El códice de las sombras, un puente entre el pasado y el presente

7 de abril de 2025
3 minutos de lectura
El códice de las sombras, un puente entre el pasado y el presente
Cerró Colorado, leyenda y misterio. /P.S.

La invocación a los espíritus se hacía a través de los animales, el guanaco ágil, el puma sigiloso… y se revelaban como guardianes de los secretos

El Cerro Colorado es una localidad Argentina, situada en el norte de la provincia de Córdoba, es uno de los centros más importantes de la pintura rupestre. Allí vivió el pueblo sanavirón que dejó sus huellas misteriosas y mágicas.

El nombre del lugar se debe al ligero color rojizo de los cerros, entre los que sobresalen el Cerro Colorado, el Veladero y el Inti Huasi. ‘Inti Huasi’, que significa ‘Casa del Sol’ (inti=sol, huasi=casa).

Las pictografías del Cerro Colorado son esencialmente figuras de cazadores emplumados, las figuras humanas en cadena, el puntillismo en la representación del felino».

Esta nota está escrita siguiendo los pasos de la escritora húngara Orsylia ‘Mara’ Végh por las zonas esotéricas argentinas.

Orsylia, cuyo espíritu se tejía con la urdimbre de los cuentos antiguos, se hallaba cautiva en el laberinto pétreo del Cerro Colorado. No era la geografía áspera de las sierras cordobesas lo que la retenía, sino la escritura muda que adornaba las paredes rocosas: un palimpsesto de figuras y símbolos que desafiaban a la comprensión humana.

Para ella, las pinturas rupestres eran un lenguaje olvidado, vestigios de un mundo primigenio, un lenguaje cifrado, un poema escrito en la lengua de las sombras. Con la paciencia de un amanuense, se dedicó a descifrar cada trazo, cada mancha de óxido, cada silueta que brindaba la roca. No buscaba meras interpretaciones, sino la esencia misma de las historias que las pinturas contenían, las narrativas de un pueblo que había plasmado su existencia en la piedra.

Un libro abierto

Orsylia entendía que las paredes del Cerro Colorado eran un libro abierto, cuyas páginas se leían en las sombras de la luna. Los Comechingones y los Sanavirones, los antiguos habitantes de esas tierras, habían dejado su legado en imágenes, un compendio de su cosmovisión, de sus miedos y esperanzas, de su relación simbiótica con la tierra que habitaron. Cada pintura era un capítulo de una epopeya olvidada, una saga que narraba la historia de un pueblo en armonía con la naturaleza.

A medida que Orsylia se adentraba en el corazón del cerro, los signos comenzaron a cobrar vida. Las figuras humanas, con sus brazos alzados hacia el cielo, ya no eran simples dibujos, sino chamanes en trance, bailando un conjuro de ritmos de tambores invisibles. La invocación a los espíritus se hacía a través de los animales, el guanaco ágil, el puma sigiloso, el cóndor majestuoso, y se revelaban como tótems, guardianes de los secretos de la vida, símbolos de poder y sabiduría, mensajeros entre las dimensiones de la existencia.

Los símbolos geométricos, espirales que se enroscaban sobre el misterio. Ahí podría estar la clave del único conocimiento.

Espirales enroscadas

Orsylia descubrió que las pinturas rupestres eran un mapa estelar, para navegar por los laberintos que representan al cosmos en la vida cotidiana. Cada espiral era un viaje, y cada círculo un portal que se debía cortar. La mujer comprendió que el Cerro Colorado era un espacio sagrado, un punto de encuentro entre seres de diferentes galaxias, por lo tanto, habría seres humanos que habrían viajado a encuentros en otros planetas de otras galaxias. Las pinturas rupestres reflejarían la conexión de los pueblos originarios con la tierra, y con otras poblaciones. Ella anhelaba sentir en su propia piel, esa comunión que se habría perdido en la vorágine de los trozos de mar que posee cada humano, y para ella, el cerro era el lugar donde entrar en ese estado de comunión y lo debía hacer con las pinturas que son sus escrituras sagradas.

Con la meticulosidad de un orfebre, plasmó sus descubrimientos en un libro titulado ‘El Códice de las Sombras’. No era un mero tratado académico, sino una obra literaria que desentrañaba las pinturas rupestres, que les daba voz y les permitía contar sus propias historias. Orsylia no se limitó a describir los signos, sino que los interpretó a través de la lente de su propia sensibilidad, creando un puente entre el pasado y el presente, entre la razón y la intuición.

El libro de Orsylia fue un hito en la historia del arte rupestre. No solo reveló el significado de las pinturas del Cerro Colorado, sino que también despertó conciencias, y demostró que no eran meras curiosidades arqueológicas, sino testimonios de una cosmovisión rica y compleja, una serie de ventanas que se abrían a un mundo que había sido olvidado.

Una leyenda

La amiga de Malén se convirtió en una leyenda, en una mujer que había logrado escuchar el susurro de las rocas, que había descifrado el lenguaje de las sombras. Su legado trascendió inspirando a generaciones de investigadores y artistas a seguir sus pasos, a buscar el misterio en los lugares más recónditos del planeta.

El libro escrito al pie del Cerro Colorado, muy cerca de la casa de Atahualpa Yupanqui, enseñó a muchos cantantes a escuchar voces antiguas, y cuando ella se enteró supo que había cumplido su misión, que había dado voz a las sombras, que había revelado el secreto del Códice de las Rocas. Y en ese momento de plenitud, mientras bebía en la fonda de los Argañaraz, Orsylia se convirtió en una sombra más en el Códice de las Sombras.

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