…Mi juventud, veinte años en tierras de Castilla.
En Soria, cerca del Duero, ha nacido don Antonio al amor, no a la vida:
Soria
¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos…
En Soria está Leonor, una chiquilla clavada en el frío de sus trece años, una niña con lazos que don Antonio vigila cuando pasea camino de San Saturio sin atreverse a decir cuánto la quiere.
Una mañana el poeta se quita el sombrero al llegar a la pensión que los padres de Leonor regentan. Leonor le cepilla las alas entre coqueteos de adolescente:
-¡Don Antonio, don Antonio!…
“Dicen que el hombre no es hombre hasta que no oye su nombre de labios de una mujer”. Él ya conoce a las mujeres. No en vano el Madrid de fin de siglo ha dejado en el poeta una historia de casos “que recordar no quiere” (de toda la memoria, sólo vale / el don preclaro de evocar los sueños). No en vano, con las mujeres, su hermano Manuel es un maestro. Y los Machado no se separan. Nunca se separaron por más que el ancla de la vida los sujetó a diferentes ideales.
Más mujeres en París, citadas a la orilla del Sena, aburridas en sorbos de café y espantadas algunas por el humo de su cigarro y sus poemas. Con muchas se rozó, con pocas pudo encontrarse.
Ahora, con esta niña de Soria, don Antonio recobra de pronto la juventud que nunca tuvo. Treinta y dos años son muchos años para comenzar en aquel tiempo. Pero se le ve con las camisas planchadas y un nuevo nudo de corbata que todavía estrangula las ansiedades de su amor fronterizo.
Soria fría, Soria pura, la campana de la Audiencia da la una, da las dos y, a las tres, don Antonio se decide a la pequeña agonía de los besos que dejan en Leonor manchas de sueño sujetas al destino común de nunca separarse.
-Vamos a misa, Antonio. Tenemos que ir sacándole brillo con los ojos a la iglesia donde nos casaremos.
En Santa María,
La iglesia mayor,
Aunque me decían
Hereje y masón,
Rezando contigo
¡cuánta devoción!
-Tengo miedo, Leonor, intuyo que la niña que yo quiero ha de preferir casarse con un mocito barbero. Anda, dame la mano y paseemos…
Era verdad que en Soria un mocito barbero le estaba echando ojos a la niña de la pensión. Y el poeta sabía que un muchacho joven tira más del sentimiento que un carro de poemas. Porque él ha llegado tarde a casi todo: a los estudios, al amor, a los pronunciamientos… sólo a la muerte llegó algo más temprano.