Sumario ejecutivo
En este artículo, abordo un tema crucial para la integridad de nuestros sistemas de justicia: el fenómeno de las falsas acusaciones de abuso sexual en el ámbito judicial. Como psicólogo y abogado, utilizo la lupa de la psicología forense para diseccionar el perfil conductual de la persona que simula un trauma, revelando cómo opera con dolo procesal y explota el sesgo social de credibilidad.
Mi análisis se centra en la inconsistencia entre el relato y el cuerpo. Examino detenidamente los mecanismos de engaño, como la disonancia afectiva, la simulación patológica y el colapso del script cognitivo (el silencio o la evasión ante la confrontación directa), que exponen la mentira bajo la presión del estrado.
Advierto sobre el peligro de la malicia premeditada oculta tras la máscara de la víctima. Concluyo que, para la verdad material y la justicia, la clave probatoria reside en la detección científica de la ausencia de indicadores fisiológicos genuinos del trauma. Es un llamado al rigor científico para asegurar que la arquitectura de la falsedad nunca logre distorsionar nuestro proceso judicial.
El caso de la acusadora que se aísla o teatraliza en el estrado (colocarse en una esquina, el rostro «notablemente fingido») no es un síntoma de trauma, sino un intento de mimetismo emocional. La víctima real de un suceso traumático severo suele presentar embotamiento afectivo o manifestaciones dispares, pero raramente una actuación tan conscientemente exagerada, que denota un esfuerzo cognitivo.
Este comportamiento revela una disonancia afectiva: existe una falta de correspondencia entre el relato verbal de horror y la expresión emocional genuina. Desde la perspectiva de la psicología de la comunicación no verbal, el cuerpo de la simuladora, al intentar responder al espíritu del engaño, produce movimientos y posturas que carecen de la organicidad y la espontaneidad necesarias, rompiendo la coherencia conductual del testimonio.
Un momento crucial en el ámbito probatorio es la confrontación. El silencio o la incapacidad de responder con solidez ante la interpelación directa del acusado («que diga la verdad») es una reacción psicológicamente reveladora que difiere de la respuesta de una víctima auténtica.
Una víctima real, aunque inhibida o bloqueada, suele experimentar una intensa activación simpática o una reafirmación vehemente. En contraste, la acusadora dolosa experimenta un colapso del script cognitivo. La dificultad de improvisar una mentira coherente bajo presión judicial obliga a una estrategia de evitación (el mutismo o la evasión visual). Este silencio no es un bloqueo emocional, sino la manifestación de que la función ejecutiva del cerebro no puede sostener la compleja arquitectura de la falsedad.
El caso que nos ocupa es un claro ejemplo del colapso del script cognitivo en la mentira procesal. La falsa acusadora, al construir su relato, utiliza un guion simple y lineal que es fácil de memorizar (el script de la «víctima ideal»). Sin embargo, este guion carece de la riqueza y las contradicciones menores propias de la memoria de un evento real. Por ello, cuando el acusado la confronta directamente con un desafío que no estaba contemplado en su guion preestablecido («que diga la verdad»), la función ejecutiva de su cerebro se agota intentando improvisar una línea creíble. Esta sobrecarga cognitiva no resuelve el problema, sino que conduce a la evasión y el mutismo (el silencio o la postura defensiva en la esquina), lo cual no es el script de la víctima genuina, sino el colapso de la fachada de la simulación.
La motivación detrás de esta conducta es la búsqueda de una ventaja procesal ilegítima, lo que legalmente se enmarca en el dolo procesal. La falsa acusadora explota el sesgo de credibilidad de la víctima, la tendencia social y legal a otorgar un crédito privilegiado a la mujer en este tipo de denuncias.
Este conocimiento le permite actuar con malicia y alevosía, ya que asume que su mera acusación será suficiente para invertir la carga probatoria y conseguir un beneficio (ya sea la venganza personal, la destrucción de la reputación o una reparación económica). El jurista y el psicólogo deben cooperar para analizar esta intencionalidad, detectando el uso instrumental y fraudulento de la figura de la víctima.
La dimensión forense y el análisis de la verdad
El foco debe estar en la ausencia de los indicadores fisiológicos y conductuales genuinos del miedo y la indefensión. La ciencia de las microexpresiones es una herramienta esencial, pues puede detectar fugaces gestos de desprecio o incluso de satisfacción que contradicen el relato de sufrimiento. La clave probatoria reside en la inconsistencia entre el afecto manifestado y las emociones reales, una brecha que la mentira, por muy ensayada que esté, siempre deja al descubierto.
«Las palabras son el arte de ocultar el pensamiento; el silencio, el arte de revelarlo.» — Arthur Schopenhauer
Doctor Crisanto Gregorio León, abogado, psicólogo y profesor universitario
Este artículo de análisis forense y psicológico es publicado en exclusiva para el diario digital Fuentes Informadas de Madrid (España), y está dedicado a la Escuela de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), a sus profesionales, profesores e ilustres psicólogos que allí laboran. Un saludo fraterno y reconocimiento a todos mis colegas en la profesión.