Quizá las variedades en el pedir café cuando un grupo de amigos lo solicita, pueda definir con razón aquello que aseguraba Ortega y Gasset: “Tres españoles, cuatro opiniones”. Así sucede cada año con el discurso del rey, con la convocatoria de los futbolistas que define el seleccionador o con las tácticas de los partidos políticos que redundan a la hora del voto, misteriosamente. Con todo.
Sin embargo, los discursos del rey tienen esa añadida melancolía de lo amorfo, esa indiferencia que provocan las palabras inútiles o las presencias amortizadas. Me recuerda a los curas antiguos cuando en la catequésis nos decían: “Tenéis que ser buenos, portaros bien, que si no os va a castigar el Señor”… y oblicuidades parecidas. “España es una gran nación”, “busquemos el bien común” y otros extraordinarios deseos que quedan en el aire de los adoctrinados españoles. Yo, al menos, necesito un rey que corrija con elegancia sabia lo mal hecho del Gobierno que sea, que advierta, analice, insinúe o proponga. Y, de paso, que en Navidad haga referencia al Dios que nace, independientemente del cacareo libertario de los ignorantes.
Me da la impresión de que el rey tiene potestades que no usa, más valentías escondidas. No somos los españoles de apoyar la tibieza.
pedrouve