Hesíodo nos dejó dicho que Zeus condenó a Prometeo, por haber robado el fuego de los dioses, a vivir encadenado sin posibilidad de defenderse de una ave rapaz que cada noche, entre sufrimientos impensables, le comía el hígado. Y como el hígado se regenera fue incesante su exterminio. Más tarde Zeus ordenó a Pandora que abriese su caja grande llena de vicios, enfermedades, locuras y desgarros…
Pocas cosas hay más dolorosas para mí que ver un campo arder sin que puedan defenderse los árboles en su hermosa quietud ni los animales que eligen las verdes abundancias ni que puedan evitar los pájaros la quemadura de sus alas. Sobre todo sufro al ver cómo escapan ancianos o impedidos, trabadores que han construido sus casas para que las destruya el delirio de unos extraviados. Cuando se quema el paisaje también se destruye la esperanza. Ya sabemos que la mayoría de las veces los prometeos de turno incendian los bosques con el fuego robado. O están locos o su maldad es tan grande que no les importa quemar su propio destino. Aunque no les deseo el ave sobre su hígado, sí una cadenas gruesas por mucho tiempo.
Pedro Villarejo
El fuego perturbador que todo lo asola. Cada año lo mismo. Siempre pienso que podría hacerse algo más desde las instituciones para evitar o disminuir sus efectos. Pedrouve se refiere a todas las perdidas en su crónica.