Las que fueron Clarisas de Belorado no están fuera de la Iglesia, ni dentro, están en las nubes. Apenas si parecen instruidas en el derecho canónico, tampoco en la obediencia eclesial como virtud que amuralla la veleidad de los personalismos. Se han contagiado de los independentistas y han decidido por su cuenta la invalidez del Concilio Vaticano II, y, en su alta condición teológica, únicamente ellas están capacitadas para distinguir a los papas verdaderos de los perversos.
Todo esto, en sí mismo, es una butade interesada, un conflicto que se da cuando Dios no está presente, ajena la vocación y a flor de piel los intereses, los dineros y los intermediarios. Asesoradas gustosamente por un cura ensotanado y un extraño obispo de anillos imposibles, las clarisas enloquecidas han caído en la trampa de pretender quedarse con la diferencia que resulta entre los millones de una empresa por adueñarse de “su” monasterio y la factura de uno nuevo más pequeñito. Esa diferencia, naturalmente, sería a repartir…
A estas monjas de risa exagerada les ha ocurrido como a algunos Presidentes de Gobierno, que han olvidado sus principios con tal de ser ellos el único principio. Tras la máscara aparece la cara. Durísima esta vez.
Pedro Villarejo