso en su devastadora lupa. Y planteó en un informe a sus superiores que había que repatriarle. Pero le fue rechazado.

Sin embargo tras un encontronazo con su colega el sargento primero, el capitán R. ordenó que se le trasladara a otro acuartelamiento del Líbano. El novio denunció a su colega, el sargento primero, por tratarle con malos modos.

La orden de traslado fue fulminante, de la mano del capitán R.  Este dispuso que no se le comunicara nada sobre su inminente traslado. Solo fue avisado unas horas antes. Salió casi sin hacer el petate. De madrugada, en un autobús militar, con destino a otra base en Líbano. El novio también denunció la tropelía sufrida tras ser trasladado.

El capitán R. fue condenado en primera instancia por delitos de abuso de autoridad. Y un tercero más de abuso de autoridad pero en la modalidad de impedir arbitrariamente a un subordinado el ejercicio de un derecho, a la pena de tres meses de prisión. Y también a pagar 8.640 euros a Maritza por su indebida repatriación, ya que engañó a sus jefes para que aceptaran la vuelta a España de la dama legionaria con argumentos psicológicos inventados. Aquel infierno se hizo demasiado largo.

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