Hoy: 23 de noviembre de 2024
En días pasados, un pequeño grupo de congregados nos dispusimos a escuchar la conferencia sobre “transhumanismo” que impartió el Dr. Javier Castejón en el Ateneo de Granada. La disertación llevaba como título “Ciencia y bioética – Transhumanismo – a propósito de la novela “El hombre sin dios”, cuyo autor es el mismo conferenciante.
La lluvia caía tan rotundamente sobre Granada en esta tarde de invierno que incluso dentro del edificio se escuchaba el sonido del cielo sobre los cristales, mientras el profesor Peña, secretario de la institución, encargado de hacer la presentación del ponente, con la voz lacónica que le caracteriza, afirmaba: “El doctor Castejón es un médico cirujano ya jubilado. Entre otras cuestiones curriculares es diplomado en metodología de la investigación y cuenta en su haber con la colaboración o el protagonismo en numerosos proyectos de investigación, algunos de ellos premiados por diversas instituciones. También es de destacar su participación activa en programas de cooperación sanitaria internacional”
Javier Castejón, distinguido miembro del prolífico grupo de escritores Letraheridos de hospital de Granada, comenzó señalando la necesidad del control racional y ético del conocimiento científico, más aún en la encrucijada actual de la ciencia, que supone el advenimiento del transhumanismo. No faltaron ejemplos ilustrativos para documentar la cuestión, entre los que destacó la oscura biografía del astrofísico alemán Werner Von Braun, el científico que durante la segunda guerra mundial estuviera afiliado al partido nazi y fuera responsable del diseño de las terribles bombas V1 y V2 que sembraron de terror y muerte los barrios de Londres, y que sin embargo a la finalización de la contienda fue trasladado a EEUU y fichado por la NASA convirtiéndose en uno de los artífices de la llegada del hombre a la luna. “La ciencia no tiene dimensión moral. Es como un cuchillo. Si se le da a un cirujano o a un asesino, cada uno la utilizará diferentemente” – decía el científico alemán.
Pero no quedó ahí la introducción del ponente, quien para ilustrar con mayor colorido la cuestión de la necesidad del control ético de la ciencia, apeló al mito de Dédalo e Ícaro, padre e hijo, quienes confinados en el laberinto del minotauro diseñado por el propio Dédalo, idearon su fuga volando, tras construir alas de cera con las que remontar hacia los cielos. Advertido Ícaro por su padre para que no se acercara al sol por el peligro de perder las alas, éste no hizo caso y cayó muerto al mar. Desde entonces, Dédalo quedó convertido en símbolo del ingenio y el uso racional del conocimiento para adquirir mayores cotas de libertad y realización, mientras que el imprudente Ícaro se erigía como símbolo del uso irracional del conocimiento, pues su propia inconsciencia lo había llevado a la muerte.
“El dilema acerca del uso correcto o incorrecto del concierto científico ha existido desde los albores de la ciencia, de ahí la necesidad de que la propia ciencia sea siempre ejecutada bajo control de la bioética” – afirmaba el escritor, apostillando que: “hoy día es más necesario que nunca este control pues el transhumanismo supone una amenaza de desastre mayor que cualquier avance tecnocientífico previo” Prosiguió diciendo: “el transhumanismo no solamente está abriendo nuevas puertas del conocimiento, como anteriormente hiciera cualquier avance tecnocientífico, sino que tiene como objetivo la propia transformación del ser humano, dado que éste es un movimiento cultural e intelectual internacional que pretende transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual”.
Efectivamente, la aplicación de tecnologías como el exoesqueleto capaz de multiplicar la fuerza y velocidad del cuerpo humano, la inserción de microchips que potencian las facultades sensoriales de cualquier portador que los llevare bajo su piel, y sobre todo, la capacidad de conexión a una fuente de inteligencia artificial que elevaría a la enésima potencia la dimensión intelectual del sujeto conectado, abren puertas a la transformación de la raza humana, capaz de transportarnos a paraísos maravillosos como individuos y como especie, pero también susceptibles de hundirnos en un pozo de incertidumbre y miseria inesperados. Este es el dilema que plantea el transhumanismo.
La polémica se acentúa aún más cuando se está valorando la aplicación al ser humano de técnicas de inversión genética capaces de inducir el rejuvenecimiento celular y aumentar la longevidad, hasta el punto de rozar el sueño de la inmortalidad. ¿Cómo escapar de la encrucijada del transhumanismo que promete al hombre horizontes paradisíacos, pero al mismo tiempo amenaza el núcleo de la misma naturaleza humana?
El doctor Castejón documenta la cuestión en su novela “El hombre sin dios” confesando al auditorio que su historia es un ejemplo de lo que nos trae el transhumanismo; un paradigma que ilustra sus posibilidades de transformación de la especie humana, pero también de las amenazas que puede conllevar.
No es de extrañar que el protagonista de la novela, ensimismado en el poder que le han conferido las técnicas de biotransformación transhumanista, y a diferencia de los humanos normales, se atreviera a afirmar: “No le hace falta Dios alguno a quien es capaz de oír el sonido del vacío interestelar y de ver a través de las puertas, de volar máss rápido que las águilas del cielo y, sobre todo, de mirar el horizonte sabiendo que nunca va a morir”.
El auditorio quedó conmocionado ante la exposición del ponente, quien hacía hincapié en que no hablaba de ciencia ficción, sino de anticipación de un futuro que ya está aquí, suponiendo una amenaza si tanta ciencia y técnica no se desarrollan bajo un adecuado control ético y racional.
Terminó el doctor Castejón, apelando a Atenea, la diosa de la sabiduría, cuyo nombre inspiraba el lugar donde se desarrolló la reunión. Fue entonces cuando cesó repentinamente el golpeteo de la lluvia en el techo del Ateneo y llovieron infinitas dudas y preguntas entre el público asistente, que partió con un libro bajo el brazo deseoso de llegar a casa para comenzar la lectura de “El hombre sin dios”.